Danger

El comienzo de todo

Me encontraba conduciendo por una carretera desierta, la única luz proveniente de mis faros que se reflejaba en el asfalto mojado. Era de noche y parecía que la lluvia no iba a tardar en caer, el cielo se iluminaba por los relámpagos y el sonido de los truenos retumbaba en el silencio de la soledad. Tenía los ojos fijos en el camino, luchando contra la fatiga que me embargaba después de un largo viaje, hasta que el sonido de mi teléfono me sacó de mi letargo. En la pantalla parpadeaba el nombre de Eris, mi mejor amiga.

—¿Hola? ¿Qué sucede? —dije, conectando el altavoz del coche para poder seguir prestando atención a la carretera.

‎—¡Holis Artemisa! —su voz sonaba con un tono de preocupación evidente—. Solo quería saber si estás bien. Me habías dicho que regresabas hoy y con esta tormenta que se aproxima, me preocupaba que te pasara algo. Ya sabes que esas carreteras son muy oscuras de noche y casi no pasan autos.

Una sonrisa amarga se formó en mis labios. Eris siempre era así: se preocupaba por cada pequeño detalle de mi vida.

—No te preocupes, Eris, estoy bien, pero dudo llegar a la ciudad con esta lluvia —respondí, mientras el primer chaparrón golpeaba el parabrisas con fuerza—. Veré si encuentro un lugar donde estacionarme hasta que amaine un poco.

La lluvia se hizo más intensa, el sonido de las gotas contra el techo del coche se volvió un rugido constante.

—Bueno, cuídate mucho. Me llamas cuando llegues a la ciudad —dijo Eris, y supe por su tono que seguiría preocupada hasta que le avisara de mi llegada.

—Claro... nos vemos —dije, y finalicé la llamada.

Después de conducir un poco más, mis faros iluminaron una figura en la oscuridad. Era una casa, o lo que quedaba de ella. Parecía completamente abandonada. La fachada estaba descolorida y las ventanas rotas, pero un pequeño tejado sobresalía de un lado, como un refugio de la tormenta. Conduje hasta allí y aparqué el coche a cubierto.

‎Bajé del coche y el frío me golpeó de lleno. La lluvia, el viento y la humedad se colaban por cada rincón de mi ropa. Necesitaba un refugio de verdad. Entré en la casa, forzando la puerta que crujió con un sonido metálico. El olor a moho y a madera podrida me invadió de inmediato.

‎El interior estaba oscuro y polvoriento. Saqué mi teléfono y encendí la linterna, aunque sabía que la batería no duraría mucho. El haz de luz bailó por la habitación, revelando un sofá cubierto de telarañas y algunas manchas oscuras, que en un instante de pánico me parecieron de sangre, en una pared cercana.

Busqué a tientas un interruptor en la pared, lo encontré y lo pulsé, pero como era de esperar, nada sucedió.

—No sé por qué pensé que funcionaría —murmuré para mí misma—. Es obvio que aquí no hay electricidad... Aunque... —mi mente, siempre curiosa, empezó a divagar—, quizás los que vivían aquí tenían una planta eléctrica por si se cortaba la luz. Solo tengo que encontrarla.

‎Mi mirada se detuvo en unas escaleras que descendían hacia un sótano oscuro. Un escalofrío recorrió mi espalda. Por un momento dudé, pero el rugido de un trueno cercano me empujó hacia abajo. Con el corazón latiendo con fuerza, bajé los escalones. Al final de la escalera, el haz de mi linterna iluminó una puerta de metal y, junto a ella, una máquina que parecía ser una planta eléctrica.

‎—Bingo —susurré. Me acerqué y encendí el interruptor principal. El motor rugió, y de repente, las luces de la habitación de arriba se encendieron.

Me acerqué a la puerta de metal, que estaba entreabierta, y me asomé. El interior estaba oscuro y silencioso. Me adentré, y en ese mismo momento, mi teléfono se apagó. Un grito de frustración se ahogó en mi garganta. A tientas, busqué a lo largo de la pared, y aunque no tenía ninguna esperanza, presioné un interruptor que encontré.

Una luz roja inundó la habitación. Las paredes, quemadas y cubiertas de símbolos extraños, parecían vibrar con una energía siniestra. El suelo estaba cubierto de cristales rotos y había máquinas con cables que serpenteaban por el suelo, algunas emitiendo un zumbido bajo. En el fondo, una manta cubría algo grande y cilíndrico.

La curiosidad superó al miedo. Tiré de la manta y revelé una cápsula de cristal reforzado. Dentro, flotando en un líquido translúcido, había un joven. Su cabello negro se movía en el líquido como algas marinas, y su pecho estaba al descubierto, con unos cables conectados a su piel. Estaba inconsciente, como si estuviera hibernando.

Mis manos temblaban mientras me acercaba. Toqué el cristal, sintiendo una conexión extraña y fría. Y entonces sucedió. Los ojos del chico se abrieron de golpe, un rojo brillante que parecía mirar directamente a mi alma. Retrocedí, tropezando con un cable y cayendo al suelo.

‎El chico, como una bestia atrapada, comenzó a golpear el cristal con una fuerza sobrehumana. Mi cuerpo se quedó paralizado por el miedo mientras observaba cómo las grietas aparecían en el cristal. Con un último golpe, el vidrio se rompió en miles de pedazos. El chico salió de la cápsula, cayendo al suelo. Me observó con esos ojos rojos, luego se levantó y se acercó a mí, sus movimientos eran lentos y calculados, como los de un depredador.

Me arrastré hacia atrás, lastimándome las manos con los cristales en el suelo. El pánico me hacía ignorar el dolor. Me moví hasta que mi espalda chocó contra la pared. El chico se acercaba, y yo me sentía acorralada, sin escape.

—Por favor, no me hagas daño —supliqué.

En ese momento, las luces rojas comenzaron a parpadear con más intensidad y una alarma resonó en la habitación. “Sujeto A-10 ha escapado. Activando procedimiento de defensa”, resonó una voz robótica y sin emoción. El chico se puso en alerta y miró hacia el techo, sus ojos rojos más alerta que nunca.

—Tenemos que irnos —susurró, y en un segundo, me levantó en sus brazos y corrió escaleras arriba.

—¿Qué demonios está pasando? —pregunté, aferrándome a su cuello.



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En el texto hay: experimentos, romance, accion

Editado: 20.08.2025

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