Como de costumbre no había tenido una buena noche, pero al despertar y recordar que ese día empezaría terapia no ayudó para nada en mi humor. Por la ventana ya podía verse el hermoso día soleado que haría en Los Ángeles.
Tomé una ducha rápida y bajé a desayunar para empezar el día. Me sorprendió encontrarme con mi padre, ya que trabajaba tanto que apenas nos veíamos pero supuse que ese día iría más tarde a la empresa.
- Buenos días –le dije mientras me sentaba en la mesa y Gabriela me servía el desayuno con una sonrisa. Gabriela trabajaba en mi casa desde antes de que naciera, le tengo mucho aprecio y sé que ella me veía como a una hija.
- Buenos días Lucy, ¿pudiste descansar?
- Sí, muy bien –mentí esperando que me dejase en paz. - ¿Por qué no fuiste a trabajar aún, pasó algo?
- Soy el dueño de la compañía Lucy, no pasa nada si decido llegar más tarde. Solo quería pasar tiempo con mi hija y además quiero llevarte yo mismo al psicólogo de camino al trabajo.
- Pero papá...
- Sin peros. Ya lo intentamos a tu manera, ahora lo harás a la mía. Debemos recuperar nuestra vida Lu, quiero volver a ver a mi niña pelirroja sonriendo.
Cualquier tipo de plan que haya pensado para evitar ir se esfumó en un segundo. Desde lo ocurrido ninguno volvió a ser el mismo, nunca habíamos tenido una excelente relación, pero ahora nos llevábamos peor que nunca. Mi padre se había enfocado en su trabajo y yo me había ido apagando poco a poco.
Unas horas después me encontraba entrando al consultorio del psicólogo con un humor peor que el de esta mañana. Yo solo quería llamar a mis amigos y pasar la tarde en la playa, o ver una película disfrutando los últimos días de vacaciones.
- Lucy Williams, adelante. Mi nombre es Mateo Hernández, ponte cómoda por favor –dijo mientras entraba y me sentaba.
Era un consultorio pequeño pero agradable, había dos sillones marrones y un escritorio en un rincón. Las ventanas, que ocupaban toda una pared, dejaban ver una hermosa vista de la ciudad. En cuanto a Mateo, era un hombre alto, morocho y apuesto, parecía un poco más joven que mi padre aunque la barba lo hiciera ver más viejo.
- Dime Lucy, ¿qué te trae por aquí?
- Mi padre, prácticamente no me dejó opción –dije cruzando los brazos y suspirando de mala gana.
- Oh, seguro que lo hizo porque está preocupado por ti, pero no tienes que hacer nada que no quieras.
Tuve que contenerme para no reírme en su cara, él no conocía a mi padre, cuando te decía que hagas algo te convenía obedecerlo. Mateo me miraba fijo, analizándome, y eso me ponía bastante incómoda porque odiaba que la gente se me quedara mirando.
- ¿Por qué no empezamos rompiendo el hielo? Tal vez así te sientas más cómoda. –dijo con una sonrisa amable. - Cuéntame algo sobre ti, cómo es tu vida, tu familia, dime cualquier cosa que quieras compartir.
- Bueno... me llamo Lucy, tengo 19 años y estoy estudiando economía en la universidad. Vivo en casa de mi padre porque todavía no me cree lo suficientemente independiente como para vivir sola, ni tampoco me deja conseguir un empleo, ya que prefiere que me enfoque en mis estudios para algún día hacerme cargo de su empresa.
- ¿Y eso es lo que tú quieres?
- Sí... No, bueno no lo sé. Me gusta mi carrera, pero no sé si sea lo quiero para dedicarme el resto de mi vida.
- ¿Y por qué no se lo dices? ¿No quieres decepcionarlo? –negué con la cabeza. No es como si tuviera opción, mi padre siempre tuvo un plan para mí. Él era un hombre de mucho dinero y exitoso, por lo tanto esperaba que su única hija fuera perfecta y siguiera sus pasos. – Intenta buscar la manera de hablar con él y hacerle saber cómo te sientes, es muy importante que puedan comunicarse. Por otro lado, cuando tu padre llamó para acordar la cita me dijo que hace días que no puedes dormir correctamente, ¿quieres contarme qué ocurre?
Dudé en decirle la verdad sobre lo ocurrido ese día o no, era algo que me atormentaba, que me había cambiado para siempre. Todavía cuando cerraba los ojos podía sentir sus manos sobre mí, su olor y el asco que sentía. Pero sobre todo tenía un gran dolor y vergüenza por haber sido engañada y traicionada de esa manera.
No había hablado de esa noche con nadie, no estaba lista para aceptarlo, solo mi padre y mi mejor amigo lo sabían. Yo solo esperaba que con el tiempo lo olvidara, no quería revivir los detalles de ese día para no hacerlo más real. Sólo lo había hecho una vez ante la policía y no había servido de mucho.
- Nada –mentí bajando la mirada hacia mis manos que jugaban con un hilo en mi remera. – Son solo pesadillas. Todos las tienen, es algo normal.
- Lucy, no es normal que todas las noches tengas pesadillas. Puedo ver que algo que te está perturbando ¿Hay alguna cosa que te preocupe o te tenga nerviosa?
- No, solo estoy tratando de superar la ruptura con mi ex novio. Pero estoy perfectamente. Apuesto a que cuando empiece la facultad me mantendré ocupada y las pesadillas se irán. –dije rápidamente y con una sonrisa, restándole importancia.
Mateo me miraba fijamente, podía ver en mis ojos y por mi actitud nerviosa que mentía. Pero decidió que no era buena idea presionar tanto el primer día y yo suspire aliviada. Me dijo que eso era todo por hoy y que esperaba verme la semana siguiente.
Me levante y salí apresuradamente del consultorio, quería irme de allí cuanto antes, pero al salir me choqué con una pared de músculos que no podía creer lo dura que era. Casi termino en el piso pero unas manos fuertes me sujetaron, sus brazos estaban llenos de tatuajes y al levantar la vista vi unos hermosos ojos verdes que combinaban a la perfección con su pelo negro. Por un momento sentí que se me cortaba la respiración y la mente me quedaba en blanco, pero al parecer todo lo que el chico tenía de atractivo lo tenía de mal educado porque me miraba como si fuera un chicle en su zapato, como una niña molesta que no podía comportarse.