Gracias a Dios llegue al aula con el tiempo justo. Luego de encontrar un lugar para sentarme llegó el profesor presentándose y dando inicio a la clase. Era un señor mayor, posiblemente cerca de los sesenta años, canoso y con bigote.
- Buenos días alumnos, espero que tengan un excelente inicio de clases. Mi nombre es Ezequiel y la materia que nos compete es historia económica... –fue interrumpido debido a un alumno que llegaba tarde.
Cuando vi a Santiago ingresar al aula abrí los ojos como platos. Era increíble que me lo cruzara en todos lados, como si el mundo quisiera acercarnos, o tal vez esperaba que nos matemos ya que cada vez que nos veíamos salían chispas y no precisamente de las buenas.
Todo el tiempo que duró la clase pude sentir sus ojos clavados en mi espalda. Era bastante incómodo, no sabía si me miraba porque le gustaba, o si me miraba porque le parecía un bicho raro (lo que me parecía más coherente al juzgar por su expresión). Sólo una vez me giré para observarlo e inmediatamente apartó la mirada, disimulando que tomaba nota de lo que el profesor decía. Podía notar que estaba nervioso, pero claro que no éramos amigos como para preguntarle qué le ocurría.
Al terminar la clase salió del aula como si lo persiguieran mil demonios. Definitivamente había algo muy extraño en él.
No volví a verlo en otra clase por el resto del día, ni tampoco lo vi en la cafetería en la hora del almuerzo. No es como si lo estuviera buscando... Solo fue algo que noté desinteresadamente... A quién quiero engañar, sí lo estaba buscando, pero porque luego de verlo irse tan nervioso quería ver si se encontraba bien. Nada más.
Nick me conocía demasiado bien, sentí su mirada en el almuerzo ya que estuve un poco distraída mientras ellos hablaban animadamente. Así que al final del día, en el viaje de regreso a casa empezó con su interrogatorio:
- ¿Vas a decirme qué ocurre?
- ¿De qué hablas? No pasa nada.
- Lucy... –dijo suspirando. - A mí no puedes engañarme, ¿recuerdas? Sé que estas ocultando algo, o algo te preocupa. Has estado rara en el almuerzo y ahora estás más callada de lo normal.
- De verdad, no pasó nada. Es solo que estaba pensando en... –me detuve en cuanto me di cuenta que estaba hablando sin pensar, todavía no le había hablado a Nick sobre Santiago, aunque en realidad no tuviera mucho para decir.
- ¿En quién? ¿Marcos?
- ¡¿Qué?! Dios no Nick, no vuelvas a nombrarlo. Pensaba en un chico que me encontré en una clase, lo conocí en el consultorio de mi psicólogo.
- Espera, ¿Qué? ¿Estabas pensando en un chico? –por un momento pensé que notaba celos en su tono, pero luego me dirigió una mirada pícara mientras subía y bajaba sus cejas.
- No te ilusiones, el tipo es un idiota –dije poniendo los ojos en blanco. – Se cree el mejor del mundo o algo así porque cada vez que nos cruzamos terminamos discutiendo.
- Y a ti te encanta, ¿verdad?
- ¡¿Pero qué dices?! –exclamé dándole un empujón en el hombro. - Ni lo conozco y lo poco que hemos hablado me ha tratado como una niña tonta, por supuesto que no me gusta.
- Ajá sí, y por eso no dejabas de pensar en un chico que no te atrae en lo absoluto –se reía mientras me miraba y yo cruzaba los brazos como una niña caprichosa. - ¿Cómo es? Tal vez lo conozca.
- No creo porque yo no lo he visto antes, debe ser nuevo. Se llama Santiago, es alto, musculoso... Tiene varios tatuajes en los brazos... Pelo negro y unos hermosos ojos verdes...
No me había dado cuenta que me había perdido en mi mente imaginándome a Santiago hasta que Nick pasó sus manos delante de mi cara para llamar mi atención.
-Ten cuidado –dijo con una expresión seria. – Si el tipo es un idiota como dices no merece que te pongas así por él.
- Siempre dices eso de cualquier chico que tenga cerca. "No te merece" ¿Qué se supone que significa eso de todas maneras? Además, tú sacaste el tema, no yo.
- Sólo... Ten cuidado eso es todo, ya sabes lo que ocurrió la última vez.
El resto del viaje fue en silencio. Entendía que se preocupara por mí pero ya estaba harta que todos me recordaran lo que había ocurrido, necesitaba pasar página.
El resto de la tarde me la pasé en mi cuarto escuchando música, hasta que Gabriela vino a avisarme que la cena estaba lista. Mi padre ya se encontraba en la mesa esperándome:
- Hola hija ¿Cómo ha estado tu día?
- Bien... Normal, supongo. ¿Y el tuyo?
- Oh, yo estoy bien, descuida –hizo una pausa mientas comíamos y continuó: - Con respecto al psicólogo... ¿Cómo lo llevas? ¿Sigues teniendo las pesadillas?
Él sabía que sólo había ido dos veces y que no era algo mágico que fuera a desaparecer de la noche a la mañana, pero notaba lo preocupado que estaba así que decidí tranquilizarlo:
- La verdad que voy bien... Mateo es un profesional muy agradable y me hace sentir cómoda. Me ha servido mucho poder hablarlo y descargarme; seguramente las pesadillas irán disminuyendo no te preocupes, sé que vamos por buen camino.
- No sabes cuánto me alegro, Lucy. De verdad me tranquiliza saber que la terapia está ayudando –dijo mirándome con una sonrisa.