El resto de la semana no volví a cruzarme con Santiago, sospechaba que estaba evitándome porque cuando en los pasillos cruzábamos miradas se giraba y se iba en otra dirección. Pero no tenía ningún sentido, yo no le había hecho nada.
Compartíamos algunas clases pero hacía como si yo no existiera, no me dirigía la mirada y sólo hablaba si el profesor le preguntaba algo directamente. No tendría por qué importarme, pero había una parte de mí que le dolía tanto rechazo; no teníamos por qué ser amigos si no quería, pero al menos saludarnos por respeto no se...
Lo más extraño ocurrió cuando el lunes por la tarde, luego de terminar la sesión con el psicólogo, salí y no lo encontré allí. Me parecía demasiada casualidad, pero si por alguna extraña razón lo que él quería era no volver a verme, que así sea. Iba a dejarlo en paz y no iba a volver a pensar en él, o al menos lo intentaría.
El viernes en el almuerzo, Nick me contaba acerca de una película nueva que había visto en Netflix cuando nuestras amigas mellizas llegaron a nuestra mesa muy contentas:
- ¿Se enteraron lo de mañana? ¿Van a ir? –dijeron al unísono.
- ¿De qué hablan? –preguntó Nick.
- ¡De la fiesta! Acaban de invitarnos. Va a haber una fiesta en la playa mañana en la noche, ¿vienen?
- Mmm no sé si estoy de humor para fiestas, lo siento, vayan ustedes –dije con una mueca.
- De eso nada, señorita. Tú y yo saldremos a mover el trasero como si no hubiera un mañana y no estoy preguntando –Nick siempre tan adorable...
- Dale Lucy, ¡di que sí! Hace mucho que no salimos a divertirnos –insistió Clara.
- Bien –dije en un suspiro. – Tampoco es como si Nick me dejara opción.
- Oh vamos, tu sabes que quieres ir. No me vengas ahora con el cuento de que no te gustan las fiestas cuando ya no te lo crees ni tu misma –contestó este provocando que todos riéramos.
Una vez en casa le avisé a Gabriela que cenaría antes de que llegara mi padre. Mañana en la tarde vendrían Clara y Bianca a casa a prepararnos para la fiesta. Así que como no iba a poder dormir siesta, decidí acostarme temprano y dormir para descansar lo máximo posible.
Realmente había pasado tiempo desde la última vez que había ido a una fiesta y estaba un poco ansiosa, pero sabía que me vendría bien distraerme y disfrutar de una noche de música y alcohol con amigos.
- Eres tan hermosa... –me decía un hombre entre besos, acariciando mi cuerpo. – Dios Lucy, me vuelves loco.
No podía verlo, no veía nada en realidad porque tenía los ojos tapados con algún pañuelo o antifaz. Su voz era muy familiar pero no lograba distinguirla.
- Santiago... –suspiré con su toque, aferrándome a las suaves sábanas de la cama.
Subí mis manos hasta su espalda arañándolo cuando bajó su boca hasta mis pechos. Pero de repente, con un movimiento brusco, me agarró las manos y las sostuvo arriba de mi cabeza. Con una mano sostenía las mías, y con la otra me apretaba el cuello.
- ¿Santiago? –dijo con una carcajada irónica. - ¿Me estás engañando, perra?
Me sacó el pañuelo de los ojos y finalmente pude ver de quién se trataba. Tenía un sudor frío en todo el cuerpo, temblaba como una hoja. No podía estar pasando, no de nuevo. El agarre sobre mi garganta se hacía más fuerte a cada segundo.
- ¿Ma... Marcos?
- Por supuesto, preciosa. Ahora dime quién es ese Santiago...
- N... Nadie, no es nadie –cada vez me costaba más respirar. – Por favor, déjame ir.
Las lágrimas y la falta de aire nublaban mi visión. No había nada que pudiera hacer... Me tenía inmovilizada. Una sonrisa diabólica se posaba en su rostro, la mirada que me daba me ponía enferma, podría vomitar si no me estuviera ahogando.
- No olvides que eres mía Lucy... –acercó su rostro, oliendo mi cuello, apretando aún más. – Eres tan hermosa... Es una lástima que seas tú la que pague por todo.
- ¡NO! –desperté agitada, sin aire. Me llevé las manos al cuello, estaba completamente transpirada.
Salí de la cama temblando y fui al baño a lavarme la cara y tranquilizarme. Al volver vi que eran las 8 de la mañana, pero a pesar de mis intentos y de estar una hora dando vueltas en la cama, fue imposible volverme a dormir.
No podía creer lo que había soñado. Había nombrado a Santiago, fue una locura... Un escalofrío me recorrió el cuerpo al pensar en Marcos. Recordé lo que me había aconsejado el psicólogo y como me era imposible dormir me levanté y escribí el maldito sueño en mi cuaderno.