- ¡¿Cómo dices?! ¿Lo has invitado a tu casa? Estas loca Lucy... No sabes nada de él y se te ocurre ¡meter un extraño a tu casa!
- ¡Por Dios Nick, deja de exagerar! No es un extraño, es un compañero de clase y no es nada loco que venga a hacer un trabajo práctico –no entendía de donde salía tanta preocupación, últimamente se había estado comportando muy raro cada vez que nombrábamos a Santi.
Estábamos en el auto, acabábamos de llegar a la universidad y todo el buen humor que Nick parecía tener se había esfumado en un segundo cuando le dije que después de clase me iría con Santi a mi casa. Entendía que no le cayera bien, pero no puede juzgarlo o decir que es peligroso sin conocerlo... Muchas veces las apariencias engañan. Sin embargo, la última vez que no escuche a mi mejor amigo acerca de un hombre terminó teniendo razón.
- Está bien, siempre crees que exagero así que no diré nada más, pero después no digas que no te lo advertí. Terminarás enamorándote y él no hará más que romperte el corazón.
- Creo que estás yendo demasiado rápido ¡Solo va a venir a hacer un trabajo! –dije levantando las manos en señal de paz. – Te prometo que tendré cuidado, ¿está bien?
- Bien... Disculpa, sé que exagero un poco, es solo que me preocupo por ti y no quiero que vuelva a ocurrirte nada. Y si así fuera entiendo que es tu vida y debes cometer errores para aprender de ellos. Yo siempre estaré ahí para levantarte cuando te caigas... Y para romperle la cara a cualquier idiota que te haga daño.
Por estas cosas era mi mejor amigo, yo lo amaba y sabía con certeza cuánto me amaba él a mí. Lo miré con los ojos llenos de lágrimas y nos abrazamos un buen rato.
- Eres el mejor –le dije todavía sosteniendo el abrazo.
- Lo sé, querida... Lo sé –dijo con voz de diva al separarnos y bajamos del auto entre risas.
Al terminar la última clase del día me dirigí al estacionamiento. Ese día no compartía ninguna clase con Santi, solo lo había visto de lejos en la cafetería por lo que no habíamos hablado.
Él ya estaba esperándome de pie, apoyado en su auto distraídamente. Llevaba unos vaqueros negros, una remera blanca y una campera de cuero que le quedaba de muerte. Cuando me sintió llegar levantó la mirada y me dio una media sonrisa. Todavía se me aceleraba el corazón cada vez que posaba sus hermosos ojos verdes en mí. Le devolví la sonrisa con timidez y nos dirigimos a mi casa.
Por un momento me asustó que supiera por dónde ir sin preguntarme la dirección, pero luego recordé que fue él quien me trajo de la fiesta en la playa.
- ¿Qué sucede? Es raro verte callada.
- Nada nada, solo estaba recordando la noche de la fiesta en la playa. Espero no haber hecho mucho papelón contigo, mis recuerdos son un poco borrosos.
- Tranquila –dijo riendo por lo bajo. – No hiciste nada de lo que debas arrepentirte.
A los pocos minutos llegamos a mi casa, Theo vino corriendo a saludar muy emocionado y también a olisquear al invitado. En estos pocos días ya había crecido un poquito, pero seguía siendo una bolita peluda. Santi se agachó y le acarició detrás de las orejas, donde le encantaba. Instantáneamente Theo se acostó patas para arriba mientras él le acariciaba la pancita, estaba claro que se habían caído muy bien.
Subimos a mi cuarto y terminamos el trabajo después de dos horas y media. Estábamos los dos en el piso sobre la alfombra con la espalda sobre mi cama, los apuntes y los libros nos rodeaban y Theo dormía plácidamente en las piernas de Santi. Nuestros brazos a penas se rozaban mientras terminaba de escribir en mi laptop.
- Entonces... –dijo Santi mientras esperábamos que se imprima el trabajo. – Dijiste que vivías aquí con tu padre, ¿verdad? ¿Qué ocurrió con tu madre?
- ¿Yo no puedo hacerte preguntas personales pero tú sí a mí? –dije bromeando.
- Perdona, tienes razón. No tienes que responder si no quieres.
- ¿Qué te parece si yo te respondo la pregunta y luego tú me cuentas también sobre tu familia?
- Me parece justo.
- Bueno... Mi madre murió un año después de tenerme, así que no tengo recuerdos de ella más que las anécdotas y las fotos que me dio mi padre, solo sé que era hermosa y que era una excelente persona. Papá trabaja más de lo que lo veo, así que no tenemos una gran relación. Sin embargo, Gabriela trabaja aquí desde siempre y es como una madre para mí, siempre está cuando la necesito –no era algo de lo que me gustara hablar porque me ponía triste, pero había algo en él que me daba tranquilidad y confianza.
Santiago me miraba de una manera diferente, ya no parecía querer pelearse con el mundo. Puso su mano sobre la mía y se sentó un poco más cerca.
- Te toca –lo animé a que me contara sobre él.
- Yo no conozco a mi padre, nos abandonó cuando se enteró que mi madre estaba embarazada de mí. Ella nunca quiso hablarnos de él y mi hermano era muy pequeño como para recordar cómo era. A pesar de no tener mucho dinero, jamás nos faltó nada. Mi madre es la mejor madre que podría haber pedido, lo dio todo y más para que no sintiéramos la falta de un padre –suspiró con la mirada perdida, como perdido en sus pensamientos.
- Se oye como una mujer maravillosa.
- Sí, lo es –dijo con una sonrisa.
- ¿A qué se dedica tu hermano?
- Bueno, él... –se aclaró la garganta, nervioso y dijo: - Para él es un poco difícil. Hace unos años estuvo metido en un mal entendido que lo llevó a estar tres meses en prisión, pero no es mala persona. La gente juzga mucho a la hora de conseguir un trabajo y suelen rechazarlo, así que hace los pequeños trabajos que consigue por ahí.
- Oh, entiendo... –nos mirábamos fijamente, estábamos muy cerca, nuestros rostros se acercaban cada vez más y no me permitía pensar palabras coherentes.
- Lucy... Eres tan hermosa... –dijo en un tono apenas audible cuando alzó la mano para acariciarme la cara. Podíamos sentir la respiración agitada del otro en nuestros labios.