Dangerous Love

CAPÍTULO I

PASADO
La vida apesta.
No hay necesidad de mentir. Es cruel, repugnante, insensible, llena de jodidos estereotipos y millones de cosas más.
Sí, yo odio completamente mi vida. Lo único que me mantiene cuerda es mi familia. Son las únicas personas que puedo tolerar desde...
El punto aquí es que apenas llevamos dos malditos meses en Derby y mi loca madre ya fue invitada a una fiesta. Es que esa mujer es un ángel caído del cielo, con una simple sonrisa ya alegró medio vecindario.
Estoy contenta por primera vez en años, al fin nos habíamos largado de Manchester, ese lugar simplemente me daba náuseas y es que todo me llevaba de nuevo al mismo lugar, una y otra vez.
Ahora estamos en Derby, no es que sea lo más lejos de Manchester, literalmente están a una hora de distancia. Pero el chiste era ya no seguir ahí, toda la gente que me rodeaba era tóxica e hipócrita.
Mi "mejor amiga" había dicho que me llamaría, pero ¡oh no!, ¡seguro que le ha pasado algo! No me ha llegado ni un hola de su parte. Ah sí, pero vi en las historias de otra persona que andaba toda ida en una fiesta el día de ayer.
Debí suponerlo. Yo simplemente siempre fui un tanto fácil de olvidar.
Pero me da igual, así como me olvidan en dos segundos, yo apenas recordaba que existían cuando hablábamos.
Bueno, bueno, mi mamá es un desastre ahora mismo. Loca por causar una buena impresión. Como si no nos conocieran ya.
Mi padre es un empresario bastante conocido por vender no sé qué cosas, me da igual. Lo han invitado a varios eventos y hemos ido a distintos países solo para promocionar sus productos. De esa parte no me quejo.
Me quejo de la constante atención.
Me miran con esa cara de "mira que ahí va la riquilla, hija de papá" y lo detestó. Otros en cambio me miraban como de "por dios mírala, que envidia, tiene todo y es así de amargada" esa era un poquito cierto, pero aun así molestaba.
Aunque no era como los niños ricos que ven en la televisión, esos prejuiciosos que se creen con el derecho de hacer lo que se les pegue la regalada gana. No. Yo soy de esas que se encierran en su habitación a leer, escuchar música o simplemente dormir.
Sí, nada productiva.
No pedía el celular del año, no pedía ropa de la Gucci y esas. Yo era feliz con mis sudaderas, jeans y tenis. No me hacía falta nada más.
En cuanto a Charlotte... Bueno mi hermana es más pipiris nice, le encanta estar a la moda y todo eso. No es presumida pero es esa niña a la que ves y dirías que es fresa, ya después la conoces y te das cuenta de que es un demonio de Tasmania.
Oh, como amo a esa loca.
Aunque no lo demuestre con afecto y esas cursilerías, mi hermana es de lo que más me importa en este mundo. Haría de todo por ella. Todo.
Hablando de Charlotte, justo ahora debería ver si está lista. Seguro y se tarda los años arreglándose. La pobre solo tiene catorce y se desvive estando a la moda como loca. 
—Ey, bicho—me asomé por su puerta y efectivamente ahí estaba estresada frente al espejo—¿Pero qué tanto te haces? Si tienes toda la cara de bebé. 
Puso los ojos en blanco y resoplo. Ni un rastro de acné tiene la mocosa. A su edad yo era un lío de barros por toda la cara. Y ni así use maquillaje. Ja! 
—No me digas así Blake—musitó—Ya casi estoy lista. Solo me falta...—fue corriendo a su tocador y tomó un brillo labial. 
Se lo puso como toda una experta y sonrió a su reflejo. Rodé los ojos y me alejé, no sin antes gritarle que se apurara o nos iríamos sin ella. Llegó más rápido que flash a la sala. 
Mi madre parecía que iba a una gala, su vestido verde azulado por debajo de las rodillas con esos tacones altos y esos pendientes relucientes en sus orejas. 
Mi padre llevaba uno de sus trajes. Yo veo que todos son iguales pero tiene cientos de ellos. Lleva un Rolex en la muñeca y las mangas ligeramente dobladas, con ese porte elegante que lo hacía lucir un tanto intimidante. 
Charlotte llevaba un vestido beige, de tirantes con unas zapatillas negras, el cabello recogido con unos cuantos mechones rebeldes de fuera y ese brillo ridículo sobre sus labios. 
¡Y aquí viene! 
Si, si, ya cállate maldita conciencia. 
Amanecimos bravas, eh. 
Bueeno, yo soy la rara de la familia. Todos elegantes y bien formales mientras yo, con una de mis sudaderas extra grande y unos jeans negro, rasgados de las rodillas con unos converse negros todos sucios.
Al menos me peiné. 
Claro, porque pasarte el cepillo solo de un lado, una vez, es peinarte. 
Vale, ya entendí. Soy un asco a lado de mi familia. Meh. Al menos soy original entre ellos. 
—Vamos niñas, hay que conocer a nuestros nuevos vecinos—aviso mi padre sin mirarnos. 
Siempre hablaba con ese tono distante. Ese tono demandante. Ya me he acostumbrado a él pero a veces siento una clase de rechazo de su parte. Como si a veces no fuese su hija.
Salimos de la casa y fuimos directamente a la del vecino. Todos los diseños eran distintos. La nuestra era un diseño rarito de fuera pero por dentro no estaba mal. En cambio ésta... Pues... Está grande. 
Cuando tocamos el timbre abrió una chica rubia con un vestido ajustado que le llegaba al muslo dejando ver sus largas piernas y sus curvas. El cabello le caía en ondas increíbles y el labial rojo resaltaba sus labios. Sus ojos color celeste resaltaban en medio del maquillaje.
Wow... 
Agache la mirada y cruce mis brazos. Me sentí mal, no lo voy a negar. ¿Por qué todos en este jodido mundo tenían que ser tan malditamente prefectos? 
Yo no estoy ni cerca de la perfección pero llegué a aceptarme. Eso no quita que me impresione lo genial que se pueden llegar a ver las demás. 
Nos dejó entrar y juro que casi suelto una carcajada. ¡Dios de la purísima trinidad! Pero que horrible decoración. Parece una casa de una viejita en el bosque que decora con las cosas que se encuentra entre las ramas. 
Pero más feo. 
Saludamos y esas cosas que haces cuando llegas a casa ajena. Empezó a llegar más gente y bueno, la sala se llenó de los críos correteando de aquí para allá, por lo que los adultos decidieron irse al jardín. 
Malditos viejos irresponsables. Siempre nos dejan de niñeros a los mayores. ¡Es que acaso no me conocen! Parpadeo y ya se me cayó el crío del quinto piso. 
Qué turbio, dude
Bueeno, no tan exagerado. Pero si, básicamente ya se me habrían escapado, cuando mucho. 
Estuve ahí viendo de un lado a otro que ninguno se matara entre ellos. Hasta que el timbre sonó, la misma chica rubia bajó corriendo de las escaleras mientras portaba una sonrisa de oreja a oreja. 
Claro está desapareció cuando solo eran más vecinos. Era una chica, pelinegra, ojos castaños, estilo de Rockstar, delgada y alta. Vaya que esa chica tenía estilo. A pesar de venir mayormente de color negro, podías percibir su buena vibra a millas.
Detrás de ella venían los que supuse eran sus padres, con cara de culo cabe aclarar, parecían asqueados. 
Detrás venía otra familia. Un chico con los ojos castaños, el cabello color chocolate, un outfit todo sacado de Pinterest y alto. No era muy alto pero más que yo, seguramente sí. Parecía ese chico del que te enamorarías en la secundaria. En mi caso, en los libros.
A comparación de ambos, yo sería la pitufina del trío. Aunque solo por el tamaño, porque de ahí en fuera, no creo tener algo similar a un pitufo.
Sus padres llegaron detrás de él con cara de enfado. Vaya esto sí que parecía una telenovela de esas viejitas que veía mi mamá. Donde los padres se llevaban tan mal que terminaban separando a los hijos.
Yo y mis teorías estúpidas.
Los señores chispeaban desprecio en sus miradas. Caminaron al jardín, dejando a los chicos ahí entre risitas. Una vez los padres se borraron completamente del radar, estos soltaron carcajadas.
—Jamás me cansaré de esto—admitió la chica entre risas.
—¡Es que son como niños de cinco años! —se burló el chico.
Cinco años...
Niños...
¡Mierda los niños!
Me levanté de golpe del sofá y estos detuvieron sus risas, me miraron confundidos. El ambiente de diversión seguía desparramándose de ellos pero lo controlaron.
Revisé toda la sala y no estaban los malditos mocosos en ningún lado. Fui a la cocina y tampoco se encontraban ahí. Revisé literalmente todo el primer piso y no estaban.
No pudieron haber subido las escaleras. Son niños pero no son estúpidos. Y yo no estoy tan ciega.
De pronto escuché lloriqueos y entre en pánico de inmediato. Seguí el ruido pero es que los señores andaban ya todos happys allá afuera y no dejaban de reírse.
De pronto escuché un golpe. Provino del baño. Corrí rápido hacia ahí y abrí la puerta. La nena de tres años y el de cinco estaban llorando en el piso mientras que el otro, que parecía de seis estaba de pie observándolos con lástima.
—¿Pero qué estaban haciendo? ¡Quién rayos se esconde en el baño si no alcanza la perilla! —reclamé cómo si me fuesen a dar una respuesta maravillosamente lógica.
—Fueron ellos—acusó el mayor señalando a los llorones.
Rodé los ojos y los saqué a los tres del baño. Parecía mi madre cuando me fugaba de las clases y me llevaba a jalones de oreja.
Ugh.
Me costó que dejaran de lloriquear pero al final lo logré. Después me senté de nuevo en el sofá, estresada y a la vez con un post-susto terrible. Creí que ya se me habían muerto.
De la nada se escucharon unas fuertes carcajadas. Levanté la mirada y los mismos que entraron hace un rato ahora estaban en el sofá riéndose de mí.
—¡Pero si tu cara ha sido de mero susto! —chillo la chica—¡Parecía que te ibas a cagar encima! —por más que traté de molestarme no pude.
Si, fue bastante gracioso.
Pero, no, sólo mi conciencia se burla de mí.
Anda con todo b*tch
Puse cara seria y los miré como toda una mujer madura. ¡Ja!
¿Madura? ¿Yo? Pff obvio...
Si, eres tan madura...
—Vale, no te pongas así, solo estamos jugando—me aseguró el chico—no es en mal plan.
—Es que ya hemos vivido esto cientos de veces y ahora te ha tocado a ti...—la chica agregó, reprimiendo una risa—Es que debo admitir que fue una reacción bastante graciosa.
Rodé los ojos—A mí no me lo ha parecido así.
—Soy George y ella es mi novia Megan—se presentó—pero no digas nada, nuestros padres tiene una rivalidad loca.
Sonreí.
—Ni me había dado cuenta—murmuré.
—Eres la nueva, ¿no? ¿De los Steele? —preguntó la chica una vez calmó su risa. 
—Sip. 
—Dale, supongo que eres ¿Blake? 
—Así es. 
Estos tipos son las personas más alegres que he conocido. Y no en el sentido en el que te estresan. En el sentido en el que te hacen reír todo el tiempo. 
Hace tiempo que no me reía así. Se siente bien. 
Me estuvieron hablando de su relación a escondidas. Por lo que entendí, sus padres solían ser mejores amigos hasta que los de Megan despegaron su compañía y los dejaron detrás. No quisieron apoyarlos en unos cuantos gastos, tuvieron rivalidades, se les subió un tanto el ego y así terminaron por dejar de hablarse.
Si, el dinero arruinó su amistad. Típico. 
Pero creo una rivalidad extrema. Se desviven compitiendo por quién vende más, quién tiene más clientes, quién es esto y así... 
Por eso ellos tuvieron que alejarse un tiempo pero se reencontraron y dale pues sucedió. Y otros detalles que prefiero no recordar. 
De la nada se escuchó el timbre. La chica rubia bajó a paso apresurado las escaleras. Al momento de posar su mirada en Megan ambas se hicieron una mueca de disgusto. Parecían conocerse desde antes y no agradarse la una a la otra ni un poco.
Puso los ojos en blanco y abrió la puerta. Debían ser al menos las doce de la noche, apenas se alcanzaba a ver la silueta de la persona en la puerta. 
Soy una chismosa, metiche, o como quieras llamarme pero todos hemos mirado o husmeado donde no nos llaman alguna vez en la vida. 
Era la silueta de un hombre, eso estaba claro, pero no tengo idea de quién sea. La chica le rodeó el cuello con los brazos y se paró de puntitas.
Parecían estar a punto de besarse por lo que giré la cabeza mirando otro lugar. Me da asco ver gente siendo cariñosa frente a mí.
—No. 
—Lo sé... Lo siento. 
No entendí así que volví a mirar en su dirección. La chica tenía la cara cabizbaja y el chico quitaba los brazos de ella de su cuello. Pensé que eran novios o algo así.
Dijeron unas cosas que no escuché. Si me iban a matar, que lo hicieran de una buena vez, me dejan con la intriga. 
Pero es que a ti nadie te quita lo chismosa y pendeja. 
Pues lo siento, eres mi conciencia, estas igual. Te aguantas. 
A
En eso el chico entró. ¡Madre mía de la Purísima creación! Ese... ¡¿Acaso estar así de bueno es legal?! 
Era alto, bastante alto. Podría decir que más de metro ochenta. Era delgado pero podías notar a millas que trabajaba ese cuerpo en el gimnasio. Se notaba bastante fornido. Tenía el cabello en un lío de rulos desacomodados rebeldemente, el cabello lo tenía algo largo, diría yo que justo a la medida correcta. 
Vamos, parece que los ángeles y el mismísimo diablo se han juntado para tallarlo a la perfección. ¡Es que su mandíbula está más estructurada que mi vida! Podría cortar vidrio si quisiese, no tan fantasioso, pero si es bastante marcada su mandíbula. Tiene una nariz toda bella. Fina. Puntiaguda. Algo así como la de Leonardo Di'caprio cuando estaba joven. 
Al momento en que escaneó con su mirada la sala, noté su mirada profunda e intensa. Esos ojos esmeralda deberían ser tiernos pero son intimidantes. Aunque la luz que había en el lugar no era la más nítida, podías apreciar el color brillante de sus ojos. Un color precioso.
Claro que en ningún momento me puso atención. Se fueron a la parte de arriba sin decir nada. Así que yo tampoco dije nada. 
Unos tragos más tarde... 
Solo fueron unos cuantos, mis padres están fuera y no me puedo emborrachar. Además, apenas cumplí los 18, aún seré el ejemplo de mi hermana. Mientras no ve, me divierto. 
No sé ni de que tonterías hablan estos dos pero estamos riendo a carcajadas. Los mocosos ya se durmieron y no sé cómo es que no se despiertan con el ruido que hay. Ojalá así se queden hasta que me vaya. 
Amén 
De tantas risas y tragos mi vejiga esta que explotará. Ya apretar las piernas no servía. Demonios, que pena entrar a baños ajenos. 
—¿Dónde está el baño? 
—¡Ahí! Ah, pero acaba de entrar la señora Lockwood, ¡esa mujer caga un circo! Mejor ve al de arriba. 
—¡Qué asco! —no tienen filtro las palabras de esta chica.
Todos son unos raritos. Me levanté del sofá y subí las escaleras lentamente. No estaba ebria pero si algo divertida. 
Caminé por el pasillo tarareando algo, el baño está hasta el final. Pasando las primeras habitaciones no escuché nada hasta que pasé por la última. 
¡Oh, Dios! 
Hice una mueca de disgusto y caminé más rápido. Sonidos traumantes para mí pobre virgen ser. 
—¡Mierda! 
—¿Qué pasa? 
—Debo ir a limpiarme... 
—Pero... Aún no... 
—Ya me voy
De pronto se escuchó que una puerta se abrió con mucha fuerza. Ya estaba a punto de cerrar la puerta del baño hasta que un pie la detuvo. 
Se abrió de nuevo y me dejó ver cara a cara al apuesto chico de hace rato. Ay pero es que si me mira así juro que me meo encima. 
—Está ocupado...—recalqué lo obvio 
—Pues largo. 
—No. 
Me miró, casi diría que me está matando de mil maneras distintas en su cabeza. 
—¿Quieres algo princesa? 
Fruncí el ceño—¿Princesa? Oh, Dios... Solo déjame orinar, ¿sí?
Ay pero que romántico, consigue al chico meandole encima de paso. 
—Puedes esperar, ahora lárgate y déjame arreglar esto. 
Oh... Bueno es que en mi defensa yo no miro ahí abajo. Tenía el pantalón desabrochado dejando a la vista su bóxer y un bulto ahí. Subí la mirada y me hice la desinteresada. 
—No tengo la culpa de que no te corrieras.
Me dedico una sonrisa torcida y se acercó a mí, retrocedí pero mi espalda golpeó con el lavamanos. Colocó ambas manos a los costados de mis caderas y acercó su cara peligrosamente a la mía. 
Mi corazón comenzó a latir desesperado. 
—No, pero podría ser tu culpa que me venga...
No... No. No. No. 
Sentí que todo mi cuerpo se quedaba congelado. Sentí como todo a mi alrededor iba más lento. Mis manos comenzaban a temblar y yo a hiperventilar. 
—¿Sucede algo? ¿Ya no te crees tan ruda? 
Mi respiración comenzó a agitarse. Mordí mi lengua para distraerme. No lo logré. 
—Déjame en paz—murmuré y lo empujé por el pecho, me alejé lo más rápido que pude. 
Debo salir de aquí. 
Dijo algo pero no lo escuché. De pronto no escuché nada más que mis propios latidos y respiración agitada. Salí corriendo de aquella casa y me fui a la mía. Me encerré en mi cuarto y, sin quererlo, las lágrimas comenzaron a desprender de mis ojos. 
Todo el cuerpo me temblaba. Las lágrimas salían a paso a apresurado. Cerré los ojos con fuerza intentando hacer que esto se fuera. 
Ven linda
—No... 
Es que es una muñequita
—No, por favor... 
No te vamos a hacer nada
—¡Basta! 
Jalé mi cabello intentando concentrarme en cualquier otra cosa. Todo menos eso. No otra vez. 
Por favor... No otra vez. 
Ahí tumbada en el suelo de mi habitación, inundada con mis pensamientos, lloré silenciosamente. 
El tormento de esa vez no me iba a dejar en paz. Por más que lo intente. 
Estoy condenada. 



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En el texto hay: mafia, romance, acción

Editado: 01.03.2022

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