Daño Colateral

Capítulo 5

Capítulo 5

523 días antes del suicidio

Alex

Era inesperado, incluso para mí, haber vuelto a la librería. Debía culpar a mi impulsividad en primer lugar. Pero habían sucedido muchas cosas en todos estos días. Para ser más preciso, en mi mente habían sucedido muchas cosas.

Quizá era un completa locura, pero antes no había estado tan seguro de hacer algo como ahora. Y aunque solo se trataba de algo —que se podría catalogar como sencillo—, tenía serias dudas de cómo podría resultar todo.

—Así que… ¿necesitas más libros? —me preguntó Adrien. Su expresión de incredulidad no pasaba desapercibida.

—Sí, necesito unos cuantos —respondí, mostrándome indiferente.

 Aparté la vista de él y volví a centrarme en Anne. Estaba organizando algunos libros en los estantes más lejanos. No me quedaba claro si no se había dado cuenta de que estaba ahí o solo estaba ignorándome, de todas formas, yo no podía siquiera dejar de mirarla.

Llevaba un vestido de un azul cielo, contrastando a la perfección con su piel. Me gustaba como le quedaba el cabello suelto.

 —¿Tienes alguno en mente?

—Sí, por supuesto. Unos cuantos —volví a responderle casi por inercia.

Había pasado los últimos días sin poder sacarla de mis pensamientos. El día que terminamos huyendo del conservatorio, nos quedamos en un café a unas cuantas calles de ahí. Y aunque la mayor parte del tiempo no hablamos sobre mucho, bueno, en realidad, ella se limitó a escucharme hablar, hubo algo en todo ese misterio que emanaba que me cautivó, aunque eso ya lo había hecho desde mucho antes.

 Y bueno, los misterios deben ser resueltos. Ya lo había dicho.

 —Alex.

Ujum.

—¡Alex!

Giré a verlo de nuevo. Había dejado a un lado lo que antes hacía. Pareció bastante interesado en lo que yo estaba pensando, de alguna manera, como si hubiese conseguido leerme la mente.

 —¿Crees que tarde mucho? —Le pregunté—. Ella sabe sobre los libros. No es nada personal contigo…

 Adrien sonrió.

—Quieres que te dé un consejo… —dijo, situándose junto a mí. Ambos seguíamos los movimientos de Anne, sin ningún tipo de disimulo—. Desiste de todo lo que piensas hacer.

De acuerdo, eso no era en absoluto lo que esperaba escuchar.

—¿Qué? ¿Por qué? —pregunté.

—La conozco desde hace mucho tiempo, jamás ha salido con alguien. ¿Por qué piensas que será diferente contigo?

—¿Qué te hace pensar que iba a invitarla a salir? —intenté hacerme el desentendido.

En realidad, no se equivocaba en pensarlo. ¿Tan obvio era?

—Hm, déjame pensar. —Se cruzó de brazos—. Quizá sea por el hecho que desde que llegaste no has dejado de mirarla, sumándole que llevas repitiendo; «lo haré, soy el jefe, soy el jefe». Lo cual es sumamente ridículo.

Me rasqué la barbilla.

—Bien, quizá tengas razón…

—Es una terrible decisión de tu parte, créeme.

—No hay razones para que lo sea.

Imité su postura, trataba de relajarme y entender a qué iba todo lo que estaba diciéndome.

—¿Hace cuanto la conoces? ¿Un par de semanas? Eso convierte todo de forma automática en una mala idea.

—Algunas personas se van a vivir justas tras un par de semanas de conocerse. Yo, por mi parte, no quiero ir tan lejos. Solo es una invitación, los amigos salen todo el tiempo.

—¿Y estás seguro que son amigos? ¿Estás seguro que solo quieres ser su amigo?

Dejé de verle a él e intenté buscar de nuevo a Anne. A primera vista no pude localizarse, se había movido de donde antes estaba.

Las palabras de Adrien siguieron retumbando en la mente por un rato más. Yo incluso no estaba muy seguro de conocer la respuesta a sus preguntas. De alguna forma quería conocerla, más allá de aquel cruce de palabras o de su continua irreverencia. Quería saber que cosas le gustaban, que la molestaba o si prefería la lluvia, los bosques o la playa.

No me sentía culpable por ello, cualquier sentimiento que se generara en mí no era más que natural, era la prueba de que era un humano, uno común y corriente, que sentía, que se permitía sentir. Sin limitaciones, sin ataduras, sin prejuicios. 

—¿Tú haces parte de los rechazados? —le pregunté, unos minutos después.

Adrien sonrió, como si estuviera lejos de todo aquello.   

—Conmigo sale todo el tiempo, pero es diferente… —Pausó un momento, y luego agregó—: No lo malentiendas, por favor. No me siento atraído por las mujeres, Anne es mi mejor amiga.

          «Idiota presumido».

 Guardé silencio por un momento, volviendo a aquella primera vez que vi a Anne. Quizá, ahora que lo pensaba mejor, haber estado en aquella tienda ese día no fue simple casualidad.




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