Dante

17. La sangre que mancha el bosque

Empujé la puerta del Golden Caffé con tanta fuerza que a Olivia Rees se le cayó el chocolate caliente que sostenía entre sus manos al suelo, rompiendo la taza de cerámica en mil pedazos.

—¡Joder! —gritó, asustada, encarándome al levantarse de pronto.

Me acerqué a ella sin fingir que me preocupaba lo que acababa de hacer, llamando también la atención de Violet Birdwhistle, quien salió de la barra para intentar detenerme.

—¡Barbara, por Dios, que estamos cerrados! —chilló.

Di un último paso para quedar frente a ellas, que me miraban como si fuera un maldito fantasma, pidiendo explicaciones.

Estaba claro que yo no era discreta. De hecho, nunca lo había sido, aunque tampoco lo había necesitado ser jamás. Mis interacciones de los últimos dos años se habían llevado a cabo entre mis padres y Julius, y, donde más solía gritar para desahogarme era bajo el ciprés del cementerio, donde nadie iba a molestarse por mis chillidos.

Carraspeé, colocándome un mechón detrás de la oreja para seguir pareciendo una persona normal.

—He oído lo de Savannah. Ella estaba aquí, ayer, a mi lado —dije con la respiración algo entrecortada debido a los kilómetros recorridos a paso rápido. Tampoco era muy deportista.

Vi se giró hacia Oli, tal vez pidiéndole permiso para hablar, aunque la segunda ya había tomado la iniciativa.

—Y ahora ya no está, como Mandi —pronunció con dureza.

Desvié mi mirada hacia la camarera, que se toqueteaba nerviosa las puntas de su cabello, y, de nuevo, hacia Olivia, que, pese a querer mantener la compostura, jugueteaba con sus manos, como si yo no fuera a darme cuenta.

—Mandi está muerta —le recordé, aunque tal vez no tuve demasiado tacto al hacerlo —, pero Savannah tal vez siga con vida. Si ha entrado en el bosque como dijo tu padre —mencioné, dirigiéndome a la joven Birdwhistle—, tal vez siga allí.

Olivia chasqueó la lengua con desaprobación.

—¿Te crees que eres James Bond? —preguntó, prácticamente escupiendo sus palabras.

Me crucé de brazos, intentando averiguar a lo que se estaba refiriendo con aquello. Ella imitó mi gesto, tal vez desafiándome.

—No puedes entrar en el bosque —me advirtió Violet—. Nadie puede.

Probablemente fuera una estúpida por querer ir a buscar a una chica recientemente desaparecida en el mismo bosque en el que se encontró el cadáver de su antecesora, pero algo en mí me decía que era mi deber.

Era escritora, seguramente no la mejor, pero sí que disfrutaba de hacerme llamar como tal. Mi imaginación creaba tantas escenas como era capaz y todo era gracias a mis propias vivencias en la realidad. ¿Acaso la muerte de Amanda no fue lo que me inspiró a continuar con mi novela?

Sentía la terrible necesidad de averiguar lo que estaba ocurriendo, si realmente había un Della Rovere involucrado en el caso y si, por alguna casualidad, Savannah Clifford seguía con vida.

—Voy a la comisaría a presentarme voluntaria para la búsqueda de Savannah. Con suerte, cuantos más seamos, antes la encontraremos —sentencié, dispuesta a ofrecerme al sheriff Rees al igual que mis conocimientos sobre el bosque guardados en aquella imagen en mi teléfono móvil.

Me di la vuelta con altanería, con la barbilla levantada y tan segura de mí misma como jamás lo había estado. No sabía si era debido a mis buenas intenciones o al beneficio que aquello iba a aportarme, pero me sentía momentáneamente motivada a, por primera vez en mi vida, ayudar en algo.

Alguien me tomó de la muñeca, impidiendo que siguiera avanzando, y me di la vuelta, molesta por que estaban intentando retenerme.

Olivia, sin embargo, no me soltó.

—Mi padre está en el bosque desde las seis de la mañana. Están cepillando toda la zona oeste, donde encontrasteis a Amanda —me informó, con la voz algo temblorosa.

Podía decirse que mi vecina, la que siempre había pretendido parecer ruda y firme, tenía miedo. Sus cabellos anaranjados caían sobre su rostro pálido, más de lo normal, y sobre sus ojos verdes de iris temblorosos, como si estuviera a punto de echarse a llorar.

Sabía que la muerte de su amiga la había afectado casi tanto como la de su hermano, aunque ahora ya éramos adultas y parecía querer demostrarlo de otra forma, mucho más calmada, aunque igual de apenada.

Violet, a su lado, se quitó el delantal de pronto y lo dejó sobre la barra, para sorpresa de ambas.

—Yo vengo contigo, Barbara. Si podemos salvar a una chica del sino de Amanda, vamos a hacerlo —dijo, asintiendo con la cabeza.

Arqueé las cejas, aunque no me negué. Violet era bastante introvertida y dependiente, y pocas veces la había visto tomar la iniciativa. Sin embargo, tras la muerte de su controladora amiga, parecía mucho más viva que cuando Mandi la retenía, y eso era bastante grato.

—¿Cómo vas a meterte de nuevo allí? La última vez te tropezaste con una rama y casi te tuvieron que llevar al hospital —se burló Olivia, sin comprender por qué su amiga se había ofrecido a venir conmigo.

La pelinegra se encogió de hombros, restándole importancia.

—Tu padre dijo que sucedían tres desapariciones cada década. Si encontramos a Savannah, tal vez no haya un tercero —murmuró, mirándome fijamente.

Asentí con la cabeza y volví a darme la vuelta para salir de aquel local con aroma a café permanente.

Olivia gruñó, mascullando algunas palabras entre dientes, pero, igual que lo hizo Violet, cogió su mochila y se la colgó de los hombros para seguirme hacia el exterior de la cafetería.

Las tres salimos a la calle y, prácticamente en silencio, recorrimos todo el camino hacia la entrada al bosque, en la calle en la que vivíamos tanto Olivia como yo.

Las tres nos miramos justo antes de adentrarnos en las profundidades de la alameda, y sin pensárnoslo demasiado, chocándonos con las inmensas ramas de los antiguos robles y tropezando con los hierbajos que crecían en la tierra húmeda, avanzamos hacia la antigua iglesia gótica.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.