Me desperté cuando sentí una mano acariciar con dulzura mi mejilla, deslizando los dedos suaves y reconfortantes desde la sien hasta mi mandíbula en un lento movimiento.
Conseguí abrir los ojos a pesar de lo pesados que se sentían mis párpados y una borrosa figura apareció frente a mí, que, a medida que me iba acostumbrando a la luz de la habitación, acabó materializándose por completo.
Apartó bruscamente la mano de mi mejilla y yo pegué un salto hacia atrás, pegándome con fuerza en la coronilla contra el cabezal de madera de la cama en la que estaba arropada.
Emití un quejido de dolor y me llevé una mano a la zona afectada, dándome cuenta de lo débil que me encontraba justo en aquel momento.
Dante me miró con seriedad, como si ya estuviera acostumbrado a mi torpeza, y yo me limité a volver a mi posición inicial, apoyada contra la almohada, con el peso del edredón blanco sobre mí y fijando mi mirada en la suya, esperando a que reaccionara de alguna forma.
Debería de tener miedo después de lo que había ocurrido aquella mañana, pero, extrañamente, no me sentía así. Estaba asustada en cierto modo, probablemente por no aceptar del todo la novedad que suponía comprender que aquellos tres hombres que tanta curiosidad habían despertado en mí ni siquiera eran humanos.
Se llevó el dedo índice a los labios y mordió su yema, presionándola contra su afilado colmillo derecho, hasta que una gota de sangre espesa y oscura tiñó su piel de rojo.
No supe qué narices se suponía que significaba aquello, pero llevó su dedo desde su boca hasta la mía, con el rostro completamente serio.
Manchó de su sangre mi labio, acariciándolo a la vez que estudiaba mi reacción tardía.
Abrí los ojos con sorpresa y quise levantarme, ponerme a saltar como una loca, e irme corriendo de aquella habitación llena de ventanales en la que me tenían reposando junto al hombre con el que llevaba soñando desde el último mes.
—¿Qué demonios estás haciendo? —pregunté, con su dedo todavía sobre mi labio.
Aprovechó mi momento de confusión para meterlo en mi boca sin ningún reparo, dejando que su sangre cayera gota a gota en mi lengua.
—Cállate y bebe —me ordenó, acercándose todavía más a mí, arrastrándose por el colchón hasta quedar a la altura de mi cintura.
Le hice caso, tal vez porque su hermano me había atacado como una bestia feroz y tenía un nudo en el pecho todavía debido a aquella extrañamente dolorosa y placentera situación.
Lamí su dedo como si fuera un caramelo, y el sabor amargo de la sangre me hizo arrugar la nariz. Aquello era asqueroso.
Vi cómo un rastro de sonrisa se dibujaba en su bello rostro, mientras observaba con detención cómo chupaba su dedo con repulsión.
Lo sacó lentamente, deslizándolo acto seguido de nuevo por mi labio inferior antes de llevárselo a su boca y hacer lo mismo que yo había hecho con él segundos atrás.
Un escalofrío recorrió mi espalda y sentí cómo se me erizaba el vello de todo el cuerpo ante aquella imagen.
Me mordí el labio inferior casi involuntariamente, volviendo a saborear su sangre, llamando su atención.
Volvió a mostrar un amago de sonrisa y yo lo único que quería en aquel momento era acariciar su rostro y atraerlo al mío para besarle como yo había estado a punto de hacerlo con Valentino. Pero no lo hice.
—Oigo los fuertes latidos de tu corazón cuando estoy cerca tuyo... —susurró, sin dejar de mirarme con aquellos intensos ojos color aceituna. Me llevé una mano al pecho rápidamente y comprobé que, como era de esperar, mi corazón iba desbordado— Pero también oí cómo se iban ralentizando cuando Valentino te estaba mordiendo.
Su rostro mostró un atisbo de tristeza, como si realmente le preocupara lo que estuviera diciendo.
Llevé una mano a mi cuello, donde debería de haber las marcas de los afilados colmillos de Valentino Della Rovere, pero, sorprendentemente, habían desaparecido. Volví a esconder mi mano bajo en edredón, y la llevé de nuevo a mi pecho. Mi corazón seguía acelerado.
—¿Te preocupa que me muera? —le pregunté, extrañada.
—Demasiado —susurró de nuevo.
Mis labios se entreabieron por la sorpresa y mis cejas se alzaron, acompañando el aumento de ritmo de mis latidos.
Sin previo aviso, llevó su mano fría sobre la mía, y, sin poder evitarlo, me estremecí. No debería de haber sido agradable en absoluto, aunque sentía que era lo más reconfortante que podrían haberme ofrecido en aquel momento.
Él era tan guapo, con aquellos labios carnosos y aquellos ojos felinos, que me costaba asimilar que estuviera frente a mí y no con otra persona. No merecía apreciar tanta belleza.
Mantuvimos el contacto visual durante varios segundos, hasta que la puerta se abrió con violencia, dando paso a un Alessandro furioso que no tardó en fijar su mirada en la mano de su hermano, que todavía reposaba sobre la mía, colocada sobre mi pecho.
Dante se levantó rápidamente y se colocó frente a Alessandro antes de que éste pudiera dar un paso más.
Me metí todavía más entre las sábanas, sin saber siquiera de quién eran.
¿Dónde narices estaba?
—Oh, vamos, Dante, no me cortes el rollo —gruñó el guapo Alessandro, cruzándose de brazos y echándome una ojeada.
Dante lo empujó, y su hermano dio un paso atrás, tambaleándose.
—Sal de aquí —le ordenó el mayor.
Alessandro hizo un puchero, como un niño pequeño al que le acaban de negar un juguete.
—Pero yo quería probarla... —murmuró.
¿Qué? ¿Probarme? ¿A mí? ¿Acaso era ahora un plato de macarrones?
—Dejaste que Valentino lo hiciera y, de no ser por Michelangelo, la hubiera matado. Nadie más va a beber de su sangre, ¿me has entendido? —rugió el rubio.
Madre del amor hermoso, me estaba protegiendo. A mí. La misma que escribía fantasías sobre él en mi vieja libreta, la que lo había acusado de asesinato y la que había catado su sangre momentos atrás.
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Editado: 01.10.2020