Cuando el sol cayo y la luna comenzaba a realizar su trabajo, unos suaves toques golpearon su puerta. Brielle, dejó el libro a un lado y caminó hacia la puerta, eliminó las arrugas de su vestido y paso sus delicadas manos por las sedosas hebras de su cabello, eliminando los mechones rebeldes, tras estar lista, Brielle abrió la puerta, encontrándose con su padre. Deimos, era un hombre que a pesar de los años seguía conservando cierta juventud al igual que su madre, Kalena. Ambos habían contraído matrimonio a una corta edad, y según ha escuchado, este es el tema favorito de las malas lenguas.
– ¿Aun no estas lista? – Deimos entro en la habitación de su hija, observo cada detalle. Desde las desorganizadas sábanas de la cama, hasta el libro que descansaba sobre el alfeizar de la ventana. El hombre frunció el ceño y con claro disgusto miro a su hija. Brielle, jugaba con los anillos de sus dedos tras su espalda, algo que solía hacer cuando se encontraba nerviosa. – Le pedí a tu madre que escogiera un vestido para ti, usaras esta noche el regalo que Emris Paris ha enviado.
– ¿Me estas pidiendo que acepte el cortejo del joven Paris? – Brielle frunció el ceño.
– No te lo estoy pidiendo, Brielle. Te lo estoy ordenando. - en ese momento deseó gritarle, pero cuando su boca se abrió no salió ninguna palabra. Desde pequeña se le enseñó a obedecer cada orden dada por el lord regente, se le enseñó a ser dócil y complaciente.
Deimos Bronté, no solo era conocido como el Lord de la casa Lormon y regente de la montaña Iorwerth, también era conocido por la frialdad de su corazón, por su inteligencia y las grandes estrategias que había creado durante la guerra del muro y la batalla del lago, las cuales no eran pasadas desapercibidas. La elegancia y el esplendor siempre lo han caracterizado, así como sus incontables visitas a los burdeles, tenia cierta fijación por las pelanduscas de cabello plateado. Deimos acarició las doradas hebras del cabello de su hija. Ella solo se dedicó a mirar a su padre, permitiéndole ver como el dolor y la impotencia abrazaban sus esmeraldas. Deimos abandonó la habitación, evitando ver los ojos de su hija por más tiempo.
Unas horas después, Kalena, ingresó a los aposentos de su hija acompañada de varias damas, las cuales se encargarían de asistir a Brielle en todo lo que necesitara. La mujer de hebras doradas dejó sobre la cama un hermoso vestido dorado y aun lado la caja de terciopelo. Las damas empezaron a preparar el baño perfumado que tanto le gustaba a Brielle. No pasó mucho tiempo cuando el agua caliente toco su piel y el delicioso aroma a lavanda se impregnaba en ella, las damas empezaron a lavar con delicadeza su cuerpo, dándole suaves masajes en sus hombros para aliviar la tensión.
Cuando el agua empezó a enfriarse decidió salir de la bañera, envolvió su cuerpo en la tela que una de las damas llevaba colgada en el brazo. El vestido que usaría esa noche, era un vestido de cintura elevada, justo debajo del busto, desde donde cae el resto del vestido fluidamente.
La mitad de su cabello fue recogido, se le fue colocado un hermoso tocado que hacía juego con el regalo de Emris Paris, una delicada gargantilla de pedrería que abrazaba su cuello.
Brielle respiró profundo y con temor salió de sus aposentos, se enfrentó a los anchos pasillos cuyas paredes estaban adornadas por grandes cuadros pertenecientes a los antiguos Lores de la casa Lormon. Las cuatro casas estarían de fiesta por tres días, esto con motivo al tratado de paz que fue firmado hace años atrás. El primer día se realizaría el banquete, el segundo día seria la justa y el tercer día se realizaría el baile, durante el tercer día las cuatro casas dejarían de lado sus diferencias y se volverían una sola, todos usarían un mismo color y tendrán una misma bandera, bandera que es izada durante los tres días de celebración. Al llegar al primer piso se dirigió hacia las puertas del castillo, donde esperaba por ella un carruaje con el emblema de un león dorado, sobre un fondo rojo, el emblema de la casa Lormon.
En poco tiempo y en compañía de la luna. Brielle, descendió del carruaje después de sus padres y tomó su posición detrás de su madre. Al ingresar a la carpa, la casa Lormon fue anunciada, era imposible no atraer la mirada de todos los presentes. La casa Lormon no solo era conocida por su riqueza o por la belleza de sus integrantes, era también conocida por su fulgor, por lo que era imposible no notarlos.
Al llegar a la mesa central, el lord Ardghal de la casa Wigan y el lord Koen de la casa Helder se levantaron a recibirlos, eran las únicas casas que disfrutaban de estas celebraciones.
– Es un gusto verte nuevamente, Deimos. Tu casa es bienvenida. – expresó con alegría el Lord Ardghal.
– Ardghal, viejo amigo. Los años al parecer te han olvidado. – Deimos, lo observó con diversión.
– No soy el único que ha sido olvidado por el tiempo, Deimos. Koen y tú se ven iguales a la última vez que nos vimos. – el lord Ardghal no mentía. Los años se habían olvidado de ellos, los tres Lores a un seguían conservando cierto aire jovial.
– Lady Kalena, su belleza sigue siendo tan encantadora como en años atrás. Al parecer el tiempo también se ha olvidado de usted. – el lord Koen siempre había sido admirador de la belleza de Lady Kalena Redwald, Lady regente de Iorwerth, y nunca desaprovechaba la oportunidad de halagarla.
– Es un honor verlos nuevamente mi lord. – la mujer de hebras doradas realizó una leve reverencia, acto que dejó encantados ambos lores. – La juventud no es algo a lo que deberíamos de aferrarnos, es bien sabido que, así como la muerte no puede ser engañada, el tiempo tampoco.
Ambos lores asintieron, estando de acuerdo con las palabras dichas por la hermosa mujer que a pesar de las desgracias aún se mantenía en pie. Para nadie era un secreto las constantes peleas internas de las cuatro casas, pues no solo era la casa Lormon la que sufría por el descuido de la diosa del hogar. Cuyos hijos abandonó a la orilla de un rio.