▣ Episodio 50

▣ DE TOMÁS ▣

Llegué al lugar antes de la hora acordada. Tenía tiempo para dar un paseo. El centro de la ciudad apenas comenzaba a llenarse de gente y bullicio. Pero las cafeterías ya estaban abiertas. Nunca había estado en esta…

— ¡Buenos días! ¿Qué desea?

Me reconoció, a juzgar por su mirada atónita.

— Un americano.

Pagué y me aparté. Y escuché cómo susurraban a mis espaldas. Luego… comenzaron a tomarme fotos.

Ayer, con Gabriel, jugamos hasta tarde. Me contaba sus fantasías y yo las escuchaba, ayudándole a desarrollarlas. Creo que los niños desean mucho más la participación activa de su interlocutor que los adultos. A los adultos solo hay que dejarles abrir la boca, y te contarán toda su vida y sus penas, hasta que los detengas. Solo asiente y murmura de vez en cuando; les da igual.

Pero un niño no quiere eso: necesita que participes en su juego. Claro, aún no tiene una historia de amor fallido.

— Su café está listo.

Me acerqué a recoger mi pedido.

— Gracias.

— ¿Podría pedirle un autógrafo?

Dentro de mí estalló una bomba. Sentí el impulso de golpear a esa estúpida muchacha. Quería que su nariz de repente comenzara a sangrar y que su expresión alegre se transformara en una mueca de dolor. Que se diera cuenta de su error, pero que fuera demasiado tarde. Porque en el siguiente instante, la habría golpeado con los dientes contra la mesa, dibujando una escena aterradora con trozos de dientes y sangre.

— Claro, adelante, — respondí tranquilamente, conteniendo la ola de furia en el límite de mi conciencia.

— Espere, vamos a buscar papel…

Se apresuró hacia la parte trasera. Había otra chica con ella. Juntas empezaron a buscar con urgencia el “material” necesario.

— ¿No tendrá un bolígrafo, por casualidad?

Negué con la cabeza, bebiendo mi café.

Después de la noche con mi hijo, Elena estuvo amable conmigo. Nos abrazamos y bromeamos mientras veíamos una película antes de dormir. Pero no podía sacarme de la cabeza un pensamiento: ¿cómo se atrevía a “castigarme” con su comportamiento frío? Cuando deja de hablarme en casa después de algún incidente… ¿Acaso tiene derecho a comportarse así? Le di todo a ella y a nuestro hijo. Soy la cabeza de la familia. Y sin embargo, frente a nuestro hijo, me castiga negándome la palabra.

Las chicas de la cafetería finalmente encontraron lo que necesitaban.

— ¿Cómo se llama?

Me dijeron sus ridículos nombres, y firmé. Terminé mi café y me despedí.

Era hora de ir a la reunión con Víctor Sabio. Ahora iban a crucificarme públicamente frente a todos sus lamentables aspirantes a actores. ¡Maldito cabrón! Juro que, si en algún momento siento que alguno de ellos me ha perdido el respeto, me daré la vuelta y me largaré. Pobres fracasados, ninguno de ellos sabe lo que se necesita para triunfar en el cine, para convertirse en una verdadera estrella.

Volví a mi coche y tomé el guion impreso. Luego encontré las antiguas puertas junto a la plaza verde. Se abrieron. ¿Alguna vez estarán cerradas? Un pasillo oscuro y silencio. Absoluto silencio. Si no fuera por la luz al final, no habría entrado. Qué extraño…

Mis pasos resonaban con eco, como voces de fantasmas. Y la sensación era como si estuviera cruzando un umbral entre mundos.

La sala de espejos estaba vacía. Me quedé quieto, observando perplejo mis múltiples reflejos.

— ¿Hola? ¿Hay alguien aquí?

— ¡Tomás, buenos días! — de repente sonó una voz familiar.

Sobresaltado, me giré hacia el sonido. Parecía haberse materializado desde un espejo. ¡Juro que aquí no había nadie! Víctor Sabio caminaba hacia mí con una sonrisa contenida. Vestía un suéter negro de cuello alto y zapatillas blancas con jeans. Un estilo poco común para Sabio.

— ¿Dónde están sus alumnos? — pregunté.

Nos dimos un apretón de manos. Sus palmas estaban increíblemente calientes.

— ¿Alumnos? ¿Para qué necesitaríamos a alguien más en una sesión individual? — respondió con una sonrisa astuta.

Y de repente entendí que me había engañado. Solo me había “tomado el pelo” con aquello de que tendría que trabajar con sus alumnos, solo para ponerme nervioso.