Darad: el demonio blanco

|II|⧞ Caminata bajo el sol ⧞

—¿Al menos eres guapo? —Darad tuvo el atrevimiento de preguntar mientras caminaban de nuevo por los pasillos de la torre de los hechiceros, esta vez hacia la salida—. Si osas de usar la apariencia de otra persona sospecho que no. Pero como soy un hombre de fe y con una gran capacidad de optimismo, te preguntaré la pregunta que todos se preguntan: ¿Qué tan feo debes estar para necesitar la apariencia de otra persona?

—Cierra la boca, vampiro. Empiezas a irritarme.

Sarjak (y no Orick, pues así era como lo había llamado el viejo hechicero) caminaba unos pasos más adelante, no había dicho mucho en todo el trayecto, se había limitado a obsequiarle miradas hoscas y a ignorar la mayor parte de sus preguntas. Darad nunca había encontrado a alguien tan malhumorado, conocía a muchos vampiros que eran bastantes serios y taciturnos (pues carecer de humanidad traía esos efectos) pero Sarjak era humano, y la forma en cómo lo ignoraba y miraba era diferente a ninguna otra. De cierta forma le agradaba, lo hacía menos impredecible que cualquier otro mortal.

—¿Es por lo de tu hermano? —Inquirió Darad y se estiró.

Un recuerdo vibró en su mente. Recordó la interacción y forma de vivir típica de los humanos a través de sus ojos, tenían esa estúpida costumbre de lamentar a sus muertos, les lloraban y velaban para luego dejarlos pasar al olvido. Ah, y esas venganzas que venían después, las amaba. Eran tan dramáticas...

El hechicero bufó. Darad no pudo evitarlo, volvió a insistir, si una venganza era lo que se escondía en la cabeza de Sarjak, quería saber si realmente valdría la pena no matarlo antes de que se convirtiera en un estorbo.

—Quiero oír tu respuesta, si tan vehemente te resistes a contestarme, debe ser interesante.

—Interesante, aburrido, poco interesante, muy aburrido. Es así de pobre es la jerga de un inmortal, ¿verdad? —dijo sarjak con brusquedad y un chispazo de furia que logró controlar con simpatía recorrió el cuerpo de Darad.

—Te faltó atractivo, poco atractivo, muy atractivo... —anunció con tanta circunspección como pudo—. Vaya, empiezo a escucharme como si viniera de Legindelis. Ah, sí lo hago, los hábitos de las hadas son contagiosos.

Sarjak hizo una caída de ojos, era poco amable de su parte, los papeles deberían estar invertidos. O ambos hombres tenían mucho que esconder y sus diferentes formas de hacerlo. Igual Darad siguió hablando.

—Oh, vamos, no seas arisco, intento que tu presencia nefasta sea llevadera. —Se detuvieron frente a dos grandes puertas que conducían hacia las afueras, donde la noche los esperaba con su frío abrazo—. Tenemos un largo camino por recorrer. Y te pregunto a ti, ¿cuál será nuestro destino?

—Directo al corazón de la oscuridad —respondió Sarjak con una mueca incompresible de asco—. Debemos ir a tus tierras. El oscuro camino a Villmor nos espera.

El oscuro camino a Villmor nos espera        

No llegaron muy lejos.

El amanecer llegaría rápido y ambos tendrían que resguardarse si no querían que Darad se convirtiera cenizas siendo arrastradas por el viento, Sarjak seguramente lo deseaba con todas sus ganas, pero no era lo más adecuado para la situación; para ninguno de los dos hombres. A medio camino entre las dunas de Saodín, aún a centenares de millas para alcanzar la frontera de se Spelldamn, Darad y Sarjak acordaron (no muy sosegadamente) que esperarían la caída de la noche resguardados en una húmeda cueva a las orillas de la playa. Ya habían dejado la peor parte de la nieve atrás, al menos se habían alejado del bosque que rodeaba las torres del gremio y los peligros se reducían a lo que habitaba en las profundidades del Mar de Shan y la compañía que se brindaban el uno al otro.

En la entrada de las cueva, con sus prendas húmedas gracias a la humedad que albergaba en el viento por la reciente nevada que había culminado horas atrás, Darad detuvo con un mano en el pecho a Sarjak, con el ceño fruncido este último la apartó con brusquedad y esperó impaciente que el vampiro se cerciorarse de que la cavidad subterránea no estuviera habitada. Darad avanzó unos paso al frente, cuando estuvo por completo seguro de que estaban sin compañía, le indicó con una seña al hechicero de que podían avanzar. Se adentraron unos metros a las profundidades y se quitaron las prendas sobrecargadas para después dejarse caer en los extremos de la cueva.

Quedaron de frente a frente entre el estrecho espacio. En las profundidades era aún peor, el frío se acumulaba entre las rocas y la oscuridad hacía ilegible su alrededor, pero Sarjak demostró arreglárselas sin la necesidad de los sentidos del vampiro. Tomó una roca, la envolvió con sus manos, y con unas ilegibles palabras en la lengua antigua, la roca se iluminó entre sus dedos, alumbrando así gran parte de la oscuridad de la caverna.

Darad le prestó atención a esa acción, y curioso, se tomó la molestia de intentar entablar una conversación, pero sus intentos murieron en cuanto Sarjak ni siquiera se empeñó en fingir que lo escuchaba. Minutos después, cayó recostado contra el muro de roca y apretó los ojos. Odiaba los silencios.

Inquieto y con un hambre que empezaba a surgir del fondo de su garganta, Darad se concentró en el sonido de las olas chocando unas con otras a lo lejos, rugiendo como sus ganas de alimentarse de sangre fresca. No sabía si el hechicero alcanzaba a escucharlas, pero se concentró en ellas tanto como pudo para que sus colmillos permanecieran en su lugar y no terminaran en el único ser vivo a su alcance. No se había alimentado durante horas, el último bocado que probó fue cuando rapiñó a un granjero antes de darse su paseíto por las torres. No fue muy agradable, la sangre del caballo cargaba un mal sabor.




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