Dareph

Epílogo.

La habitación en la que Daren duerme es cálida y acogedora, sin embargo, en los últimos días, la ha considerado un poco fastidiosa, ya que detesta el rechinar de la madera bajo sus pies con cada paso que da. Es una terrible tortura para él, incluso ha considerado la idea de mudarse. 

Aunque de algún modo lo hace pensar en su antiguo hogar, en el palacio, en Celesty, pero volver a ese lugar ya no es posible, ya que está hecho ruinas. 

Después de que la oscuridad desapareció, decidió irse lejos, a un sitio en donde los ángeles jamás lo pudieran encontrar. Los odiaba. Más por haberlo obligado a ir a la guerra sin la ayuda de Seph y no solo eso, también porque enviaron a los querubines a participar. A niños ángeles que no tenían el más mínimo entrenamiento. Los pequeños que terminaron muertos en manos de seres que desconocían. 

Han pasado más de cinco años desde entonces, el mundo mortal volvió a ser el mismo lugar que antes. Un sitio en el que las flores y todo aquello que parecía haber muerto por culpa de la oscuridad, cobró vida de una manera muy impresionante e inesperada que los dos guerreros que permanecían sentados cerca de una de las cabañas, quedaron sorprendidos. 

Después de un par de días de paz, el sol dejó de ocultarse de entre las nubes grises. La luna llena demostró su poder, su pureza delante de todo el mundo. 

Haciendo que los humanos volvieran a su pequeño pueblo, dejando atrás todo ese mal. 

Desde ese momento, en que la luna purificó todo, se desconoce por completo el paradero de algunos de los superiores. 

En la guerra, Nithael se alejó de los ángeles de alto rango para así poder salvar la vida de su hijo. No quería volver a perderlo y, sin embargo, esa noche el destino no tuvo ni la más mínima piedad. 

A pesar de que todos los espectros en Tharya habían desaparecido, Daren llevaba siempre consigo su espada, la portaba con un orgullo que cualquiera estaría orgulloso de él. 

Se encontraba sentado en la orilla de la cama, pensando, cuando el toque de la puerta lo hizo volver en sí y maldecir. 

—Espero que sea importante como para que me hagas levantarme de la cama —se quejó antes de ir a abrir la puerta. 

Le había pedido a los pueblerinos, casi suplicado, que nadie se atreviera a despertarlo y mucho menos, que entraran a su habitación sin su permiso. 

Los humanos tenían una extraña manía de acudir a él cuando las cosas en el pueblo no iban muy bien, como la vez en la que tuvieron que despertarlo a las tres de la mañana y todo porque una niña se había perdido en el bosque. 

Seph se había burlado de él porque, por mucho que se negó a querer ayudar y seguir durmiendo, ahí estaba preocupado por una mortal. 

Y todo para que la encontraran en una de las viejas cabañas, dormida. 

—Bien… —dijo casi con un bostezo. —Aquí está, ya vámonos —cuando dio una vuelta para irse, Seph lo detuvo. —Joder. 

Habían pasado por muchas cosas después de la guerra, ese día, en el que la oscuridad se fue para siempre, regresaron a Estrella Lunar para asegurarse de que los querubines estuvieran a salvo, sin embargo, sólo habían encontrado a dos de ellos. 

Según los rumores de los guardianes, los espectros que aún seguían vivos, atacaron a cada unos de esos querubines, cuando ellos trataron de llegar a su hogar, pero Daren sabía que todo eso era una mentira. Él y Seph se habían hecho cargo de las criaturas de la oscuridad antes de ir tras Adhrael. 

Sabía que querían mantenerlos callados a todos, no querían que sus verdaderas intenciones de la guerra salieran a la luz, así que, qué mejor opción que matarlos. 

Azariel les sonrió de una manera que nunca iban a olvidar. 

Daren volvió al presente al ver a su mejor amigo portar una armadura, una de las que habían dejado de usar hace mucho tiempo atrás. 

—Creo que te equivocaste de vestuario… —dijo un poco confundido. 

—No puedo creer que lo olvidarás… —Seph colocó una mano sobre el pecho, fingiendo estar de lo más dolido. 

Daren se le quedó viendo por un instante antes de soltar una maldición. 

—¿En serio es hoy? —Seph asintió en respuesta. —Maldita sea… —Daren pasó una mano por su cabello de manera desesperada, ¿cómo había podido olvidar un día tan importante? 

De inmediato se apresuró a buscar entre los muebles de la habitación un viejo pergamino, una invitación que los mensajeros del palacio le dejaron debajo de su puerta hace casi un mes. 

Pero la verdad es que no esperaba ir hasta a ningún lado hasta que miró a Seph delante de su puerta. 

No estaba dispuesto a ver a ni uno de los ángeles de Estrella Lunar, ni mucho menos a Yale, el chico había intentado en más de una ocasión que volviera a palacio ahora que los superiores no estaban. 

E incluso Irina trató de hablar con él sobre ese tema, pero al ver que no cambiaría de opinión se rindió y por eso, esa misión, se la dejó a Seph. 

Quién no pudo evitar reírse al ver a su mejor amigo desesperado. 

—¿De qué te ríes? —Daren entre cerró los ojos. —Mejor deberías ayudarme a buscar. 




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