Dareph

Capítulo 2.-

Celesty. 

El reino que se encuentra al otro lado del bosque, más allá de las montañas, dónde cada uno de sus habitantes tiene un don bastante peculiar y que solo aquellas personas que poseen un corazón puro pueden ser capaces de entrar. 

En el salón abandonado del viejo palacio, Seph y Daren están entrenando. 

Los guerreros cuyas habilidades dejan mucho de qué hablar por los alrededores del palacio y sin embargo, ellos no les toman importancia. 

Ya han pasado un par de días desde su última misión y ahora, mientras que su compañeros se ocupan de asuntos más “importantes”, según las palabras de Zadkiel, tenían que quedarse para mejorar sus movimientos con la espada porque eran muy lentos en sus ataques. 

El choque de metal contra metal se hace oír por los pasillos de ese palacio, provocando un ligero eco entre las cuatro paredes de aquel viejo salón. 

Cuando Seph estuvo a nada de bloquear el ataque de su compañero, escuchó un ruido en la lejanía, alguien estaba intentando entrar al lugar, lo que hizo que se distrajera al punto de no avecinar lo que su oponente planeaba. 

Lo derribó con tanta facilidad que tuvo que cerrar los ojos al sentir el impactó contra el suelo. 

Daren pasó una mano sobre su cabello sudado antes de acercarse y colocar la punta de su espada en el cuello de Seph, quién yacía a unos cuantos pasos de él. 

—Parece que alguien necesita mejorar sus ataques, ¿no es así, Seph? —Daren repitió las mismas palabras que el comandante les dijo.

Seph pudo notar la burla en su compañero, algo que siempre sobresalía cuando sentía que la victoria era suya. 

Chasqueó la lengua, disgustado. 

Las habilidades de Daren sin duda eran buenas, muy buenas, de hecho, pero Seph conocía su vulnerabilidad. 

Algo que nadie sabía excepto él. 

Y sin anticiparlo, lo tomó de la pierna, tiró de su amigo hasta dejarlo en la grava del suelo. Así mismo soltó un pequeño suspiro de alivio al ver sus alas, las cuales usó para amortiguar semejante golpe en la cabeza. 

—¿Y tú, mi buen amigo? —preguntó Seph quedando de cuclillas a un lado de Daren. —Siempre subestimando al enemigo —Seph sonrió. —Sabes que eso puede llevarte a la derrota, ¿no?

—Quita esa tonta sonrisa de tu rostro, Seph —el enfado de Daren lo hizo sonreír más y con cierta diversión cuando se dio cuenta de la maldición que soltó. Una cosa típica que hacía cuando pierde. 

—Oh, vamos —eso de molestar a su compañero se había vuelto algo tan inevitable para Seph. 

Hace años, cuando se conocieron las cosas entre ellos eran un poco interesantes para la mayoría de los ángeles, ya que no se llevaban de todo bien y en cambió ahora, tenían una clase de rutina, o mejor dicho, un lazo inexplicable, aunque a veces lo consideraban una maldición. 

Una que ninguno de los dos quería romper. 

Para Seph algunas actitudes de Daren lo hacían recordar viejos tiempos, cuando aún eran querubines. Aquella vez en la que se conocieron, cuando Daren entró a la sala dónde los nuevos guerreros estaban siendo reclutados. 

En aquel entonces, Daren ya llevaba un tiempo en el escuadrón celestial. 

Tenía unos cinco o seis meses luchando contra la oscuridad, era el primer querubín que sobresalía como un excelente guerrero, sin embargo, Zadkiel no conforme que un niño ángel estuviera en la guerra, se disgusto tanto que lo mantenía alejado de las misiones y reuniones importantes. 

—Un niño como tú no tiene el mismo poder que un veterano —le dijo el comandante con esa molestia tan evidente que cualquier era capaz de notar. —Daren lo miraba con el ceño fruncido. 

—¿Acaso le molesta que algún día pueda ser mejor que ellos, señor comandante? 

—¡Eres solo un niño que no sabe nada de esta guerra! —Pero Zadkiel se equivocaba respecto a eso, Daren conocía la oscuridad desde que era un bebé y también sobre el odio que los demás le tenían. 

—¡Un niño que sabe pelear mejor que todos los que están aquí! —soltó Daren con la misma irritación que su superior. 

Esa misma noche, la mayoría de los guerreros habían sido asesinados en una emboscada, los espectros tomaron de ventaja aquella rivalidad que había entre los ángeles y atacó. De manera brutal dejó solo muerte y destrucción. 

Y tras su muerte despiadada, el rey tomó cartas en el asunto, reunió a los más jóvenes del reino y los obligó a entrar al escuadrón. 

La sala en la que los habían reunido no era tan acogedora para esos niños, ya que vivían muy apartados del palacio, pero para el rey no existía mejor opción que elegir a esos niños ángeles cuyos padres alguna vez formaron parte del ejército celestial y que por motivos del destino se sacrificaron para salvar lo que más querían. 

De entre los diez niños elegidos estaba Seph, el chico nervioso que sobresaltaba por su cabello rubio y brillante como el sol. 

Un querubín que no entendía el porqué estaba en ese lugar si lo único que quería era encontrar a su padre perdido. 




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