El silencio se instaló entre los dos amigos, siendo interrumpidos por la puerta principal del salón, Seph había tenido razón en que alguien estaba intentando entrar al palacio y ese era un joven de al menos unos diecisiete años humanos, se quedó de pie en el umbral de la puerta, con el corazón acelerado.
Frunció el ceño.
Observó con detalle el lugar, sus ojos pasaron por la estancia de una manera minuciosa que cualquiera pensaría que estaba buscando la más mínima suciedad, sin embargo, lo que en realidad buscaba era a un ángel en particular.
Y lo encontró ahí, cerca de una de las repisas, colocando una espada en su sitio con tanta delicadeza que pensó en lo frágil que sería el arma sí llegase a caerse, tragó saliva al ver a los guerreros.
Nunca en su vida había estado tan cerca de esos chicos por todo lo que se decía respecto a ellos.
Uno tan hábil con su espada y el otro tan letal como un escudo.
Parecía que ninguno de los dos se había dado cuenta de su presencia, miraban el jardín con tanto interés que se sorprendió de que Daren no lo notó cuando colocó el arma en su lugar, quizás se debía a que no protegía al rey.
Un ángel con una habilidad muy baja de pelea que solo se consideraba un estorbo para aquellos increíbles guerreros.
El cabello rubio de Seph aún seguía húmedo debido al entrenamiento, mientras que Daren sonreía por algo que le había dicho a su compañero o quizás, como muchas otras veces se estaba burlando de él.
Siempre con ese estúpido comportamiento.
Pero su atención fue directa a Seph, quién lo miraba con una ceja arqueada.
—¿A qué se debe su visita, consejero real? —le preguntó.
Daren borró todo rastro de su sonrisa al escuchar esas palabras, no estaba acostumbrado a las visitas inesperadas en la estancia y es que simplemente no las esperaba y menos a alguien que tenía que ver con la realeza.
El consejero real no prestó atención a las palabras de Seph, ya que se interesó más en el aspecto del lugar.
El salón sin duda, no era un sitio muy agradable para alguien como él.
Las paredes estaban hechas de una piedra ostentosa, casi la mayor parte del palacio estaba construido de ese tipo de material. La iluminación a pesar de no ser carente se mantenía tenue debido a los rayos que se alzaban por el ventanal.
En las repisas había una gran variedad de armas, espadas, guadañas, arcos y flechas, dagas y entre muchas otras cosas más.
En medio de la estancia había una pequeña chimenea sin usar y un olor a polvo que lo hizo arrugar la nariz. Todo aquello necesitaba una limpieza profunda y estaba seguro que pronto se iba a encargar de eso.
Se acercó a Seph y este solo lo miró con curiosidad.
—Su majestad desea verlo, señor Seph —por un breve instante creyó ver que el rubio arrugó la nariz al escuchar la palabra señor y es que, eso de ser tratado de manera formal no era de su agrado. —Dice que es urgente.
Daren cruzó los brazos.
No le gustaba la forma en que el consejero se dirigía a Seph y menos, que sus mensajes venían de parte del rey.
La vestimenta del chico lo dejó un poco sorprendido, ya que los de la realeza siempre pedían a sus sirvientes estar bien vestidos, sin embargo, él parecía tener los mismos trapos viejos.
Al mirarlo con detalle le parecía un simple plebeyo.
—Así que… —Empezó Daren cuando vio a su mejor amigo. —Nuestro querido rey necesita uno de esos masajes fabulosos que le dan con esponja en los pies, qué lástima —le dio una palmadita en el hombro a Seph. —Te ha tocado a ti.
—Y a ti, mi amigo… —Seph le dio un codazo en las costillas, obligó a Daren a doblarse. —Alguien debería cortarte la lengua.
Tal vez eso no sería tan mala idea, después de todo, su mejor amigo decía muchas tonterías, o mejor dicho, no paraba de quejarse de todo aquello que no le agradaba, pero sí no fuera así, no sería él mismo.
El consejero quedó impresionado por la forma en que los dos guerreros terminaron en una discusión, aunque en realidad no parecía una, ni siquiera les importó que estuviera mirando el espectáculo.
En el pasado, había conocido a varios guerreros con un porte de seriedad cuando se acercaban a alguien de la realeza o simplemente intentaban no hablar cerca de nadie para que no se enteraran de lo que sucedía, en cambió con ellos era todo muy distinto que lo tomó como sí fuese un honor conocerlos.
Aunque había alguien en especial que creía que era un insolente y su nombre era Akhiel, un claro ejemplo de que los más jóvenes no deberían ser parte del consejo.
Un ángel que gozaba de aquellos privilegios que no tenía.
Lo que más llamó su atención de esos guerreros fue que a pesar de todo se protegían el uno al otro, sin temor a nada. Algo que sin duda era de admirar.
Un par de ángeles que a los pocos días de conocerse ya habían formado un lazo muy especial, un vínculo irrompible, en el cual compartían la misma complicidad. Algo que no cualquiera puede ser capaz de tener.
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Editado: 14.11.2024