Dareph

Capítulo 19.-

—Eres un niño inútil —la voz del ángel de alto rango resonó por toda la habitación, haciendo que el querubín que tenía frente a él sintiera miedo y es que era la primera vez que un superior lo trataba así. De una manera tan cruel. 

Ni siquiera su padre se atrevía a alzar la voz. 

El querubín comenzó a temblar.

No entendía qué era lo que estaba pasando.

Sé suponía que aquel día sería uno de los más felices que haya tenido nunca, al atardecer debía llevar a su hermano menor a una de sus clases para que aprendiera la historia de Celesty y así se olvidará de los cuentos de hadas, las historias que su padre le solía contar. 

No fue hasta que por accidente, por andar pensando, tropezó con uno de los jarrones antiguos que había en el pasillo haciendo que este cayera al suelo y se hiciera añicos, se apresuró a levantar pedazo por pedazo, pero un superior lo descubrió. Lo tomó del brazo de manera brusca y lo llevó a una de las salas del palacio. 

—Cuando tu padre vuelva espero que estés listo para pagar las consecuencias —el superior estaba más que molesto, en sus ojos se podía ver el odio que sentía hacía el querubín, a quién se le volvieron los ojos cristalinos. 

Aunque no eran las palabras lo que realmente le dolía, sino la bofetada que le dio el superior con coraje. 

Al parecer, tirar uno de esos jarrones era un terrible pecado que se castiga estar encerrado en una de las salas alejadas de la sociedad. 

El querubín se fue al rincón de la sala y abrazó sus piernas, tenía miedo, no por lo que los ángeles de alto rango pudieran hacer con él, más bien, por lo que su padre pudiera decir o hacer. 

—Te vas a quedar aquí hasta que vuelva —soltó el superior cerrando la puerta tras de sí. 

El querubín pudo entender que aquello no era un simple regaño, sino que había algo más ahí. Un odio que nadie podía evitar. 

—Ojalá nunca hubieras nacido —esas palabras se quedaron tan grabadas en su mente, su padre podía llegar a ser tan despiadado como una criatura de la oscuridad. Una noche, de tan molesto que estaba con él, le echó todo en cara. —Por eso tu madre nunca te abrazó, jamás te quiso.

Seph se levantó de golpe, sudando y con el corazón acelerado. 

Una pesadilla. 

Desde que su padre desapareció siempre había tenido el mismo sueño una y otra vez. 

También había otro que lo atormentaba cada que iba a una misión, dejó salir un suspiro antes de levantarse de la cama y salir a las afueras de la cabaña, se sentó en un escalón y observó la oscuridad de la noche. Tan silenciosa y siniestra que no le importó. 

En el sueño aparecía un ser que no era ángel ni mucho menos espectro, corría a toda velocidad por todo el pasillo del palacio, trataba de alcanzarlo para matarlo. En su mano, a pesar de la densa oscuridad, distinguía una espada. Una capaz de herirlo con tan solo un roce. 

El tenue color dorado la hacía tan diferente al resto de las armas que conocía, está parecía haber sido creada de oro puro, pero a su vez de una mezcla de veneno demoníaco y contaminada de oscuridad. Una combinación fatal para aquellos seres que provenían del paraíso. 

Aunque Seph no había nacido con el fuego celestial ni con ningún otro poder divino, sólo era un ángel más en un mundo de caos. 

Lo que más le sorprendía era ser capaz de despertar justo cuando esa criatura blandía su espada y no podía matarlo. 

—Las pesadillas provienen de nuestros miedos más profundos, Seph —le mencionó una vez su padre. 

—Padre… —Seph se sorprendió al ver como el ángel estaba cerca del umbral, lo había visto sentado en la cama y se detuvo para verlo. 

Aquello había sido uno de sus recuerdos perdidos de Seph, los olvidó la noche en que Daren lo atacó. Ahora, estaba ahí, mirando la luna y las estrellas del cielo. El mundo mortal no se podía comparar en nada a Celesty, en su mundo, la luna no brillaba con poca intensidad. 

A pesar de que estaba lejos de su hogar podía sentir el poder sobrenatural que emanaba de ella, sin duda, era una de las tantas maravillas que había en el mundo mortal. 

—¿No has podido dormir? —Seph se giró un poco para ver a su mejor amigo recargado en el marco de la puerta. En su rostro se podía ver la preocupación. 

Seph no dijo nada, simplemente siguió mirando el cielo. 

Daren al ver aquella acción, dejó salir un suspiro y se acercó a él. 

—¿Me vas a seguir castigando? —preguntó con una ceja arqueada. 

—No te estoy castigando, Daren —Seph no lo miró. 

—¿Ah, no? —había incredulidad en la voz de Daren. —Entonces, dime… ¿Por qué carajos me evitas? —Trató de mantener la calma, pero le fue imposible. 

—No… 

—No —lo interrumpió Daren. —No me digas que no me evitas, Seph, porque sí lo haces. 

Quizás Daren tenía razón. 

Cuando llegaron a la casa del mortal, Daren lo había dejado solo para que así pudiera aclarar su mente y procesar lo que había pasado con su padre en aquella choza vieja. Al día siguiente, Daren había intentado hablar con él, acercarse, pero Seph solo se alejaba e ignoraba. 




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