Los copos de nieve caían sobre el palacio, convirtiendo ese mundo celestial en un bello paraíso, el cual se podía observar a través del gran ventanal de la sala en dónde pronto los invitados del rey se iban a reunir para la gran ceremonia.
Misma que su majestad había convocado.
La tranquilidad llenaba cada parte del lugar, en el cual nadie se pudo percatar de que algo muy grave estaba sucediendo por los alrededores. Claro, a excepción del rey que no daba señales de preocupación, ya que esa sería una fiesta de bienvenida.
Los querubines ya habían pasado todas las pruebas para formar parte del escuadrón, Zadkiel había elegido los mejores en combate.
Están tan callados y quietos que de algún modo parecen formar parte de la decoración del salón.
Los miembros del consejo dan órdenes estrictas de que deben quedarse ahí, sin embargo, eso no es impedimento para que Daren sea capaz de escabullirse por el lugar y así poder salir del palacio, con un ángel pisando sus talones.
—Más despacio —se quejó Seph cuando alcanzó a su compañero a duras penas, era un perezoso.
—No tengo la culpa de que no puedas seguirme el paso —mencionó Daren con su usual tono aburrido e inquieto, la travesura siendo su segundo nombre.
—Tú eres quién parece tener prisa —Seph trató de recuperar el aliento.
—Llorica —dijo Daren en voz baja, aunque estaba seguro que lo había oído.
El jardín que se encontraba por el palacio, Daren lo recordaba como un pequeño paraíso lleno de flores y lirios, ahora estaba cubierto de nieve. Una maravilla para alguien que nunca se atrevió a salir del palacio cuando el invierno llegaba.
No, después de que supo que su padre lo había abandonado.
—Se supone que el propósito de escapar es que no te descubran —Daren iba dejando huella sobre la espesa nieve y después se dejó caer, se estremeció al sentir el frío en su cuerpo.
Por un momento pensó que se iba a golpear la cabeza con algún objeto escondido en la nieve, pero para su suerte no fue así.
¿Cuántas veces se habían escapado sin que nadie se diera cuenta?
Más de una vez, aunque después de ser descubiertos por un guardia una noche mientras caminaban por el pasillo, fueron llevados con Zadkiel, quién les dio un sermón sobre que un guerrero debe tener disciplina.
Seph nunca imaginó que de un día a otro se convertiría en mejor amigo de Daren, ese querubín engreído que había conocido hace un par de meses. Lo odiaba por su forma de ser y ahora, eran inseparables.
Y como sí los hubiera llamado, los recuerdos de sus encuentros vinieron a su mente.
—¡Eres un imbécil! —gritó Daren ese primer día de entrenamiento.
Aquel día a Zadkiel le pareció una grandiosa idea unir a Seph y a Daren en el entrenamiento, formar un equipo imparable y así ambos pudieran aprender el uno del otro, sin embargo, lo que no sabía era de que su enemistad crecía cada vez más.
A Zadkiel lo estaban llevando al límite de su paciencia.
—¿Y tú? —preguntó Seph con molestia antes de que Daren pudiera decir lo increíble que era, siguió: —¡Un idiota! —lo señaló con el dedo. —¿Cómo demonios quieres que aprenda de ti sí te la pasas quejando todo el tiempo? —Seph sujetó con fuerza la espada de madera con la que solían entrenar los nuevos reclutas, al principio le tomó un tiempo poder equilibrarse, después de arduos entrenamientos con espadas reales le fue más fácil manejarla. —Además sin olvidar que dices que eres el mejor, pero déjame decirte una cosa, no lo eres.
—Que tú no sepas como manejar un arma no quiere decir que todos somos igual de inútiles —Daren le dio un golpe con su espada, pero Seph pudo ser capaz de esquivarlo y casi se burló de él.
Seph hizo el ademán de atacar, estuvo a punto de regresarle el golpe a Daren, cuando Zadkiel apareció y se colocó en medio de ambos. Un poco más y seguro que le hubiera dado en la cabeza.
—¿Cómo será el día de que ustedes dos se lleven bien? —preguntó el comandante mirando a cada uno con enojo.
—Nunca —dijeron ambos al unísono.
—Espero que el día en que se encuentren en peligro sean capaces de ayudarse el uno al otro —Zadkiel casi se rindió ante ellos. —Bien, Seph —se dirigió al rubio —Tú entrenas con Akhiel —Daren miró mal a Seph y luego al querubín que entrenaba con uno de los superiores. El pelinegro se detuvo al sentir la mirada de los querubines y del comandante, dejó salir un bufido aburrido.
Zadkiel sonrió casi de inmediato cuando Akhiel se acercó y se llevó a Seph en medio de la estancia y empezaron a entrenar juntos sin ningún contratiempo.
—¿Cuándo será el día que dejes de ser un completo problema? —le preguntó Zadkiel a Daren, quién dejó la espada de madera sobre la repisa.
—El día que te des cuenta de que no soy yo el del problema, Zadkiel —Daren se detuvo en la puerta de la estancia y miró al comandante por encima del hombro.
—Nosotros no somos los culpables de que tu padre te haya abandonado y lo sabes —soltó el comandante sin mostrar ni un tipo de remordimiento.
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Editado: 14.11.2024