Dareph

Capítulo 21.-

La noche llegó y Seph fue enviado a la sala de entrenamiento como castigo por haber llegado tarde a la ceremonia, el rey se sentía ofendido por semejante falta de respeto hacía él y sus invitados que no le importó gritarle delante de todos. 

Cuando Seph entró a la sala dónde se llevaría a cabo la fiesta recibió miradas de desprecio de cada uno de los presentes, incluso de los invitados que empezaron a murmurar sobre lo poco agradable que era que un miembro del escuadrón llegará tarde a una ceremonia. 

Zadkiel lo miró de la manera más desaprobada por aquello, que ordenó a uno de los guardias del rey a llevar a Seph fuera de la estancia y vigilarlo mientras entrenaba en el viejo salón. 

Después de terminar los ejercicios sus brazos dolían, como sí alguien lo hubiese estirado con alguna máquina de torura, se dirigió directo a su habitación para poder dormir un poco, sin embargo, había algo que lo inquietaba, Daren. No lo había visto desde que entró a palacio, ni siquiera en la fiesta, el que pensó que lo encontraría disfrutando un poco de café que seguro le robó a su rey. 

Eso era muy raro, Daren jamás faltaba a una reunión de ese estilo. 

Aunque la mayor parte del tiempo, se la pasaba escondido de los guardias, no quería que lo llevaran de nuevo a su habitación o dónde se encontraba Zadkiel, siempre se divertía o a veces solo se metía en problemas sólo porque sí. 

Seph sabía que esa segunda opción era de lo más válida. 

Tal vez uno de los miembros del escuadrón lo había descubierto cuando intentó escabullirse para hacer alguna de sus travesuras y lo había llevado con el rey o peor, con alguien del consejo. 

Quizás estaba en su habitación maldiciendo porque no pudo hacer más que quedarse ahí, sin embargo, al llegar ahí, Daren no estaba.

Seph dejó salir una palabrota antes de salir corriendo para buscarlo. 

Tenía que ser una broma, ¿cómo es que era posible que siendo un ángel muy joven se metiera en tantos problemas, en lo que con trabajo podía solucionar? 

Seph se estaba confiando demasiado. 

Tenía que encontrarlo antes de que alguien más lo hiciera, sino todo lo que habían formado, esas reuniones a solas, aquellas salidas al infierno pueblerino se irían al completo carajo. 

No solo lo iban a castigar, también lo llevarían al otro palacio, dónde las reglas eran más estrictas y no lo dejarían ni ir a pasear.

Un lugar al que nadie suele volver. 

Cuando llegó a las Torres se detuvo de golpe, tenían un aspecto siniestro cada que la luna se ocultaba, le había costado un poco quedarse a unos cuantos metros del lugar. 

Podía ver los árboles del bosque siendo agitados por el salvaje viento, podía sentir la inquietud de los animales salvajes, el miedo disfrazado de sombras de la noche. 

Esas que le hacían estremecer cada vez más. 

Se quedó paralizado debido al terror que comenzó a sentir, sin embargo, algo le decía que no debía huir. Que tenía que quedarse y que estaría bien, que solo tenía que mantener la calma. 

El miedo no le iba a ganar, no está vez. 

Sí un espectro se atrevía aparecer cerca de las Torres tenía que ser valiente y acabar con ella, así como le habían enseñado. 

Al menos la barrera que se encontraba alrededor de palacio le daba un poco de alivio, no era tan fácil que alguien no puro de corazón pudiera ser capaz de entrar, sabiendo lo que el poder de la protección les hacía, purificar hasta volverlos cenizas. 

Seph sacó de su cinturón una pequeña daga, una de color café oscuro, una que tenía un aspecto de haber sido creada de un material parecido a la madera, uno muy especial para que los querubines sin entrenamiento pudieran usar sin lastimarse. 

—¡Daren! —gritó lo más que pudo. —¿Dónde estás? 

—Aquí —esa voz hizo a Seph mirar hacía arriba de las Torres, justo cerca de los metales que sobresalen de estas, colgaba Daren que intentaba alejarse del peligro con sus débiles alas, las cuales parecían moverse de una manera muy torpe. 

—Demonios… —musitó Seph dejando caer la daga por la impresión, sí Daren fuera un humano cualquiera seguro que ya se hubiera desmayado por aquel terror. —¿Qué rayos…? ¿Cómo has llegado hasta ahí? —quisó saber. 

Extendió sus alas, listas para usarlas y atrapar a su compañero, hasta que recordó que no podía volar. No tenían la fuerza suficiente para mantener a ambos en el aire.

Desde que tenía entrenamientos con los superiores le habían prohibido usarlas, debían tener más resistencia para poder volar. 

Seph entró a la Torre sin dudarlo más, se olvidó de ese miedo irracional que le provocaba la oscuridad, corría lo más rápido que podía para así poder alcanzar a Daren antes de que cayera. 

Tenía que salvarlo. 

No. 

Debía salvarlo.

Logró llegar a dónde se encontraba Daren, lo miraba por una clase de ventana que tenía una forma singular. 

—¡Seph! —gritó Daren cuando el metal se movió rasgando su ropa. 




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