Las velas que yacen en el pequeño candelabro que se encuentra en la mesita de noche, en medio de esa habitación, se apagaron debido al viento que entró por la abertura del techo.
Un mal recuerdo del pasado.
Un estruendo rompió no solo con los sueños e ilusiones de un rey, si no también de una familia que se separó.
La reina.
Una guerrera que en el pasado luchó con todas sus fuerzas contra el mal, sin embargo, después de perder a su hija menor, enloqueció. Una noche salió del palacio sin protección alguna y jamás se volvió a ver.
Ángel.
La futura heredera del trono, quién había estado viviendo en Estrella Lunar, dónde se mantenía segura y también pudiera ser capaz de aprender un poco más de sus antepasados los arcángeles, los que no habían sido guerreros, sino guardianes.
Y el rey, un ángel que protegía a Celesty a su manera, quién tenía que ser un líder inteligente, con fortaleza, a pesar de todo.
Dejando a los superiores y hasta el más débil guerrero a su merced.
Deshaciéndose de aquellos que él consideraba una amenaza.
Pero…
¿Quién iba a creer que, incluso el corazón más fuerte puede llegar a tener una debilidad?
Antes de que la oscuridad cubriera cada rincón de la estancia, el rey se detuvo cerca de una cuna, la miraba con curiosidad. Aquel juguete de madera que había sido creado para su bebé. Un caballo. Un regalo de su madre.
Los tenues rayos de luna le hicieron recordar, las ocasiones en las que esperaba cada anochecer, en las que deseaba que Yue pudiera ser capaz de proteger con su escudo todo a su alrededor y que cada una de las estrellas guiará a todos en la oscuridad.
La primera vez que escuchó el llanto de su hija, él llegaba de un viaje, tuvo que lidiar con el pueblo de los humanos por algunos problemas que ocurrían en ese lugar. Era un verdadero lío, ya que trataba de mantener un bajo perfil, ser un ángel en un mundo cubierto de oscuridad podía llegar a tener sus desventajas, después de todo.
Tomó en brazos a su hija y le empezó a cantar una canción de cuna, una que había escuchado en el mundo mortal, la cual hablaba de la tranquilidad y de una princesa perdida, sin suponer que así sería su destino.
El lugar estaba cubierto de telarañas y el olor a polvo le hizo arrugar la nariz, lo hacía consciente de cuánto tiempo pasó desde aquel incidente, mientras que el crujir de la madera bajo sus pies, lo frágil que se volvió el suelo con los años.
—Dicen que las estrellas pueden ser poderosas, ¿no lo cree su majestad? —Las palabras del desconocido se repetían una y otra vez en su cabeza, cómo una pesadilla que lo perseguía día tras día. —Tal cuál la luna en cada noche, sin embargo, en ellas no se puede encontrar la tranquilidad que uno espera.
En ese momento, se comenzó a sentir vacío y nostálgico que sí tuviera el lujo de viajar al pasado, cambiaría tantas cosas. La destrucción de un mundo que nadie extraña y la muerte de aquellos ángeles que cayeron para protegerlo.
Tan lleno de esperanza y perdido a la vez.
—Mi pequeña princesa… —el rey pasó una mano sobre la cuna, como una ligera caricia. —La luna espera aún por ti —y entonces, se quebró.
Las palabras se desvanecieron con el llanto, mientras que las lágrimas se perdían en la libertad del suelo.
El dolor y la soledad, dos buenas compañías en ese lugar.
Un bebé perdido.
Un ángel que alguna vez tuvo el destino de vivir.
Un ser divino con el don de persuadir.
* * *
Daren no dejaba de pensar en la noche en la que Calem le dio indicaciones serias para que se mantuviera a salvo, Seph no había regresado y eso lo tenía muy mal.
Cuando estuvo a punto de escapar de los guardias que lo seguían se encontró con Irina en el jardín, la doncella parecía no tener miedo a encontrarse con algún superior, solo estaba ahí mirando la nada.
Ni siquiera estaba con Akhiel, el guerrerito del que ahora era muy amiga.
Sus miradas se encontraron y la situación se comenzó a sentir rara, los latidos de su corazón estaban incontrolables que le costaba de algún modo concentrarse.
Siempre creyó que jamás la iba a encontrar por los alrededores del palacio, disfrutando de su vida plena sin ninguna preocupación aparente.
Después de aquel encuentro, ambos no se hablaron, simplemente siguieron su camino, pero esa misma noche se encontraron en uno de los salones principales.
Como parte del destino.
—Ya uno no puede dar un paseo nocturno porque se encuentra con personas que no quiere ni ver —Daren soltó un suspiro, cansado.
Quería todo menos encontrarse con Irina.
—Daren… —empezó a decir Irina. —Yo… —se calló cuando miró a Daren negar con la cabeza, señal de que no quería escucharla.
—No quiero oírlo, Irina —se dio media vuelta y comenzó a andar a la salida, estaba luchando con las ganas de ir a abrazarla, de decirle lo mucho que la echaba de menos y lo tan roto que se había sentido desde que perdió a su mejor amigo. Por no ser capaz de salvarlo. De no poder hacer nada.
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Editado: 14.11.2024