Dareph

Capítulo 32.-

Los guerreros se estaban haciendo paso entre la multitud de ángeles que corrían de un lado a otro, el pueblo de Celesty huía con desesperación. No querían que la oscuridad que emanaba de cada uno de los espectros, que se hicieron presentes de la nada, los tocarán. Temían ser transformados en maldad. 

La mayoría de los miembros del escuadrón se habían reunido cerca de las Torres. Ellos esperaban, con fe y esperanza, que la hija de la luna los cubriera con su protección. Su escudo. Para que así la oscuridad que salía de los rincones no pudieran hacerles daño, sin embargo, eso nunca pasó. Nunca llegó esa pequeña protección. 

Lo único que les quedaba era luchar sin mirar atrás. 

Detener el caos a como dé lugar. 

A pesar de que los guerreros tenían la ventaja en la batalla, mantenían a los espectros a una distancia lejana del palacio para que así ni uno de ellos pudiera entrar y, aunque no pudieron evitarlo del todo. 

Muchos de los espectros fueron capaces de escabullirse. 

Incluso en la presencia de Arael, uno de los más fuertes en el consejo por su tenacidad, no pudo hacer mucho para impedir que los espectros entrarán al palacio. 

Pero eso no fue lo que lo distrajo de la pelea, sino el rugir de una bestia salvaje, una criatura tan terrible que lo hizo estremecer. 

Frente a él, delante de los guerreros que se encontraban luchando a su lado, un ser los vigilaba. Con ojos carcomidos por los gusanos, observaba cada uno de los movimientos de los ángeles, como un depredador listo para cazar a su presa, su cuerpo corpulento era el menos de sus problemas. 

En sus garras y dientes, en cada ranura de su piel, algo extraño salía de ella, un líquido. Una mezcla verdosa, un veneno muy potente que, podría incluso desintegrar la oscuridad, sí se lo llegaba a proponer.

 Se trataba de nada más y nada menos que de un sabueso del infierno. 

Hacía ya algún tiempo, después de que Daren y Seph lucharon juntos por primera vez, con un enemigo muy poderoso, las mascotas del infierno no salían de su escondite por miedo a lo divino. A esa pureza que emanaba de los ángeles.

Al miedo irracional que le tenían a los ángeles y a los mortales, quienes podían ser capaces de cazarlos sin temor alguno y ahora, con la maldición de la luna a todo lo que da. Aquella que se había roto hace poco. La oscuridad poseía más fuerza, más poder y cualquier criatura proveniente de Yukhal salía, incluso a plena luz del día. 

Esas bestias del infierno. 

Esos sabuesos convertían los lindos sueños de los presentes en pesadillas de las que jamás podrían escapar. 

Dejando que en sus ojos profundos se pudieran ver con detalle los fragmentos de la muerte, la cual hacía temblar al más valiente de los guerreros. 

—Maldición… —mencionó un superior, cuando su guardián, el que debía estar cuidando su espalda, fue devorado por el sabueso justo al intentar ir tras él para matarlo. 

—No vamos a resistir por mucho tiempo —interrumpió un querubín el silencio que se había albergado por los alrededor. Su nivel de pelea no era tan alto como la de los demás guerreros, era tan débil como un humano que por eso no lo llevaban a las batallas, pero aún así se concentró. 

Se ajustó la venda que tenía alrededor de la muñeca, mientras mantenía el ceño fruncido. 

Antes de que el caos estallará en Celesty, el querubín había estado entrenando junto a lado de un superior. El ángel de alto rango que yacía a unos cuantos metros cerca de él, muerto por haber sido tocado por la oscuridad. Había estado haciendo un buen trabajo esquivando y saltando las pequeñas tarimas improvisadas, pero en sus ataques de puño libre no le fue muy bien y sin más, alguien le tuvo que cortar la cabeza con una espada. 

El querubín, en el entrenamiento, había creído que por primera vez en su vida, tenía una gran ventaja sobre su adversario, ya que el superior bajo la guardia, sin embargo, fue embestido antes de que pudiera llegar a atacar. Haciendo que un dolor le llegase desde el hombro a la muñeca. 

Lo que lo llevó a la batalla contra la oscuridad con un brazo lastimado, aunque en un par de ocasiones le había ido bien, hasta que le torcieron el brazo y soltó una maldición por el dolor. 

—Sí tanto miedo tienes, puedes ir a esconderte —mencionó Arael cuando se acercó a él, demostrando que no le temía a nada. 

En su exterior, se podía ver como buscaba la manera de poder sobrevivir a la oscuridad en ese lugar, pero en el interior, buscaba la forma de esconderse. Aunque claro, primero tenía que matar al sabueso antes de irse.

—Parece que el que tiene miedo es otro —contestó el querubín con un poco de burla en su voz. 

—Más respeto de como me hablas, novato —le advirtió el pelirrojo al querubín, quién solo le sonrió. 

—Arael… —el querubín sacó una daga de su cinturón de cuero, ladeó la cabeza y empezó a contar a los espectros que lo habían estado rodeando. —Podrás tener el título de superior —dejó que la fuerza ejercida en la daga blanqueara sus nudillos. —Pero te falta mucho para eso —. Saltó justo a tiempo cuando un espectro se dejó ir contra él, esquivó sus feroces garras antes de que le pudieran desgarrar la piel. 




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