Dareph

Capítulo 36.-

Y poco a poco la oscuridad lo fue consumiendo.

Desesperación.

Terror.

Angustia.

Lo único que quiere es salir de ese sufrimiento.

Quiere gritar.

"No, por favor... " suplica

Pero es demasiado tarde.

Aquella penumbra ya lo devoró.


° ° °

—Nunca te dejes tocar por la oscuridad. 

El ángel de alto rango miró con recelo al querubín que tenía frente a él, tan sencillo y poderoso como el mismo resplandor del sol, Seph, era su nombre. 

Algo muy significativo para quienes le temen a la oscuridad. 

Apenas llevaba un par de días en el escuadrón y Zadkiel le había pedido a uno de los superiores que le enseñase a Seph las cosas que debía aprender sobre los espectros, sus debilidades, sus fortalezas y aquello que jamás tenía que olvidar: No tocar a la oscuridad. 

Mientras que el comandante y un par de miembros del consejo se hacían cargo de un intruso que había sido capaz de entrar al palacio.

Un humano. 

Quién al ver a los guardias distraídos, entró a Celesty, incluso cuando el rey se enteró de semejante cosa, se preocupó, ya que temía por su esencia. 

Sin embargo, el mortal no parecía recibir a la muerte como tenía que ser, más bien, le estaba ayudando a una transformación. A permanecer en lo divino. 

Pero al tener un cuerpo muy frágil este poco a poco envejecía. 

Tal vez, estar en un lugar sagrado como Celesty, no siempre era bueno para los humanos que poseían un corazón noble. 

Después de todo, el mundo necesita un poco de malicia para seguir adelante. 

—¿Y sí eso llega a suceder? —preguntó Seph con curiosidad. 

Al verlo a los ojos el superior pudo notar tristeza y preocupación e incluso llegó a sentir un poco de pena por él. 

Aunque lo entendía. 

Tener esa idea loca de que un día la oscuridad puede llegar a ganar una batalla es tan aterradora que hasta un veterano como él le temería. 

La peor pesadilla de un ángel. 

¿Quién demonios querría perder su esencia? 

Nadie. 

—No querrás averiguarlo —fue lo único que le dijo el superior. 

El ángel de alto rango se puso de pie sin decir ninguna palabra más, tomó el libro que yacía sobre la mesita de noche y se acercó a un escritorio de madera. 

Aquel libro hablaba sobre la historia antigua, el mundo antes de la caída de los arcángeles, al menos, la información que algunos guardianes pudieron rescatar después de que los espectros aparecieran en Tharya. 

A pesar de que la mayoría de sus órdenes siempre eran cuidar a los querubines, no dejaba su vida en manos de esos bebés ángeles, como el superior los llamaba. 

Por el simple hecho, de que cada uno de ellos, de alguna manera terminaban traicionando a sus aliados, debido a la crueldad que había en la oscuridad. 

En las misiones, los querubines siempre eran una terrible distracción, ya que no solo tenía que enseñarles la historia de la caída, también el saber cómo defenderse de los espectros. 

Las criaturas de la oscuridad no eran un adversario con el que podían ser capaces de negociar. 

Seph observó como el superior salió del salón después de mencionar un par de palabras que no pudo entender, dejándolo más que confundido. 

En los días que llevaba en el escuadrón no había podido aprender nada en realidad, solo una que otra lección sobre la oscuridad y sus maldiciones. 

Sin mencionar que todavía le faltaba toda una tarde de entrenamiento rutinario, con uno de los ángeles que siempre acompañaba a Zadkiel en las misiones, pero esa vez se le permitió tener unas horas de descanso. 

Pero fue llamado al campamento, al otro lado del bosque, así que Seph supuso que su entrenamiento empezaría tarde. 

La última vez que Seph cruzó las Torres, un espectro casi lo degolla. 

Tal vez, su destino era como el de cualquier otro querubín, morir en manos de la oscuridad. 

Pero no fue así en los últimos años. 

Seph nunca pensó que su vida se iba a complicar demasiado, más ahora que tenía un aliado. 

Un compañero. 

Un amigo. 

Un hermano que en cada una de las batallas contra la oscuridad, le cubría la espalda. 

Existía en ellos, un lazo muy fuerte. 

No siempre se debe tener algo romántico en aquello que se quiere proteger. 

La amistad también puede ir más allá de las fronteras. 

Sin mencionar, sus aventuras, aquellos días en los que se escapaban de palacio para ir al infierno pueblerino. En dónde, llegaban a usar capuchas para cubrir sus rostros y no ser descubiertos por los guardias que mantenían vigilado los alrededores, aunque la última vez que estuvieron ahí, uno de ellos se quejó de cómo es que el comandante buscaba excusas para castigarlos a ambos. 




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