Dareph

Capítulo 37.-

—Vas a estar bien, Seph —Daren apretó la mano de su mejor amigo, demostrando su lealtad y cariño hacía él. 

La habitación en la que se encontraba era pequeña, con un par de antorchas colgadas en las paredes, mientras que el olor a flores del jardín trasero del palacio, se mantenía a su alrededor. 

Daren lo había podido salvar de la oscuridad, ni siquiera le importó el riesgo que corría su vida por eso, ni siquiera le importó si perdía su esencia en medio de las terribles tinieblas, sin embargo, hubo algo que lo mantuvo lejos de la amenaza y se trataba del escudo de la luna. 

La protección que Yue usaba. 

De algún modo pudo ver como la oscuridad que había en Seph se llegó a purificar, dejando su consciencia en un profundo sueño, como aquel cuento de hagas. En dónde la princesa yace sobre la cama en espera de un beso verdadero, pero aquello no era tan simple como esa magia, si no de una lucha entre la vida y la muerte. 

Hacía ya tres días que habían llegado a Estrella Lunar, al otro palacio. 

El lugar que se mantenía escondido entre rocas gigantes, ruinas y soledad. 

Dónde en el horizonte el sol naciente brilla sin parar, dejando que su pureza cubra el bello manantial. 

Un paisaje que lograba cautivar, incluso a los ángeles más veteranos, los cuales se detenían para admirar semejante lugar. 

Cuando Celesty cayó en manos de la oscuridad, a los pueblerinos ni siquiera les importó el manantial, estaban más centrados en su objetivo, llegar a salvo a su futuro hogar. 

En el sendero de la vida, no había nada más que los acompañará, más que el silencio inquieto y las pérdidas de aquellos guerreros que se sacrificaron para salvar la vida de las personas que amaba, pero Daren no estaba listo para decirle adiós a su mejor amigo. No estaba preparado para despedirse. 

Esa noche en el bosque, después de que la oscuridad desapareció en el cuerpo de Seph, también lo hicieron los espectros que se encontraban en Celesty, deteniendo el caos. 

Daren miraba con tristeza el cuerpo inerte de su mejor amigo, ni siquiera se percató de la presencia de Calem, hasta que habló:

—Daren… —, pero el castaño no le prestó atención, solo observaba la leve respiración de su compañero, no fue hasta que llegó Zadkiel, quién parecía estar preocupado por los ángeles que no habían sido tocados por la oscuridad o al menos, lo que él quería hacer creer, sin embargo, Daren ya conocía esa falsa faceta suya. 

Zadkiel dio un paso a Daren y cuando trató de tocar su hombro con su mano derecha, este se detuvo al ver el filo de la espada sobre su cuello. 

A pesar de tener una mirada como la de cualquier otro guerrero, sin temor a nada, no quería ser asesinado por un chiquillo que estaba perdiendo el control de sus emociones, solo por un capricho. 

Solo por ver a alguien que no valía la pena. 

—No me toques si sabes lo que te conviene —le advirtió Daren, Zadkiel levantó las manos en forma de inocencia y retrocedió. 

La mirada fría que le lanzó Daren, con esos ojos azul profundo, le provocó un terrible escalofrío. 

Miedo. 

—Daren… —Habló Zadkiel con cierta cautela al ver a Seph en el suelo y luego miró al castaño. —Tenemos que matar a Seph antes de que despierte —su mano se fue directo al cinturón que posaba en su cadera y tomó la empuñadura de su daga. —Tienes que matarlo —se corrigió de inmediato al ver la molestia en el rostro de Daren. 

—¿Quién demonios crees que eres para darme esa clase de órdenes? —Daren no apartó la mirada de su comandante y tampoco alejó la espada con la que lo estaba amenazando. —¿Quién carajos te crees para decidir cómo Seph debe morir?

—Tu… Tu superior… —Titubeó el comandante, Zadkiel sacó la daga, esperando que Daren no se diera cuenta de sus movimientos. —Además, sabes que desde que la oscuridad le tocó esta… 

Daren lo interrumpió de inmediato: 

—Seph no está muerto, Zadkiel. 

El comandante frunció el ceño al ver las manos de Daren, dejó salir un suspiro de pesadez al darse cuenta de que ambos chicos estaban totalmente perdidos. 

De que su pelea no había tenido un final feliz. 

En la punta de los dedos de Daren, había oscuridad, esa viscosidad de la que los espectros estaban cubiertos, sin embargo, de alguna manera esta no avanzaba, no se movía. 

Como sí un hilo invisible la estuviera deteniendo. 

—Como comandante de Celesty te ordeno que te alejes de Seph —dio un paso firme hacía Daren, pero este no retrocedió, no se inmutó en absoluto. —Si no quieres terminar muerto como él —señaló con la cabeza al rubio. —Soy tu superior y debes obedecer. 

—¿Mi superior? —repitió Daren con un deje de burla en su voz. —Dejaste de ser mi comandante en el instante en que decidiste darle la espalda a todos los caídos. ¡A los guerreros que buscaban tu ayuda! —Aquello último era más un reproche por haberle prohibido buscar a su mejor amigo. 

Por dejar que la oscuridad lo consumiera. 

—Sabes muy bien que… 




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