Dareph

Capítulo 45.-

 

Ninguno de los presentes pronunció ni una palabra, ni siquiera Irina que había estado callada, atenta a cada uno de los movimientos que daba Seph. Parecía estar listo para irse. Cauteloso, esperanzado y un poco confundido por quienes lo observaban. Nunca se sintió tan extraño.

Tal vez un poco de aire fresco le ayudaría a recordar los nombres de los ángeles que estaban ahí y no solo eso, también al rango al que pertenecían cada uno, aunque podría jurar que había visto al chico de cabello blanco en alguna parte. Claro, el ángel de las pesadillas, no lo había podido reconocer por aquella máscara que llevaba en el rostro.

Siempre presente cuando todo se complica.

Leer a través de la mente, del alma, algo que nadie puede ser capaz de ver, que no todos los ángeles pueden ser capaz de soportar.

—Calem... —Seph colocó una mano sobre su frente tratando de recordar. —¿Qué...?

—Me alegra que estés bien.

Ahí estaba.

Un recuerdo fugaz que lo hizo estremecer.

Como sí de alguna manera lo hubiera llamado.

Estaba en medio de la oscuridad, perdiendo toda clase de sentido, sin embargo, cuando estuvo a punto de rendirse, un destello de luz lo hizo mirar sorprendido a esa pequeña esperanza.

Daren.

En su mano posaba una espada cubierta de luna, mientras que en sus ojos se reflejaba la tristeza, ese sentimiento que nunca creyó capaz de demostrar a nadie más que a él.

Tan solo le tomó un par de minutos para darse cuenta de que su corazón estaba roto, no por un amor perdido, no por la oscuridad, si no por algo más fraternal.

—Vamos... —La voz de su mejor amigo fue tan lejana y quebradiza que le costó un poco entender lo que decía, como el cantó de un ave que es opacado con el sonido natural del mar.

Seph nunca había visto sus ojos tan apagados.

Como sí la vida misma le hubiera llevado a la crueldad, pero no era así, más bien, el perder algo tan valioso lo estaba acabando de una manera muy lenta y sólo aquellos que lo conocían de verdad podían ver más allá.

Y ni siquiera el tiempo podría ayudarlo a sanar, se iba a convertir en un guerrero sin motivo.

Con un vacío tan profundo como el mismo abismo del infierno.

Viviría, pero sin darle importancia a nada.

Seph tragó saliva.

Sí vivir rodeado de oscuridad era difícil, no quería averiguar cómo se iba a sentir perder al ángel que consideraba su hermano.

Nadie elige esa condena tan terrible.

Esa cruda realidad que de algún modo lo convertía en un ser con debilidad.

—No lo eres... —Daren le dijo una vez cuando una de sus misiones se complicó tanto que tuvieron que esconderse en las ramas de los árboles. —Deja de pensar de ese modo —. Aquello había sido una advertencia disfrazada de molestia.

Que estaba seguro que sí no se callaba era muy probable que le diera un golpe en la cara.

—¿Dónde está Daren? —volvió a preguntar Seph, alejando toda clase de pensamientos, que incluso mostró un mueca al darse cuenta de que se había olvidado de su mejor amigo.

Tenía suerte de que no estuviera cerca, ya que se hubiera más que ofendido.

—Seph... —habló Calem, aunque no estaba preparado para responder su pregunta.

Sabía que si Seph se enteraba del paradero de Daren, el chico no dudaría en ir tras él. Ya había tenido suficiente con la tortura que le había dado la oscuridad y tenía miedo de que volviera a ella.

Decirle dónde estaba Daren, era una verdadera condena.

Además que desde hace días, Tharya ya no era el mismo lugar de antes y los ángeles ya tenían suficiente con lo que estaba sucediendo a su alrededor.

—¿Acaso está...? —quiso saber.

No estaba listo para escuchar que Daren había muerto en batalla o que hubiera sido tan tonto para convertirse en un espectro.

—¿Qué...? —Calem frunció el ceño al darse cuenta lo que Seph quería decir. —Oh, no. No es lo que piensas, Seph. Él está bien —. No sabía qué tan cierto era eso, pero ya lo había dicho.

—¿Entonces...? —Su voz se apagó. —Necesito saber, necesito hablar con él.

Estrella Lunar a pesar de ser un territorio lleno de guardianes no estaba preparada para una caída, una invasión de espectros, como había sucedido con Celesty. Esta tenía no solo la fortaleza de la luna, también la de su hija, Yue, sin embargo, ella decidió escoger otro camino. Traicionar a todo aquel que le conocía solo por capricho y despecho.

Y entendió su error la noche en que el poder la abandonó, que la convirtió en un ser mortal, dejando que las plumas de sus alas cayeran con lentitud y agonía. Nunca imaginó enfrentarse a lo que más odiaba.

Al castigo de la traición.

En Estrella Lunar, los habitantes debían de mantener el orden en cada rincón del palacio. De vigilar el portal y a todo ser débil, como lo eran los humanos.

Se entrenaban para poder luchar contra la oscuridad, tener habilidades y tratar de superar a los guerreros, sin embargo, su rango no les permitía ir más alto.

Quizás eso podría cambiar después de la guerra, ya que no todos los guerreros iban a poder sobrevivir.

Irina sonrió al darse cuenta de que Daren había podido hacer un trato con la bruja y traer a Seph de vuelta, hizo el ademán de decir algo, cuando Akhiel dijo:

—Huyó... —dijo el pelinegro sin mostrar remordimiento alguno, su mirada era distante, mientras que sus brazos permanecían en su pecho. Mostrar su aburrimiento era lo mejor que podía hacer. —No quería estar presente cuando despertarás —Está vez lo miró de reojo. —El desagrado por ti fue tan grande que no se creyó capaz de soportar tu presencia.

Seph lo miró con incredulidad.

¿Acaso eso era posible?

No.

Conocía muy bien a Daren como para darse cuenta de que no lo dejaría jamás.

Lo había comprobado tantas veces en batalla, incluso cuando estuvo encerrado en la oscuridad.




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