Dareph

Capítulo 48.-

Para Seph pasar por las ruinas no le pareció de lo más sencillo como lo había imaginado, aún recordaba sus tiempos de cuando era un querubín, aunque la verdad, no es que hayan pasado muchos años desde entonces. Aquella agilidad que tenía antes le resultaba todo menos complicado, podía ser capaz de brincar cada una de esas rocas que se encontraban en el lugar, sin olvidar claro, las raíces que de algún modo sobresalen del suelo. 

Esas con las que una vez tropezó por estar distraído, mirando a su alrededor y es que, no todos los días tenía el privilegio de estar fuera de palacio y sin duda, Daren no perdió la oportunidad para reírse de él, soltando una carcajada tan fuerte que el destino debió de escucharlo, ya que a los pocos minutos, el karma fue instantáneo. 

Y días después de aquel incidente, ambos lo recordaban como algo muy divertido. 

—Seguro que ese día me pusiste el pie para que me cayera —se quejó Daren antes de darle un ligero sorbo a su café, ese que le robó a una de las sirvientas del rey. La chica trató de golpearlo con una bandeja, mientras que le decía uno que otro insulto, haciendo que Daren solo se burlará de ella. Le había lanzado la bandeja en la cara, pero eso no impidió que saliera huyendo con el café en la mano. 

—¿Cómo podría hacer eso? —preguntó Seph dando una mordida al pan que le quitó a Daren hace unos minutos y este solo lo miró como sí quisiera matarlo, incluso ya pensaba en qué tan lejos iba a enterrar su cuerpo. Seph había cometido un crimen muy grave al quitarle la comida de la mano. —Estaba lejos de ti cómo para hacerlo. 

A esa edad todo le resultaba demasiado fácil. 

En cambió ahora, sentía como el cuerpo le pesaba con cada paso que daba, una verdadera tortura, como sí de algún modo tuviera la misma edad que el comandante o de algún otro superior…, pero la realidad es que era otra. La oscuridad que lo había rodeado hace días, lo había dejado un poco débil y le hacía muy difícil el trabajo. 

Tan cansado por tener que pasar por cada uno de aquellos obstáculos, en dónde no solo las grandes rocas eran un problema, también los árboles que se encontraban en la cima, los cuales se entrelazan como una especie de enredadera que en un momento a otro, se llegó a pregunta cómo es que los guerreros de Celesty lograron cruzar todo eso. 

No había ningún hechizo que pudiera usar. 

A menos que volar hubiera sido su mejor opción, sin embargo, las copas de los árboles no les permitían bajar, se trataba de nada más y nada menos que una clase de trampa mortal. 

Un verdadero misterio. 

Cuando llegó a la entrada del bosque, trató de tomar un poco de aire, agotado, mientras recargaba la cabeza en el primer tronco torcido que miró, pero al ver a su alrededor abrió los ojos de par en par, sorprendido. En su rostro no había más que confusión e incredulidad. 

Así que por instinto se apartó de inmediato al darse cuenta de que cada una de las ramas de los demás árboles se encontraban llenos de oscuridad, a pesar de que al que se había recargado no tenía nada, no se quería arriesgar. 

La viscosidad que miró en cada rincón del bosque, le aseguró que cada noche que pasará, por el resto de su vida, le iba a provocar terribles pesadillas. Frunció el ceño. 

—¿Cómo es esto posible? —murmuró. 

Trató de entender el caos que había surgido en aquel lugar, sin embargo, no pudo hacerlo. Después de lo que ocurrió en Celesty, era obvio que la oscuridad de algún modo pudiera obtener más fuerzas de las que ya tenía y toda esa mezcla que rodeaba a los espectros parecía cobrar vida por sí sola, como sí de en cada punto ciego, en cada zona afectada por el enemigo estuviera a solo segundos de nacer en ellas, la misma reencarnación del mal. 

Dio un paso, dispuesto a todo, incluso de luchar contra las criaturas de la oscuridad si se las llegase a encontrar por el lugar, cuando escuchó las quejas de una anciana, parecía estar molesta. Seph sin dudarlo, se escondió de inmediato. 

La primera regla del escuadrón, una de las más importantes, es no dejar que los mortales descubran su origen. Su verdadero ser. Una criatura divina que descendió a Tharya por planes del creador, que tenía de antepasado a un arcángel. Un guerrero, caído en batalla, hace más de cinco años. 

Los únicos arcángeles que habían sobrevivido durante las últimas guerras eran Azariel y Zadkiel, el ángel de la destrucción, cuyo aspecto era muy usual, aparente al de un mortal. Sus cabellos plateados tan significativos del envejecimiento por dejar en claro el pasar de los años. 

Seph arrugó la frente al ver la apariencia de la recién llegada, se le hizo tan familiar que pensó en aquella señora de hace años, aquella que le robó a Daren su bolsa de monedas de plata. Estaba muy ocupado quejándose de ella, que se olvidó del resto del mundo, incluso de sí mismo que no se dio cuenta. 

Seph no se movió del árbol, se mantuvo oculto reteniendo la respiración, esperando no ser descubierto, dejando que el sonido de su corazón hiciera unísono con el frío viento. Tan silencioso que solo los ángeles de alto rango pudieran ser capaces de sentir su presencia. 

La anciana se encorvó debido a la fuerza que ejercía en sus brazos, demostrando su fragilidad como humana. 

Lo que ella estaba arrastrando por el suelo le pareció que tenía un aspecto tan extraño que lo dejó perplejo, tal vez se trataba de una bolsa de comida. Alguna clase de pedido especial para alimentar al pueblo más cercano. Suministros que podrían necesitar en las próximas horas sí la guerra estallara. Quizás su misión era, llegar con los demás mortales, vender su carga e irse para siempre. 




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