Dareph

Capítulo 49.-

Daren se movía inquieto, como sí de alguna manera su alma no solo estuviera atrapada en la oscuridad, sino también pérdida y sumergida en el caos. Un lugar dónde no hay más que angustia y soledad. Tan desesperado por querer salir, que al no poder hacerlo se pone de muy mal humor. Maldice una y otra vez, mientras golpea una clase de muro que le impide escapar, pero no es eso lo que lo pone de nervios, más bien, son aquellas visiones desastrosas que se presentan en él en forma de una simple ilusión. 

En una de ellas, la peor de todas, fue mirar a Seph, convertido. 

Siendo un espectro de nuevo, solo que en esta ocasión se encontraba en el suelo, quieto, estaba muriendo de una manera lenta y dolorosa que, Daren tuvo que cerrar los ojos para darse cuenta de que no era real. 

De que Seph estaba ahí, con él, a salvo de todo mal. 

Y en medio de ese fuego ardiente, lleno de penumbra, había una persona, una mujer, que esperaba la oportunidad de atacar, para tratar de arrebatarle su don de luna con esa daga suya. Aquella que posaba en su mano izquierda, así que sin dudarlo dos veces, Daren se preparó para lo que pudiera pasar. 

A pesar de que no tenía su espada en ese lugar, no temía enfrentarse a ella. 

Además, no por nada se especializó en el ataque cuerpo a cuerpo, siempre le iba bien cuando tenía que luchar sin un arma. Claro, eso no le servía de nada contra los espectros. 

Dio un paso con cierta cautela, listo para dejarse ir en contra de su nuevo enemigo. El corazón le había comenzado a latir con fuerza. No quería ser descubierto y aún así, temía que de un momento a otro, el sonoro sonido de su corazón lo delatará. 

Lo que no entendía era el porqué justo ahora, el miedo lo estaba comenzando a invadir. 

—Tengo entendido que los guerreros no deben atacar a alguien indefenso —. Esa voz lo hizo detenerse en seco y no porque había sonado dulce y gentil, sino porque a pesar de que, aunque todavía no miraba su rostro y supo, muy en el fondo, que la conocía. 

En lo más profundo de su ser lo tenía guardado como un viejo recuerdo. 

—¿Tú eres…? 

La mujer no dejó a Daren terminar la pregunta para así asentir con la cabeza. 

—Así es, Daren… —se quedó callada por un breve instante y luego agregó: —Soy la princesa de la luna, la que tuvo que salvar a tu pueblo siendo tan solo una humana —, hizo una ligera mueca ante el recuerdo. —Proteger a los ángeles de la oscuridad no es nada fácil de hacer, hijo —. Esta vez giró sobre sus talones para mirar al castaño y mostrarle una sonrisa encantadora, tan propia y digna de ella. 

Y entonces, Daren al fin pudo ver lo que en verdad tenía en su mano, lo que había creído que era una daga de destrucción en realidad se trataba de una espada de luna. Muy diferente a la que él poseía, en su empuñadura, un dorado brillante se distinguía. Fragmentos del mundo celestial y un tono blanquecino, pureza, que solo un humano podría ser capaz de tocar. 

Daren no pudo evitar estar de lo más sorprendido, había leído muchos relatos sobre Selene, en la biblioteca. La chica humana que hace años su vida había sido consumida por la oscuridad. Había muerto. Sin embargo, nadie había podido olvidar la forma tan heroica en la que se enfrentó a las tinieblas. A los espectros. Arriesgando su vida para salvar a los ángeles de la perdición. 

Daren nunca supo como era en realidad, hasta ahora… 

Su cabello rojizo caía sobre sus hombros, siendo alborotado por una ligera ráfaga de viento, con un pequeño matiz de fuego mezclado con el mar que había en sus ojos. Tan idénticos a los de él, que lo dejaron perplejo. 

—Ma… Madre… —Tartamudeó, se sintió muy avergonzado de que las palabras le hubieran fallado de esa manera tan humillante. Así que se aclaró la garganta un par de veces para tratar de interrumpir aquel momento incómodo. 

Algo dentro de él le decía que debía huir de ese lugar, de esa ilusión, salir, salvarse de todo el daño colateral que le pudiera causar esa mentira, pero en el fondo quería. No, deseaba. Poder abrazar a la persona que le había dado la vida. 

Hizo el ademán de dar un paso, ir hacía ella, pero algo lo detuvo. 

Quizás el hecho de saber que no era real, o mejor dicho, ese hilo invisible que lo conectaba con su mejor amigo, aquel lazo de algo irrompible. 

Esa amistad que, sin dudar, se volvió hermandad. 

Sí un espectro aparecía en medio de todo ese caos, tendría tanta ventaja en batalla que seguro lo dejaría en ridículo delante de su madre por estar distraído. 

Estaba pensando. 

En aquellos recuerdos que pudo haber formado con ella. 

En esa niñez que no solo se hubieran convertido en regaños, sino también en grandes elogios por haber sido capaz de entrar al escuadrón con solo su carisma. 

¿O fue por algo más? 

Tan quieto. 

Tan inmóvil que no supo qué hacer. 

Había algo que de cierto modo lo mantenía en alerta y se trataba de una presencia más en ese lugar. De un poder que no pudo reconocer al instante, hasta que pasaron un par de minutos. 




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