Dareph

Capítulo 52.-

El sonido del agua que se filtra a través de las paredes, la tiene a punto del colapso, Yue mira con atención a su alrededor con cierta curiosidad, incluso aquellas pequeñas abolladuras que tienen las rejas del calabozo. Se supone que nada puede dañar algo como eso. Ya que había sido creado con el poder celestial ese que existió antes de que los demonios desaparecieran. 

Inexplicable cuando se trata de un palacio alejado del bosque, escondido cerca de ese hermoso manantial. 

Yue espera con ansias al ángel que alguna vez le habló sobre un plan para que todo fuera diferente, ese chico que le prometió mantenerla a salvo y su nombre era Adhrael. 

Sin embargo, sus esperanzas se han perdido conforme pasan los días. La soledad y suciedad, una tortura que nunca imaginó. 

Las noches se le hacen eternas, algunas muy frías y otras, perturbadoras, sus días se han vuelto una completa pesadilla. Jamás en su vida había tenido problemas con ensuciarse las manos, con mancharse de sangre. Desde que se convirtió en la protectora de Celesty, empezó a deshacerse de aquellos ángeles que le habían querido herir, pero ahora, las cosas eran tan distintas que se desconocía a sí misma. 

Aquel vestido ligero color lila, el cual había elegido por su falda, ya que no le iba a resultar estorbosa cuando tratará de escabullirse entre la multitud, para poder escapar de Celesty, ahora estaba desgarrado y cubierto de lo que parecía ser lodo. Su cabello estaba despeinado y sus ojos cansados le quitaban lo que alguna vez llamó encanto. 

—No te acerques —le ordenó a una sombra que deambulaba por los alrededores, estaba un poco temerosa. —Bueno, tampoco es que me agrade este lugar. 

—¿Y por qué no? —le preguntó la sombra. 

—¿Has escuchado lo que dicen los guerreros? —Yue se acercó a las rejas, colocando sus manos sobre ellas para luego asegurarse de que nadie estuviera escuchando. —Dicen… Que hay un príncipe de la luna, ¿puedes creerlo? —se cruzó de brazos, ofendida. —¡Se han vuelto locos! —Bufó. —La luna no tiene el derecho a escoger a otro hijo cuando ya hay uno.

Desde que el vigilante había logrado entrar al palacio, los guardias dejaron de estar atentos en el calabozo, se mantenían a una cierta distancia de ella. Así que, no tenían ni idea de lo que ocurría dentro de ese lugar, además tampoco es que estaban interesados en saber. 

El líder del consejo, Azariel, le dio una orden de que nadie, por más que Yue lo pidiera, se acercará a ella. Y también tenían prohibido llamarla princesa. 

Un traidor de Celesty perdía todo título que poseía, por ello no debían darle la espalda a su pueblo y sí alguien tenía el descaro de dirigirle la palabra, se le iba a considerar no solo un cómplice, también una criatura de oscuridad.

Además que nadie sabía con certeza si el poder de la luna aún seguía dentro de ella, por eso Azariel no quería arriesgar la vida de nadie más. El escudo de la luna era demasiado poderoso como para que los guerreros estuvieran cerca de Yue.

Yue supo por la boca de Azariel que había un príncipe de la luna, pero enterarse de que Daren lo era había sido un golpe directo en el abdomen, al menos para ella, sentía que todo su alrededor se desmoronaba. 

Las estrellas brillaban con un poco de intensidad en el cielo nocturno, mientras que la luna desaparecía entre destellos de pureza formador para proteger a los ángeles que se encontraban en medio de la nada, luchando con los espectros que habían rodeado el bosque. 

En la mano de Yue poseía una esfera extraña, sin forma aparente, dentro de ella, había algo tan brillante como las mismas estrellas. Un escudo visible. Capaz de alejar toda clase de mal, pero su concentración no estaba en sí misma, así que, sin percatarse de la presencia de los espectros, fue atacada y casi degollada por esa criatura de oscuridad. El golpe fue tan duro que casi la mando a la inconsciencia.

De no ser por Zadkiel y otro superior que se encontraba ahí, seguro que habría muerto en medio de ese caos. 

Ninguno de los guerreros del escuadrón tenía el don de la luna por una razón, ellos sólo debían encargarse de mandar a los espectro de nuevo a su hogar, al lugar que pertenecen.

No debían dejar que ni un humano o una criatura de la oscuridad pudiera ser capaz de entrar a Celesty, pero ahora, el escudo se encontraba en un ángel que demostró que la amistad podía ser tan valiosa como el amor. Que podía significar demasiado para aquellos que pudieran entenderla. 

Ese ángel que le entregó su corazón a una doncella. 

Una malcriada e inútil chica que no conocía el mundo. 

Yue estaba se encontraba hecha un ovillo en la esquina del calabozo, cuando su visitante ni siquiera le dijo adiós, solo desaparecía, como todas las noches. 

En lo más profundo de su corazón, o al menos de lo poco que le quedaba, deseaba que cada uno de los ángeles. Los superiores que la habían encerrado en ese tenebroso lugar, tuvieran su merecido, tal vez ser un espectro sería el peor castigo para ellos. 

Ya que la muerte no era algo que pudiera simplemente desear, su agonía debía ser muy dolorosa como lo que ella estaba sintiendo ahora. Morir no sería tan satisfactorio como la oscuridad.

Esa lucha interminable de querer volver a ser como antes, de sentir amor o cualquier otro tipo de sentimiento, dolor, sin embargo, la crueldad de las tinieblas nunca tenía límite. 




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