Un par de horas antes.
El calabozo no es un lugar que le agrade demasiado, después de todo, no le gusta sentir esa horrible sensación de estar solo. Estar encerrado en un sitio como ese, seguro que en cualquier minuto, lo volvería loco.
Cada una de las rejas que adorna el calabozo está siendo protegida por un hechizo para que así los ángeles de alto rango, aquellos que eran más poderosos que cualquier guerrero de Celesty, pueda ser capaz de escapar. Además que, un traidor de palacio, siempre debe tener un trato muy especial.
Sin embargo, cuando un ángel es tocado por la oscuridad no hay nada más que hacer para detenerlo.
A pesar de que el corazón de Seph había sido curado por su mejor amigo, nadie quería que se convirtieran en medio de Estrella Lunar. Tenían miedo de ser destruidos por un solo ángel como él.
Seph permanecía recargado en la pared con los brazos sobre el pecho, mientras que los guardianes y los tres guerreros que Zadkiel puso en su vigilia, no dejaban de hablar. Ya se estaba cansando.
—Tenemos que matarlo —sugirió uno de los guardianes sin quitarle la vista de encima a Seph.
—No podemos hacer eso —fue uno de los guerreros el que habló, parecía estar de lo menos preocupado, pero su alma temblaba de miedo.
Y no por la guerra que estaba a punto de estallar, más bien por lo que Seph pudiera ser capaz de hacer. Sabía que si se lo proponía podía escapar del calabozo con tan solo un movimiento de espada.
Y Seph, pudo notar eso, que casi lo hizo sonreír.
También pudo darse cuenta de lo aburridos que estaban, ya ni Daren se quejaba tanto con su presencia.
¿Cómo es que eran tan tontos?
—¿Ya se cansaron de murmurar? —preguntó Seph sin mirar a ninguno de los presentes. —Porque yo ya me cansé de escuchar cada una de sus quejas.
—Entonces… —dijo un guardián con molestia. —Deberías irte o perdón, no puedes —se burló.
—¿Y tú? —Seph arqueó una ceja. —Eres tan cobarde que no eres capaz de enfrentarte a la oscuridad o perdón… Eres uno de esos guardianes que sé supone debe cuidar la prosperidad de este palacio. —esta vez sonrió con cierto sarcasmo. —Qué tontería.
Había olvidado lo odiosos que eran los guardianes, desde la última vez que se enfrentó a uno de ellos hace tiempo.
Ellos creían que tenían el poder sobre todo lo que los rodeaba, cuando en realidad su única prioridad era cuidar el portal que se encontraba en el bosque.
Aquel lugar que dejaron a merced de los espectros, solo porque sí.
No entendía cómo los superiores habían permitido semejante descaro.
—Eres un…
—Ya basta —ordenó uno de los guerreros antes de obligar a los guardianes a salir de ese lugar.
Seph tuvo suerte de que ninguno de los presentes quisiera seguir con esa aburrida conversación.
Al llegar la noche, el ambiente de aquel calabozo se volvía cada vez más pesado, como sí la oscuridad hubiera sido capaz de entrar al palacio.
Seph se alejó de la pared y observó con atención su alrededor, con cada minuto que pasaba se ponía cada vez más en alerta. Preparado para lo que sea que estuviera a punto de llegar. Siempre listo, incluso para enfrentarse a la misma oscuridad.
Sin embargo, el sonido de las botas al caminar lo hicieron estremecer, aquellos pasos que iban acompañados con el tintineo de una vieja armadura.
—Vaya… Vaya… —La voz de Arael provocó un eco escalofriante en el calabozo que Seph se tuvo que contener para no volverse a estremecer.
—Arael… —Seph miró al contrario con molestia, con ese odio que sentía hacía él.
Los vagos recuerdos de un Seph cubierto de oscuridad y un superior a punto de asesinarlo, llegaron tan fugaces en su mente, como el brillar de la luna, aquellos que quisiera olvidar, sin embargo, iban a perdurar para siempre dentro de su memoria.
—El protegido del príncipe de la luna en el peor de los calabozos, eso sí que es ironía —Seph pudo darse cuenta de las pequeñas cicatrices que Arael tenía en la mejilla izquierda, tenían un color demasiado dudoso que seguro tendrían alguna infección a su alrededor.
—¿Qué quieres, Arael? —preguntó Seph en un tono demasiado aburrido, que hasta él mismo se sorprendió por su actuación.
—Algo muy sencillo, la verdad —Arael se acercó a las rejas, dejando que la oscuridad saliera de sus manos. —Quiero que traiciones a Daren.
—Yo jamás haría…
—Quieres libertad, ¿no? —Lo interrumpió Arael y antes de que Seph pudiera articular palabra, dijo: —Te la daré, pero a cambio quiero la espada de ese chico.
—¿Qué me hace pensar que dices la verdad? —Seph colocó un pie sobre la pared, tratando de parecer de lo más aburrido con esa conversación, sin dejar de estar en ese estado de alerta.
Arael sonrió en respuesta para luego comenzar a desatar una pequeña cuerda de cuero que llevaba en la armadura e hizo sonar su contenido, eran unas llaves.
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Editado: 23.07.2025