Las lágrimas y los lamentos no fueron lo suficiente para justificar su insensates y el poco valor que le dio a sus caprichos y deseos. En un pueblo tranquilo y sereno vivían los humildes, los mas ignorantes y los mas gratos sin embargo todos vivían de una vida monótona sin mucho sentido “Dariak” un joven que caminaba viviendo sin ningún sentido ese era Dariak un chico humilde que aceptaba cualquier trabajo en busca de centavos. Todas las mañanas vendía frutas de su abuela “Anastasia” y en las esquinas cerca del puente de los pesqueros solía vender las frutas. Las mañanas eran tranquilas y las tardes eran tristes y solitarias en cualquier rincón del pueblo. Dariak era un joven de corazón bueno y honesto, pero su mente era un timón libre como un barco sin rumbo a la deriva, Dariak después que vendía las frutas el procedía a limpiar los pescados, repartía periódicos a la puerta de cada vecino mientras montaba su bicicleta desgastada y lo que ganaba en dinero era menos de un sueldo mínimo aun así el desgastaba su espalda cargando muchos sacos de cemento por las noches en compañía de los albañiles cuyos trabajaban para los grandes vendedores dueños de mercados en el pueblo, hombres que poseían grandes extensiones libres y propias de terrenos y tenían sus propias cosechas. Dariak se quedaba cada vez mas encantado de ver a sus patrones con ropa limpia y fina hombres con actitudes aristócratas, el vivía soñando en tener tanta riqueza y vivía quejándose de su pobreza. Los albañiles no les quedaban más que reírse de Dariak por soñador e iluso que imaginaba tanto en ser rico y gastar dinero en muchos lujos siendo un pobre joven que subsistía de lo más mínimo que tenía, su abuela Anastasia entristecida y preocupada por la situación de su querido nieto ella le traía refrescos también a los albañiles que morían de sed construyendo y cargando bloques con fuerza bruta e iluminaban con faroles en la oscuridad de la noche. Cuando salía el sol en la madrugada Dariak no descansaba debido a su necesidad por obtener dinero que era bastante grande el no buscaba de un descanso, algunas veces su patrón se burlaba de su vida como un desprotegido o un joven con una vida hecha una desgracia o tal vez un destino infortuno. Gaspadh el patrón de Dariak iba constantemente a la ciudad ya que el compraba ropa, compraba mercancías y joyas para venderlas en el mercado del pueblo y en otros negocios de diferentes ciudades. Un día Gaspadh le dijo a Dariak.
−Chico ¿No te avergüenzas de tu miserable vida? −Dariak guardó silencio sin hallar respuestas hacia a su ofensa− Oh Dariak ¿Vivirás el resto de tu vida como un ignorante un insensato y humilde que persigue a un centavo?
Dariak suspiró y levantó su mirada y observando a su patrón−No señor, sé que llegará el día que viviré como un hombre decente gracias a los que he ahorrado, son poco los estudios de este pueblo, pero cada día me esfuerzo por hacerlo mejor… acaso ¿Usted nació rico?
Gaspedh desvío la mirada y con una sonrisa de ironía hizo varias carcajadas −Que joven eres, es posible que algún día vivas bien, pero eres como “las hojas que llega la tormenta y se las lleva el viento” “el dinero es una condición económica e insensato es una enfermedad que necesita una cura” no buscas la cura y vivirás como un enfermo. Dariak pensativo intentaba comprender las palabras del señor Gaspadh y se sentía cada vez mas humillado por su patrón, también confuso por su ignorancia. Su abuela Anastasia traía su lonchera de almuerzo y solo podía darle a el un pan con pescado partido en trozo pequeños. Dariak cansado y aburrido renegaba a pesar de haber tenido un mal día, pero eso era lo único que podía brindarle su abuela en el medio día, después de tantas horas de trabajo estresante Dariak salió a caminar y miraba las orillas del rio acercándose para ver que pescado pesca y meterlo en las tinajas del mercado para así poder vender. Se acercó para ver como la corriente arrastraba ramas secas, botellas vacías y hojas marchitas. El agua parecía entenderlo, como si cada movimiento le dijera: “Tú también vas a la deriva”. Se sentó en una piedra, observando su reflejo en el agua turbia. Se preguntaba si en verdad era un insensato por soñar, si era una enfermedad querer más de lo que uno tiene. Fue entonces cuando una figura anciana se le acercó. No era su abuela, sino un viejo desconocido, de mirada clara y piel ajada como cuero seco. Se sentó a su lado sin decir palabra y al rato, con voz serena, le dijo:
—Te vi en el mercado… y en la obra… y repartiendo periódicos. Te vi en todas partes menos en ti mismo.
Dariak lo miró sin entender.
—¿Qué quiere decir, señor?
—Que buscas riqueza afuera cuando la verdadera riqueza no la has despertado dentro. Lo insensato no es soñar, lo insensato es olvidar quién eres por alcanzar lo que no eres.
Dariak se quedó callado. Esa noche no regresó directamente a casa. Caminó por horas. Y en medio de esa caminata, como si se tratara de una epifanía, comprendió algo: no necesitaba dejar de ser humilde para ser valioso. No era menos por trabajar bajo el sol, por usar ropa vieja, por comer pan con pescado partido. Lo verdaderamente insensato era creer que todo eso lo hacía menos humano. Al día siguiente, el clima era húmedo y pesado, y las ramas de los árboles se estremecían con un lamento casi humano, sacudidas por el rugir del viento y la furia de la tempestad que barría el paisaje con un aliento salvaje y gris. Dariak estaba asomado a su ventana entretenido veía las gotas que empañaban el vidrio, estaba disociado sin saber que riendas tomar en su vida no estaba seguro de lo que en verdad estaba buscando sus planes eran inconclusos él quería dinero, pero no sabía la forma para poder conseguirlo, simplemente “estaba cazando mariposas en el aire libre que escapaban de el sin tomar la decisión de regar flores para atraerlas” él estaba cansado de siempre ahorrar y nunca conseguir la cantidad correspondiente para viajar a la ciudad. De pronto alguien golpeo su ventana con una piedra pequeña.