Caminaba por la calle adoquinada frente a mi casa cuando, con un mal movimiento, tropecé justo frente a un callejón. Era de noche, así que apenas lograba ver. Solo las luces de los departamentos iluminaban lo suficiente para dejar entrever unas figuras al fondo.
En ese momento lo vi. Lo vi incluso con la poca luz que había. Al principio pensé que tal vez era una pareja que se había refugiado en el callejón para calmar sus ansias, pero entonces escuché al hombre quejarse:
—Por favor, para. Tengo una familia a la cual mantener...
El otro hombre, con la cabeza hundida en su cuello, emitió un sonido ronco y vibrante.
—¿La misma familia a la cual maltratas? Escucho a tu hija llorar todas las noches mientras le pegas a tu esposa. Escucho su dolor... el dolor que tú les causas.
El callejón era pequeño, por lo que estaban cerca de mí. Estaba confundida; no entendía bien lo que decían. Pero, al escucharme moverme, se dieron cuenta de mi presencia.
El atacante volteó rápidamente la cabeza en mi dirección. Logré ver sus ojos deslumbrantes en un tono carmesí. El pánico se apoderó de mí. Mis piernas temblaron y sentí un nudo en la garganta. Quería gritar, pero el sonido se ahogó en mi pecho.
Cuando la víctima intentó hablar, un sonido seco y escalofriante quebró el aire:
Crack.
Como si un palo grueso se partiera en dos. El cuerpo se desplomó de inmediato, sin resistencia, como si le hubieran cortado los hilos a una marioneta. Un escalofrío recorrió mi espalda. Cerré los ojos y contuve la respiración, incapaz de enfrentar la escena.
Sin embargo, antes de dar siquiera cinco pasos, una mano helada me atrapó del cuello y me arrastró al callejón. Intenté gritar, pero una mano fría cubrió mi boca. Sentí su aliento helado en mi oído antes de escuchar su voz.
—Por favor, no grites. No te haré daño. —Él era una persona horrible —susurró.
Sus ojos eran extraños, de un carmesí profundo que provocaba inquietud... y, al mismo tiempo, una extraña fascinación. ¿Cómo podía un monstruo tratar de justificarse ante mí?
Bajé la mirada y vi el cuerpo inerte en el suelo. Un charco de sangre comenzaba a extenderse bajo él. Un escalofrío me recorrió la espalda. Nunca había presenciado algo así. Nunca había sentido tanto miedo.
Y, lo peor de todo, no sabía si lograría salir con vida.
—Lo siento. Es normal que estés asustada... No debiste ver esto —dijo. Su rostro mostraba preocupación, un gesto que no concordaba con el acto que había cometido hace un momento.
Dentro de mi horror y pánico al estar ante un asesinato, logré ver su rostro. Tenía facciones marcadas y el cabello de un tono rojizo. No lograba descifrar si era mayor o menor que yo, pero el conjunto de sus ojos y su apariencia me hipnotizaban. Solo sabía que, si lograba salir viva, esta escena quedaría grabada en mi memoria para siempre.
Temerosamente, quitó su mano helada de mi rostro, pero yo seguía entre la pared y él, yo solo quería salir de ahí.
—No le diré a nadie. Solo déjame ir... A veces, la frustración nos lleva a límites que ni siquiera conocemos —dije, intentando que creyera que lo entendía, que comprendía su situación. Sabía que discutir con él o intentar hacerlo entrar en razón no serviría de nada.
—No lo entiendes. Esto no es una elección... —Si debo jugar a ser Dios, entonces lo haré, erradicaré la escoria que infecta esta ciudad. —Porque… porque esta persona intentaba justificarse, yo solo quería marcharme y salir de este momento horrendo.
—Sigue con tu juego de ser un héroe, solo deja que me marche. —Mi voz ya estaba un poco temblorosa, y mis pensamientos solo giraban en torno a este extraño ser y su forma de pensar.
—Vete. Vuelve a tu hogar. Nunca podrás hablar de esto con nadie... No podrás escribirlo, cantarlo o siquiera insinuarlo —susurró.
Cuando pronunció esas palabras, su iris se expandió y sus ojos se oscurecieron hasta volverse casi negros. Sentí que su mirada me atravesaba, que veía más allá de mi piel... más allá de mi alma”.
Empecé a salivar, pero mi boca tenía un sabor dulce. No recordaba haber comido nada así en todo el día. Unos segundos después de darme sus órdenes, sus ojos se tornaron de un color café casi negro; ya no lograba ver su iris debido a la poca luz.
Me di la vuelta y corrí. Corrí con todas mis fuerzas, sin mirar atrás, sintiendo el latido frenético de mi corazón en mis oídos. Dejé atrás a ese monstruo... y al cadáver que yacía en el suelo.
Corrí hasta mi casa, hasta mi puerta, hasta mi refugio. Pero sabía que, por más que intentara olvidar, cada vez que saliera de mi edificio, ese callejón me recordaría lo que vi esa noche. Y a él.
Editado: 20.05.2025