Star
"Cuando el cielo sangre y el mundo se pinte de carmesí, la salida se borrará. Los que permanezcan, lo harán para siempre."
— *Fragmento del Libro de las Señales*
El impacto resonó en el vacío de la calle de abajo. John se asomó por el borde de la azotea, suspirando con un temblor. Me dio la mano y me levanté, el corazón aún latiéndome en la garganta. Nuestros ojos se encontraron, atrapados en un instante de reconocimiento, de la cruda verdad de lo que casi habíamos perdido. Él me había salvado, otra vez. Nuestros labios se unieron en un beso desesperado, un refugio familiar en el caos, diciéndonos todo y a la vez nada. Cuando el aire nos faltó, nuestras frentes se unieron, el aliento caliente mezclándose, deseando que el mundo exterior no nos interrumpiera.
Pero el mundo no tenía piedad.
Un grito desgarrador perforó la noche. No era el aullido disfrazado de las criaturas, sino la voz inconfundible de alguien que conocíamos, retorcida por el terror.
Nos separamos de golpe. No hizo falta que John lo dijera. Sabíamos a quién buscar. Era Lara o Carly. La adrenalina que había amainado un poco volvió a rugir, más fuerte que antes. Corrimos hacia la puerta de la azotea.
Sin embargo, antes de alcanzarla, la luz del cielo cambió. No fue un amanecer. Las nubes, hasta hace poco un lienzo gris oscuro, comenzaron a tornarse en un tono carmesí profundo, como si el mismo firmamento estuviera sangrando. El rojo se extendió, envolviendo edificios, calles y nuestros propios rostros en un brillo infernal.
— Es… es el cielo rojo —murmuró John a mi lado, sus ojos fijos en la pesadilla de arriba.
La desesperación comenzó a calar más hondo que el miedo. No sabíamos qué significaba esto, no realmente. Solo que no era normal. Que era otro clavo en el ataúd del mundo que conocíamos. Pero el grito de Lara o Carly volvió a resonar, más cerca, más desesperado. La profecía podía estar cumpliéndose en algún lugar lejano, conocida solo por Luna, pero no íbamos a morir sin luchar. No mientras estuvieran en peligro. No mientras aún hubiera una chispa de esperanza.
Bajamos las escaleras a ciegas, tropezando en la oscuridad, guiados solo por el eco del pánico. El edificio parecía retumbar con el silencio expectante que seguía al grito. Cada paso nos acercaba más a la verdad de lo que les había pasado. Sabíamos que las criaturas estaban cerca, que la lluvia ácida las había liberado no sé cómo, pero era la única explicación que llegaba en esto momento a mi mente, pero el silencio que las precedía era, si cabe, más aterrador que sus propios movimientos.
Finalmente, irrumpimos en la planta baja, en la zona que habíamos intentado sellar con maderas. La escena era un caos. Muebles volcados, marcas de zarpas en las paredes y el aire viciado por el hedor a podredumbre que acompañaba a las criaturas. Carly estaba acurrucada en una esquina, temblando, con los ojos cerrados y las manos sobre la cabeza. A unos metros de ella, Lara estaba de pie, pero no inmóvil por el miedo. Había algo diferente en ella.
Una de las criaturas, un monstruo con una boca de lobo y patas de buey, se abalanzaba sobre Lara. Su silbido, un sonido que te congelaba la sangre, llenó la habitación. Estaba a punto de alcanzarla, sus garras extendidas.
—¡Lara, muévete! —grité, alzando mi arma. John, a mi lado, también levantó la suya. Estábamos listos para disparar.
Pero Lara no se movió. Sus ojos, antes llenos de terror, ahora ardían con una luz que nunca le había visto. Un brillo azul pálido, casi etéreo, rodeaba sus manos. Mientras la criatura se lanzaba, una ola de energía, gélida y violenta, emanó de ella.
El monstruo, en pleno salto, fue golpeado por una fuerza invisible. No fue un impacto físico como el que John le había provocado al nuestro. Fue como si el propio aire se hubiera solidificado y lo hubiera lanzado contra la pared con una brutalidad demoledora. La criatura se estrelló, dejando una mancha oscura y un rastro de vapor helado mientras su cuerpo retorcido se desvanecía.
—¡¿Qué… qué fue eso?! —Carly abrió los ojos y vio la escena, el rastro gélido en la pared y la mirada de su hermana.
Lara se tambaleó, el brillo en sus manos parpadeó y se desvaneció, dejándola pálida y sin aliento. Se llevó una mano a la cabeza, como si el esfuerzo le hubiera causado un dolor inmenso.
John y yo bajamos las armas, atónitos. No habíamos visto algo así jamás. Aquello no era una simple reacción; era poder.
Pero el alivio duró poco. El silbido de otra criatura resonó desde el fondo de la casa, y el sonido de madera crujiendo nos alertó. No estábamos solos. El aire de la habitación se volvió más denso, cargado de una presión que te oprimía el pecho. Afuera, el rojo del cielo era ahora tan intenso que tiñó de sangre hasta los muebles.
La conciencia de lo que significaba ese color carmesí me golpeó con una fuerza brutal, incluso sin conocer la profecía completa. No era solo un espectáculo macabro. Era una advertencia, una condena. Estábamos atrapados.
— Tenemos… tenemos que movernos —dijo John, rompiendo el silencio, aunque su voz sonaba extrañamente hueca.
—¿Movernos a dónde? —Carly se levantó, su voz temblaba. — ¡No podemos salir! ¡Mira el cielo! Papá siempre dijo que cuando el cielo se pone así... —Su frase quedó en el aire, pero todos entendieron el terror.