"Hay dos batallas en el encierro: la que se lucha contra los muros, y la que se libra contra el propio corazón."
-Autor desconocido
Star
Han pasado casi treinta y seis horas, y el peor enemigo ahora no eran las criaturas. Era el silencio y el hambre. La sed me resecaba la garganta, y la idea de morir de inanición, aquí, a salvo de las bestias pero atrapada en un almacén de chatarra, era insoportablemente absurda.
John estaba sentado, quieto, vigilando el punto donde el hielo de Lara se unía al metal de la puerta. Apenas habíamos hablado en las últimas doce horas. Carly dormía acurrucada, pero incluso sus sueños parecían agitados.
Mis ojos se posaron en Lara. Estaba en un estado de sopor que iba más allá del cansancio. Su piel estaba pálida, sus labios casi azules. Me pregunté, con un terror frío, si el poder que usó la estaba consumiendo. ¿Acaso el hielo necesitaba alimentarse de su calor?
De repente, Lara se agitó, emitiendo un sonido agudo y ahogado. Su cuerpo se puso rígido, y aunque su frente estaba sudorosa, su piel estaba gélida al tacto. John y yo nos inclinamos, alarmados.
—¡Estoy fría! —murmuró, con los ojos aún cerrados. —Es… es todo tan blanco.
Parecía atrapada en una pesadilla febril.
—Vi… piedras. En la niebla. El viento congela. Y algo está ahí, algo que se hundió en la tierra. Y una voz… no es Luna. Es el frío de la tierra. La voz del pasado... —Lara tembló violentamente, y yo sentí el frío que emanaba de ella.
Finalmente, abrió los ojos. Estaban llenos de pánico y confusión, pero la temperatura de su cuerpo seguía baja.
—¿Qué viste? —pregunté, sosteniéndola.
Lara negó con la cabeza, incapaz de articularlo. Solo el miedo y el frío, tan ajenos a ella, permanecieron.
***
Narrador omniciente
A kilómetros de distancia, en las colinas del norte.
El Cielo Rojo no impedía el trabajo a los Nefilim y a los demonios, solo les garantizaba que no serían molestados.
Demon y Damián se movían con la rapidez sobrenatural por las ruinas de Akelon, una zona antigua conocida por sus brumas y sus estructuras de piedra erosionadas. Este era el lugar, según el Ángel, donde la tormenta había ocultado la Espada.
—El Ángel lo sabía —dijo Demon, escudriñando las ruinas—. El Cielo Rojo inmoviliza a las tres worthy. Tenemos una ventaja de cuarenta y ocho horas para encontrar esta arma y neutralizar a Leuksna.
Damián, con una linterna mágica, iluminaba las inscripciones antiguas talladas en una de las piedras.
—La Espada está aquí, pero no caerá en nuestras manos fácilmente. Hay una runa de protección. El Ángel dijo que la ubicación exacta está resguardada por una barrera. Necesitamos tiempo para romperla.
Los dos sabían que el tiempo no solo corría para los humanos, sino también para ellos. Su búsqueda no era sencilla, pero su posición de ventaja era indiscutible.
***
Star
(De vuelta en el almacén.)
El aire se había vuelto increíblemente denso, y el silencio de las criaturas se rompió por un sonido que me puso los pelos de punta.
—Son casi cuarenta y cinco horas —susurró John, mirando su reloj.
El color del cielo se había vuelto apenas más claro, pasando de carmesí a un naranja sucio. Faltaba poco para que la condena terminara.
Pero entonces, el ruido cambió. Ya no era un rasguño, ni un golpe ciego. Era un golpe rítmico, metálico, y concentrado en un punto exacto de la pared de hielo de Lara. Toc. Toc. TOC.
—No es un animal —dije, sintiendo el pánico helado que nada tenía que ver con Lara.
John asintió, su rostro sombrío. —Están usando algo. Una herramienta. Están usando la inteligencia para romper la cerradura.
El ruido se hizo más fuerte, el TOC se convirtió en un CRACK. John levantó su arma, pero sabíamos que no teníamos municiones suficientes.
El hielo de Lara finalmente cedió con un crujido ensordecedor. Una grieta se abrió justo en el centro. Por ese pequeño resquicio, en la penumbra anaranjada, vi un ojo amarillo y brillante que nos miraba.
La puerta de metal estaba a punto de ceder. Y en cualquier momento, el cielo se iba a despejar.