La oscuridad de la noche no se comparaba con lo que su alma se estaba convirtiendo. Caminaba con movimientos frenéticos, traspasando la velocidad de la luz, mostrándose ante sus enemigos como si fuera uno de ellos.
Si no fuera por aquellas malditas brujas que lo sacrificaron y si tan solo sus compañeros no se hubieran confiado que estaría bien por su cuenta, Iron Brooke no estaría en la situación más peligrosa de su vida.
Y el corazón de aquella chica que hacía lo imposible por protegerlo, lentamente se destruía junto con las esperanzas por salvar el amor que se tenían.
Raliel lo seguía entre las sombras, escondiéndose, jugándose la vida por el muchacho. Esperaba el momento indicado para detenerlo, llevarlo de regreso a casa, pero él, que seguía caminando sin rumbo, no se detenía aunque por dentro su alma suplicara poder escapar de aquella pesadilla que llamaban conversión.
Sí, él se estaba convirtiendo en uno de ellos, en uno de sus enemigos; los demonios lo llamaban, lo poseían y tomaban su vida para volverlo parte del infierno que ellos sufrían. Iron se estaba convirtiendo en un demonio y ya no había nada que lo pudiera detener, pues su tiempo se había agotado.
—Es suficiente, Raliel, tenemos que matarlo antes de que se convierta—Ozzy exigió a su amiga, agotando su paciencia con ella, pero esta lo miró suplicante. El amor y la esperanza que ella le tenía eran más fuertes que la razón.
—No perdemos nada con intentarlo, Ozzy, Indri—se giró hacia Ilya, y le pidió por favor que la apoyara, pero la humana, indecisa entre su amistad y su moral, solo calló—Vamos, es nuestro amigo…
Se negaron, ellos simplemente no tenían fe en que salvar a Iron era algo posible, así que denegaron su pedido.
Raliel, rompiendo las reglas que prometió seguir al pie de la letra ignorando sus sentimientos seis años atrás, decidió proseguir con su plan por su cuenta y siguió a su amado hasta un deposito abandonado un año atrás, después de la explosión de una mina cercana que puso en riesgo de derrumbe aquel concurrido lugar y dejando en la calle a decenas de trabajadores.
Le dolía no recibir el apoyo de sus amigos, y no podía obligarlos a hacer nada que no quisieran, así que siguió adelante por su cuenta; era consciente de que se estaba jugando la vida.
Desde las vigas del depósito, Raliel veía como los ojos de Iron empezaban a tornarse de un rojo brillante en medio de la oscuridad iluminada por la iridiscente de luna, que se filtraba por los ventanales de la edificación abandonada.
La joven muchacha bajó de su escondite y rodeó a su compañero con un hechizo que lo retendría por no más de dos minutos, tiempo suficiente para que ella pudiera dibujar a su alrededor un pentagrama a su alrededor, con la intención de unir el cuerpo con la mente y su espíritu con la verdad. La verdad sobre sí mismo, para que no pudiera olvidar cuál es su verdadera fuerza.
—Por favor, funciona—rogó ella en un susurro y comenzó a conjurar aquel hechizo que había salvado a cientos de personas de una posesión demoniaca en el pasado, con la ciega esperanza de poder salvar a la persona que más amaba en la vida.
—Raliel—tan pronto como el pentágono comenzó a iluminarse en el suelo, los compañeros de Raliel aparecieron con el gesto de horror en sus rostros. Y Raliel abrió los ojos entonces, tras varios minutos manteniéndolos cerrados para obligarse a sí misma a no ver la verdad, mientras oía los alaridos de Iron volverse gruñidos demoniacos; y sin esperarlo tan rápido, sus ojos inyectados en sangre y lentamente se volvieron de un color amarillento brillante. Sus dedos lentamente se volvieron puntiagudos y largos, mientras se teñían de un negro tan oscuro como la obsidiana salida del infierno.
—No—sollozó Raliel, rompiendo cada esperanza y expectativa de un futuro con él, que le sonrió maliciosamente, y sin mucho esfuerzo, agrietó el suelo, partiendo el pentágono en pedazos. Eso ya no tenía arreglo, ni su alma tampoco.
—Siempre fuiste muy ingenua—murmuró él, haciendo notar la abundante cantidad de voces que pronunciaban de su boca aquellas palabras—No tenías futuro—tan crueles como la vida misma.
Con un movimiento de manos Iron la disparó hasta la pared metálica contra la que impacto, abollándola, y posteriormente cayendo al suelo estrepitosamente.
—¡Raliel!—Un ángel, un hechicero blanco y una humana con buenas intenciones y un triste pasado, contra un demonio nuevo demonio, con poderes por pulir.
Su mente podrida pensó, ¿qué mejor momento que ahora? Y sonrió nuevamente.
Indri le disparó con un arma hecha especialmente para los de su tipo, hecha con roca del demonio y un par de instrumentos desconocidos, pero el nuevo Iron logró esquivarlo sin mucho reparo. Indri siguió disparando, pero tan solo una bala logró tocarl, pero en un roce; lo cual lo hizo, sin saberlo, enfadar de sobre manera. A modo de venganza por aquella pequeña pero dolorosa y posiblemente letal herida, el demonio siguió rápidamente con la joven e inexperta, pero audaz Ilya, que se trepó a las vigas y en un segundo saltó sobre su antiguo compañero quien la sostuvo en el aire sin mover un dedo, solo mirándola desde abajo.