Episodio 48

Desde Ragnar

Desperté. ¡Ahja! Las piernas de Ragnar cedieron, y se deslizó lentamente al suelo junto al cuerpo sin vida de Paul. Su cuerpo no podía soportar el torrente descomunal de energía negra que atravesaba el espacio donde residía un Dios.

Desperté y en seguida comprendí que había perdido. Myphos había ganado: no me provocó con el peligro para mi vida, sino con las muertes de aquellos a quienes me había apegado. Ah… siempre fue mi punto débil: la compasión por los humanos. Por eso era tan hábil para camuflarme entre ellos. Era difícil desenmascararme... Lo era.

Por la puerta del apartamento entró una figura alta y robusta. Un asesino. Se inclinó ante mí:

— Felicitaciones, mi Señor. ¿Cuáles son sus órdenes?

Guardé silencio. ¿Y ahora qué? Según las reglas, debía abandonar Dark City. Según las reglas, pronto Bardo debería aparecer para escoltarme fuera de la megalópolis. Pero no quería irme. Miré a Paul y sonreí:

— Eh, amigo… qué broma tan divertida, ¿verdad? Qué magistralmente logramos engañarnos a nosotros mismos. ¿Y ahora qué? ¿Todo este desastre me toca a mí? ¿Kalen...? ¿Ahora tengo que darle la noticia de la muerte de su felicidad?

Volví a entrar en el cuerpo de Ragnar. ¡Ahja! ¡Qué poder tan indescriptible sentía ahora!

— Qué se le va a hacer… hay que hacer lo que se puede con lo que se tiene.

Ragnar se puso de pie. Ese era mi nombre real. Yo era el único de los Dioses que había tomado su nombre verdadero. Simplemente… lo amaba demasiado.

— Hay que limpiar todo esto —di la orden a mis guerreros, y de inmediato aparecieron en el apartamento una decena de mastodontes semejantes, que se pusieron manos a la obra.

— Paul… —le di unas palmadas a mi amigo muerto en el hombro—. No habrá largas despedidas. Vamos.

Salí del apartamento. Bueno, muchachos, prepárense para la guerra. Antes de que Bardo reaccione y venga a echarme de Darkcity… les voy a armar una buena fiesta, ¡malditos lacayos!

¡Nunca, nunca despiertes a un dios negro!