Darkcity

Episodio 53

DESDE OTRO

—¿¡Quién carajos es ese maldito Ragnar!?

Los hombres de Drak que fueron al apartamento de Paul no encontraron a nadie. Ni rastro. Al mismo tiempo, Alfred y todo su equipo desaparecieron. La noticia llegó al jefe de inmediato y, por primera vez en mucho tiempo, perdió el control.

—¿¡Se volvieron todos locos!? ¡Les pregunto: ¿¡están locos!? —rugía a todo pulmón en su oficina, mientras frente a él estaban sus diez hombres más fieles—. ¡Tráiganme a ese Ragnar vivo o muerto! ¡Bórrenlo de la faz de la tierra, idiotas! ¡Muévanse!

Todos salieron en silencio, dejándolo solo. Un instante después, Drak quedó inmóvil, con los puños apretados... y entonces empezó a destrozar todo a su alrededor. La mesa, las sillas, los libros de los estantes: todo volaba por los aires. Drak arremetía con furia.

Y qué placer tan salvaje era ese. Dejarse llevar por la ira, sin pensar en controlarse, sin autocensura, sin esa mierda de disciplina. Era una furia antigua, brutal, que fluía por sus venas. Finalmente se detuvo, jadeando.

Sintió alivio. Pero también... vulnerabilidad. Por primera vez, una idea se coló en su cabeza: ¿y si todo esto es parte de un plan? ¿Y si todo ha sido una trampa? ¿Y si las cinco familias se aliaron para destruirlo? ¿Pero cómo? ¿Cómo demonios lo habrían hecho?

Tiempo atrás, Drak solía sentarse en la mesa de póker con funcionarios de Darkcity. No les ganaba demasiado, prefería usar la partida para tejer alianzas. En esos días, conocía una regla de oro: si después de unos minutos de juego no sabes quién es el jugador más débil... entonces ese eres tú.

Y ahora… Drak no entendía el juego que se tejía a su alrededor.

Y eso solo podía significar una cosa: el juego era contra él.

Bob cerró su tugurio mucho antes de lo previsto. Si lo hubieras visto, te habrías sorprendido bastante: el gordo se había puesto su mejor traje. De esos que llevan las estrellas de cine cuyo caché ronda los 20 millones por película.

Además, Bob se había cortado el pelo con precisión y pulcritud. En su muñeca brillaba un reloj carísimo. Daba miedo pensar cuánto costaba… En fin, ante nosotros no estaba el mismo tipo de siempre. Si es que seguía siendo humano.

Bob caminaba por la acera cuando, de pronto, apareció Johnny Depp a su lado.

—¿Bardo? ¿Pasó algo? Justo iba a comer algo —dijo él.

—Sabes perfectamente qué pasó. Ragnar despertó y no se va de la ciudad. Está haciendo un desmadre. ¡Matando gente!

—Bueno, los Dioses Negros… siempre nos hemos comportado así.

—Pero no durante el juego. Según las reglas, debe abandonar Dark City de inmediato.

—De acuerdo. Es tu deber echarlo, Bardo. Yo solo soy… el conductor del juego.

—Lo sé —respondió Bob con un gesto de fastidio, acercándose a un lujoso automóvil.

—Buena suerte —soltó Depp con ironía, saludando teatralmente.

Bardo abrió la puerta del auto y se detuvo.

—Por cierto, en una cosa te equivocaste. Él no ha despertado. Así que, buena suerte también para ti.

El rostro de Johnny mostró desconcierto, mientras Bardo soltaba una carcajada y se subía al coche.




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