Darkness.

Capítulo 4: Bakal.

Las puertas de la guarida se abren una última vez para recibirme a medida que ingreso con los cuatro guardias bien pertrechados a mis costados. La zona de entrenamiento está repleta como nunca antes, llena de curiosos ángeles que me contemplan con una mezcla de expectación e inseguridad. De inmediato supongo que debe ser otra de las ideas del consejo para hacer ver que las leyes se extienden incluso a la que una vez llegaron a considerar su posible salvadora. A medida que avanzo la gente se aparta creando un camino hasta el redondo escenario situado en medio de la sala donde aguardan los Black.
Aún no me atrevo a valorar sus reacciones de manera que tomo un segundo para absorber la lúgubre energía que palpita en el ambiente, la inquebrantable tensión y los murmullos que resuenan por doquier. Es una imagen desoladora, tanta audiencia esperando para ver nada menos que mi ejecución por un crimen que no negaré haber perpetrado, pues aunque mi relación con Brian comenzó a causa de un plan de Dominik yo debí ser más astuta.
Cometí el enorme pecado de amarle y por eso pagaré la condena que me impongan, si es que logro resistir a la runa, claro está. Por desgracia el camino no es lo suficientemente largo como para ahondar en la marea de pensamientos que surcan mi mente, así que no queda de otra que enfrentarles. Erika al borde de las lágrimas solo se mantiene a flote gracias al apoyo de Ricky quien me observa con curiosa entereza, pero su mirada refleja una gran lástima.
Carmen luce deseosa de sacarme de aquí, incluso contra mi voluntad si es necesario, pero Alex se mantiene cerca y creo que está dispuesto a cargar con esto aunque los remordimientos lo carcomerán de por vida. Del mismo modo que Ethan con sus marcadas ojeras y su actitud cabizbaja está desesperanzado, asimilando como si se tratara de una tortura la muerte de su destinada. Es una estupidez que se echen la culpa o se martiricen por un castigo al que yo he transigido y ansió poder dejárselos en claro a cada uno antes de partir, pero la presencia de tanta gente termina por coartarme.
De repente un brusco empujón por parte de los guardias me obliga a subir las escaleras para unirme a ellos en la plataforma y mientras, trato de esconder el miedo que comienza a brotar con fuerza al imaginar no solo lo que está a punto de acontecer, sino lo que pasará cuando ellos confirmen que he sido ejecutada en Bakal. Por primera vez un deje de arrepentimiento nace en mi corazón, pero cruel, lo destierro siendo esa clase de debilitantes emociones lo último que necesito para enfrentar este viaje.
Una vez que los tengo ante mí noto como Ethan cierra las manos en puños a los costados poseído por la necesidad de tocarme, de hecho sus nudillos se tornan blancos y temo que termine haciéndose daño. Pero me obligo a permanecer ajena a las pruebas de como este suceso marcara el resto de sus vidas, de manera que fijo la mirada en Carmen y Alex quienes parecen ser los encargados de presidir el gran acontecimiento.
—Has sido enviada hasta aquí para iniciar tu viaje hacia Bakal para ser juzgada —anuncia Carmen sin prolongar más la situación, algo que agradezco pues comienzo a agobiarme—. ¿Tienes algo que declarar a tu favor? —cuestiona con un tono roto pues continua esperando que me revele, sin embargo mi mirada solo refleja pura convicción.
—Acepto la decisión que han tomado los líderes de la raza y del mismo modo, cumpliré con la sentencia que se me imponga en Bakal. Aunque eso implique mi muerte —proclamo haciendo que los murmullos en la sala se conviertan en ruidosos cuchicheos, hasta que Alex detiene cualquier verborrea con un rápido gesto. Una vez que el silencio queda restaurado, lo siguiente que oigo es un gemido lastimero proveniente de Erika, que a pesar de su titánica fuerza interior se ha quebrado al ver como mi marcha es ya una sentencia inamovible.
—En ese caso, háganlo pasar —clama Alex, pareciendo por primera vez incapaz de mirarme a los ojos, quizás por la vergüenza que represento para la raza. No solo un ángel manchado por la oscuridad, alguien que fue capaz de proferirle amor a un demonio aunque fuera a base de engaños y además aceptó con un cierto entusiasmo el acudir a Bakal.
Seguramente para muchos de los presentes soy una traidora, dirán «igual que su padre». Pero la verdad es que envolviendo la curiosidad que siento hacia ese inframundo solo hay miedo, puro y paralizante terror. Algo que siendo sincera esperaba que Ethan supiera apreciar debajo de esta fría apariencia que he construido a modo de coraza, sin embargo ya no importa demasiado, el irme siendo odiada o como una pobre mártir son matices que se diluirán con el tiempo. Así que una vez más tendré que enfrentar las cosas sola, marchándome en silencio, con la esperanza de no armar demasiado estropicio.
Sin embargo esa posibilidad se tambalea cuando tras la llamada de Alex, la multitud abre paso a un preso encadenado de manos y pies, mientras es sujeto por al menos seis profesionales. Su andar es trabajoso, como si llevara días sin moverse, sendos cortes y heridas recorren su cuerpo, pero la capucha que le cubre el rostro me impide reconocerle. Aunque su origen es claro, podría identificar ese venenoso aroma que destila entre miles de seres diferentes. El demonio forcejea iracundo con el control que ejercen sus captores hasta que estos le propinan un duro golpe en el vientre y como por arte de magia deja de resistirse.
Con ellos no existe otra vía, solo comprenden la fuerza bruta y el salvajismo, de manera que al más poderoso de todos lo convierten en su líder, sin necesidad de que el respeto o la honradez intervengan. Con lentitud los guerreros lo empujan para subirlo a la tarima situándolo de rodillas ante nosotros y a continuación se apartan con una leve reverencia hacia Carmen y Alex. De repente Carmen le arranca la capucha negra revelando su rostro lleno de moratones que desfiguran su cincelada belleza, aunque su mirada cargada de odio y vicio no deja lugar a dudas de que ese cuerpo no es más que un seductor disfraz para la maldad que hay en el interior, al igual que todos los de su clase.
Su cabello rubio resalta sus ojos completamente negros, lo que levanta una cierta incomodidad en el ambiente salvo a mí, que he experimentado en carne propia la manera en que la oscuridad se manifiesta con esos rasgos cuando hierve desenfrenada en tu interior. Es una mezcla de sensaciones que solo nosotros dos comprendemos, esa rabia carnal, la desesperación de destruir todo lo que te rodea, pero no porque sienta una cierta empatía por él voy a dejar que hiera a las personas que amo. Supongo que esa sigue siendo la diferencia entre ellos y yo, que hay gente a la que protegeré aunque en ocasiones yo soy quien más les daña.
—Este es Enzo, él aplicará la runa en ti. Espero que comprendas que se trata de un proceso doloroso y que podría llevarte a la muerte —interviene Carmen mientras igual que yo, no le quita un ojo al susodicho. 
—Lo sé —reafirmo cada vez más nerviosa. Quizás mi excesiva preocupación quede en la nada, pues hay una gran posibilidad de que una vez graben la runa en mí, esta me mate como si se tratara de una inyección letal. Pero dentro de todo eso no es tan preocupante, morir ahora o después ejecutada por los demonios en Bakal, es más bien la idea de perecer ante semejante público. Con los cristalinos ojos de Erika contemplándome desesperados, obligando a Ethan a guardar ese instante durante el resto de su vida, marcándolos a todos de forma irreparable, no se me ocurre una manera más cruel de morir.
Motivado quizás por ese mismo pensamiento Ethan se acerca al preso, liberando sus cadenas y poniéndolo en pie para que comience con su labor. Aunque antes de que me toque un solo cabello oigo que le susurra «Si le haces más daño del necesario te juro que emplearé contigo todos mis conocimientos sobre tortura». Tan solo su tono me hiela la sangre, es una fiereza que jamás he escuchado salir de él, pero supongo que ahora mismo todos estamos al límite.
A medida que Enzo se aproxima Ethan no le quita el ojo de encima, sin embargo yo me distraigo un segundo cuando Ricky retira el paño de terciopelo rojo que cubre un pedestal donde se hallan todos los enceres que serán necesarios para esta intervención. No reconozco la mayoría, salvo por la enorme daga que me hace temblar interiormente. Pero vuelvo a contemplar a mi destinado sabiendo que no dejara que pase nada malo, incluso aunque no tenga control real sobre lo que hará la runa conmigo.
—¿Es tu novio? —pregunta el demonio con tono jocoso al percatarse de las miradas entre Ethan y yo.
—No es de tu incumbencia —respondo cortante, alejándome tan solo un paso, pues a penas soporto respirar su mismo aire.
—Uh, me gustan las chicas rudas —exclama con evidente excitación, comenzando a irritarme.
—No le dirijas la palabra —le ordena Ethan con voz autoritaria a medida que coge un puñado de su cabello para forzar su cabeza hacia atrás con brutalidad—. Comienza —exige liberándolo con reticencia.
Con un leve quejido como el de un niño que ha sido castigado Enzo se acerca al pedestal mientras mesa sus cabellos con cierto orgullo, siendo evidente para mí que a pesar de ser una temeridad jugar con Ethan en estos tensos instantes, está disfrutando de cada segundo. Agarrando una pesada bolsa de tela que contiene una vibrante sal roja, comienza a cantar con suavidad en una lengua que me es desconocida a medida que camina a mi alrededor dibujando una serie de patrones en el suelo. En un inicio nada sé sale de lo esperado, hasta que al completar el diseño los pequeños cristales rojos refulgen con fuerza, cobrando vida ante los cánticos de Enzo.
Todos contemplan la escena con una mezcla de temor y expectación, sin embargo tomo una profunda respiración siendo cada vez más consciente de en donde me he metido. Reconectando con el presente observo al demonio moler un conjunto de hierbas y líquidos en un mortero hasta obtener un brebaje negruzco que vierte en una copa para ofrecérmelo como si fuera ambrosía.
—¿Cómo podemos fiarnos de lo que le estás dando? —cuestiona Ethan receloso, agarrando su mano con la copa para evitar que pueda tomarla.
—Deberías relajarte, de todos modos ella podría morir cuando le grabe la runa —exclama Enzo, incapaz obviamente de comprender su preocupación o amor hacia mí.
Aunque crueles, las palabras del demonio son ciertas, de manera que ansiosa por finalizar de algún modo esta tortura para ellos, antes de que continúen con la pelea cojo el cáliz y bebo su contenido hasta no dejar ni una gota. Tiene un sabor amargo y es un tanto espeso, por lo que a medida que baja por la garganta transmite una extraña quemazón. Devolviéndole el recipiente vacío aparento una plena serenidad, aunque un leve mareo comienza a embargarme.
—Cuando sientas que vas a desmayarte es cuando mejor se pone —dice tratando de provocarme, pues parece que mi entereza le resulta la mar de entretenida.
—¿Para qué sirve ese brebaje? —pregunta Ethan a medida que veo la furia reflejada en su expresión ante mi impulsividad, pero es algo que no va a manifestar delante de tantos testigos.
—La ayudará a despejar la mente. Si empieza a luchar contra la oscuridad de la runa no aguantara ni dos segundos —responde sin siquiera mirarle y tengo la necesidad de comentar sobre su repentina amabilidad con la misma sátira que él ha mantenido a lo largo de nuestro encuentro, pero me abstengo no queriendo generar más conflictos.
Entonces he de forzarme como nunca para no expresar el miedo que siento cuando Enzo coge al fin la daga y me obliga a estirar el brazo. Antes de atreverse a rozar mi piel nos mantenemos concentrados el uno en el otro, ya que advierto como él también comienza a preguntarse cuanto seré capaz de tolerar. Así que con falsa decisión y con lo que algunos podrían considerar como masoquismo, presiono el antebrazo contra la navaja incitándole a continuar.
Con precisión escarba con la punta de la hoja sobre mi nívea piel, creando un sangriento e inquietante dibujo. El dolor es tan punzante que siento como una fuerte jaqueca se avecina, aun así solo aparento una leve incomodidad mediante algunas muecas puntuales. Algo un tanto inútil, pues cualquiera con buena capacidad de observación se percataría de como aprieto la mandíbula o de las gotas de sudor que perlan mi frente. Necesitando escapar de esta tortura doy una ojeada a Ricky, quien sostiene a una Erika que parece estar al borde de la inconsciencia y la cosa no mejora cuando paso a Ethan.
Esa mirada cargada de esperanza continua ahí, como una petición silenciosa a que lo deje todo por él. Pero fijo de nuevo la vista en el trabajo de Enzo, pues aunque el dolor es a penas soportable, resulta de ayuda para alejar las complicaciones que me rodean. La teoría clama que la runa impuesta en un ser de luz lo mataría de inmediato, no obstante esa no es la única fuerza que radica en mí. Ahora cuestiono cuál de todas se alzará, para destruirme o ceder el paso hacia Bakal. Donde recibiré el peor de los finales, pero por lo menos uno en el que las personas que amo podrán mantenerse ajenos.
—Lee esto con convicción, papa estará escuchándote —dice Enzo guiñando un ojo como un íntimo gesto de confianza que en realidad es inexistente, mientras me entrega un largo papiro.
Aún tengo claro que no deseo una lacrimosa despedida, no me siento orgullosa de las últimas palabras que les he dedicado a muchas de las personas que quiero, como Erika o Evone. Pero supongo que ya es demasiado tarde e intentar solucionarlo ahora en mis últimas horas de vida no sería sincero. Creo que este no es el final que mama o Mark hubieran deseado para mí, ellos querrían que muriese guerreando a entregarme voluntariamente a un destino horrendo. Trato de no olvidar que este paso significa salvar muchas vidas, aunque al mismo tiempo tengo la sensación de que como bien menciono Erika, me he rendido.
Mientras desplegó el ajado papel para examinar su contenido comprendo que nada podía haberme hecho cambiar de opinión. No tengo las fuerzas para seguir luchando y apartarme antes de que la oscuridad me corrompa por completo es lo mejor. Además resistirme a acudir a Bakal solo traerá la ira del consejo, algo que la raza no necesita en estos momentos tan delicados.
—Como tu sierva, la oscuridad reside en mí. Ábreme las puertas de Bakal, permíteme formar parte de la raza y de ayudar en la conquista de una noche eterna —clamo con toda la claridad y la entereza que logro reunir, ignorando el ligero temblor en mis extremidades que hace que el papiro entre mis manos se bambolee. Hasta que la oleada de sucesos que se sobreponen en el instante en que termino de pronunciar su contenido lleva a que lo deseche como si no significara nada.
Lo primero es que el símbolo en mi brazo deja de sangrar para comenzar a arder en una lenta agonía. En un inicio es como si la piel de esa zona concreta hirviera, pero poco a poco esa quemazón se extiende y corre por mis venas hasta llegar a la cabeza. Desesperada he de llevarme las manos a las sienes cuestionando si podre soportarlo, pero es un tormento tan grande que pierdo la noción del tiempo y para cuando Ethan se dispone a acercarse a ofrecer algo de consuelo todo se tuerce aun más. De la nada los símbolos que Enzo dibujo en el suelo arden en llamas haciendo exclamar a la multitud que comienza a entrar en pánico, lo que es normal pues ni los ángeles más viejos han visto jamás algo similar.
El fuego parece querer mantenerme alejada de los demás, encerrarme en su núcleo a medida que mis rodillas ceden y caigo incapaz de seguir conteniendo los gritos de agonía. Me desgañito necesitando encontrar una vía escape para este sufrimiento, las lágrimas corren por mis mejillas sin control, incluso cada vez que respiro siento como si el calor penetrara en los pulmones achicharrándolos. Entretanto los gritos de los Black se tornan lejanos, como si estuvieran a metros de distancia. Aun así capto las súplicas de Ethan, pidiéndome que salga del círculo creyendo que eso detendrá el proceso. Sin embargo aunque encontrara las fuerzas para dar un solo paso, sé que salir de aquí será en realidad lo que me mate.
Esperando hallar algo de fuerzas en su presencia alzo la mirada del suelo para asegurar que aún continúan allí, apoyándome, pero descubro que las llamas se han extendido hasta hacerme su presa. El fuego se ceba con la ropa sin herir mi cuerpo, más allá de que siento cada ínfimo detalle del hecho de estar ardiendo en vida y por mientras, sus ojos espantados contemplan cada segundo. Hasta que por suerte la oscuridad sale a relucir como si fuera la llave maestra que abre las puertas de Bakal, así que cierro los ojos dejándome guiar a la magnífica inconsciencia donde no habrá más dolor y siendo sus rostros torturados la última imagen que recojo de mi familia.




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