Darkness.

Capítulo 15: La venganza.

Camino por la casa incapaz de luchar contra la nostalgia que me invade mientras contemplo el polvo suspendido en el ambiente, los muebles que quedan tapados por grandes lonas y el recuerdo de lo que fue y nunca más será. Ya me he encargado de mi indeseable acompañante. Tras quitarle el abrigo le he tumbado boca abajo en la mesa del otrora despacho de Mark. 
He tenido que usar una triste cuerda para atar sus manos y pies a las patas del escritorio, pero en caso de que intente soltarse, su forcejeo me otorga el tiempo justo que necesito para reaccionar. No voy a permitir que me tome desprevenida. 
Por suerte el golpe en la cabeza solo le ha dejado un chichón y no ha ensuciado el suelo con un charco de sangre.
Es la primera vez que entro a mi hogar después de la muerte de Mark y lo hago mancillando su memoria al traer a ese demonio. Desde luego, tengo que estar loca, al menos, eso es lo que cualquiera pensaría. 
Pues explicar el rencor y la sed de venganza que me mueve es demasiado complejo para alguien que no haya atravesado lo mismo que yo. 
No dejo de cuestionar porque no lo hice, ¿Por qué no lo mate en la fosa? Estaba a mi merced. Ahora ansió torturarlo, pero el temor a quedar paralizada de nuevo es feroz. Esa maldita resistencia que persiste dentro de mí, impidiendo que le hiera. Debe de tratarse a las grandes expectativas que he generado al rededor de este momento. 
Soy consciente de que Ethan al no encontrarme en la habitación, debe haber reunido a los Black y con suerte, solo parte de las fuerzas armadas de Anfor para buscarme. Sabía que el anonimato era temporal, no obstante soy capaz de inventar la excusa más rocambolesca con tal de evitar que descubran la realidad. He de sacar esta espina que tengo clavada en el costado de una vez, y para siempre. 
–¿Qué es esto? –murmura con voz adormilada y dolorida. 
Camino de vuelta al despacho, tomando asiento en el butacón que he situado estratégicamente ante él. Con unas vistas privilegiadas de su torturado rostro, extraigo la pequeña daga de mi bota dándole vueltas con expresión calculadora. 
Al lado de su cuerpo he dispuesto cuidadosamente una mesa como toda clase de herramientas y utensilios que podrían ser de utilidad para la labor. No obstante, no quiero advertirle lo que se avecina, eso destrozaría el impagable efecto sorpresa. Así que he tapado todo con una toalla para revelar mis instrumentos en el momento adecuado. 
Deseo oírle suplicar, pedir perdón con desesperación, es por eso que me atrevo a mirarle mientras continuo con mi juego de manos. 
–No voy a resistirme, haz lo que quieras –asegura dejando caer la cabeza, como si se hubiera rendido. 
Maldito sea. Sigue interpretando el papel de mártir a la perfección, pero no lo soporto más. Ambos sabemos que es una farsa, que él es un lobo con piel de cordero. 
Cegada por la ira, me levanto de sopetón y sin pensarlo demasiado le clavo la navaja en la mano, atravesándola de tal forma que esta queda incrustada a la mesa de madera. Espero ansiosa sus gritos, espero y extraigo el objeto dejándolo caer al suelo con un repiqueteo. Vamos, vuelve a engañarme ahora, ansió gritarle. 
Pero nada. Se contiene y lo único que delata el inmenso dolor que siente es la contracción de sus fatigados músculos. Corro para situarme a sus pies de modo que no pueda observar lo afectada que estoy. He peleado con demonios, con el propio mal que corre por mis venas, pero esto, siento que podría superarme. 
Lo intuyo, cuando con mano temblorosa seco una solitaria lágrima que cae por mi mejilla. La cual, elimino con rabia. 
–¿Te cabrea que no me defienda? –comenta entre dientes en tono sorprendido y respirando agitado. 
–Es solo otra de tus farsas –sentencio inquebrantable. 
–Piensa lo que quieras –finaliza tras un suspiro resignado. Actúa sabedor de que va a morir, pero es más, como si me entregara su vida de forma consciente, para que al fin, sea libre. 
Desde que entramos por la puerta decido trabajar sobre él cuanto antes. Siendo lógica, no tengo todo el tiempo del mundo. Pues una vez haya muerto he de deshacerme de él y cualquier prueba. 
Sin embargo, ansió respuestas. Seguro que estás me harán sentir peor de lo que ya estoy, pero si la curiosidad mato al gato, al menos murió sabiendo. Y yo no puedo seguir viviendo lo que me quede, con ciertas incógnitas.
–¿Por qué pediste una audiencia privada con los siete pecados capitales en Bakal? –comienzo tratando de contener el huracán de emociones que este tema me produce. 
–Para intentar salvarme el pellejo, pero no funcionó –responde de manera mecánica, ensayada. Sabiendo que son las palabras que espero de él. 
–Mientes –escupo. Agarro el cuchillo de nuevo y lo pongo ante sus ojos, amenazadora–. Pienso clavártelo en la pierna, y así, hasta hables. 
–No me torturas a mí, sino a ti misma –asevera, poco impresionado. 
–¿Acaso crees que me importas? –alego jocosa, aunque una punzada se clava en mi pecho–. Estoy disfrutando con cada segundo de esto –determino altiva. 
–Entonces estás haciendo lo correcto, ¿no? –cuestiona sarcástico, haciendo eco de la pregunta que llevo haciéndome desde el principio–. Solo soy un demonio, siempre he sido un miserable, ¡Vamos, Beth! ¡Mátame de una vez! –clama con absoluta desesperación y pronunciando mi nombre por primera vez. A mí no me engaña, no está enfadado, es cansancio lo que veo en su mirada. 
–Lo haré cuando yo quiera –respondo iracunda, tomando su rostro con excesiva fuerza. Tengo que demostrarle quien está al mando–. Primero quiero respuestas. 
–Las verdades traen consecuencias y a veces pesan demasiado –pronuncia lúgubre. 
–No me importa –digo al comprender que si la violencia no funciona, tendré que emplear su juego contra él–. Estás de acuerdo con que te mate porque es lo justo, pues ahora quiero que me respondas, porque me lo debes. 
Silencio. Durante eternos minutos es el elemento reinante en la habitación aparte de los nervios. Parece estar debatiendo un millar de conceptos diferentes, a cada cual más complejo. Pero esa misma desesperación y agotamiento que advertí antes, se transforma en algo más. Aceptación. Estoy a punto de romper con todo, cuando milagrosamente, se pronuncia. 
–Intente hacer un pacto con los siete, les ofrecí mi absoluta rendición a cambio de tu libertad –confiesa con voz queda.
–No te creo –digo como primera reacción. Aunque es algo que ya sospechaba, en lo más hondo de mi ser–. ¿Por qué le interesaría eso a Domink? 
–A él no. Pero para su desgracia y mi suerte, esos seres tienen una debilidad… –declara calmo, liberándose como si se tratara de una última confesión–. Harían lo que fuera por un pedazo de carne al que hincarle el diente o con el que entretenerse. Y tras seducirles con un poco de sangre, cayeron rendidos. 
–Sin embargo, aquí sigues –indico con un escalofrío. La forma en la que habla de ellos, de su tiempo tras el juicio, me pone los pelos de punta. Pues advierto que él ha experimentado algo tan oscuro como mis pesadillas. 
–Me arrancaron las alas, me torturaron, pero no gritaba, ni peleaba –explica orgulloso–. Al final se cansaron y por eso acabé en la fosa. 
–¿Por qué harías algo así? —cuestiono para mi misma.
–Sigues queriendo la verdad –asevera, esperando que le rebata–. Porque prefiero vivir cualquier castigo creyendo que estarás a salvo, que hacerlo sabiendo que te he traicionado. 
–Todos te llaman el traidor, no te dice eso algo –declaro. Quiero hacerle ver que su lógica es absurda. Él ya me ha herido y nunca podré perdonarle.
–Soy un traidor a mi raza y ha sido por ti —sentencia impávido, considerándose dueño de la verdad absoluta.
Al ver que me burlo con una sonora carcajada, continúa hablando.
—Cuando Dominik me encomendó la misión de hacerte caer en la oscuridad seduciéndote, eras solo un objetivo —relata a pesar de la incomodidad que denota su postura—. Pero incluso entonces, me engañaba, ¿Quién supones que te salvo de la explosión en la casa de los Bennet?
Recuerdo aquella figura, fuerte, rauda y segura. Justo cuando quise ingresar a la vivienda para rescatar a los padres de Elizabeth tras la amenaza de Molok, todo voló por los aires. Pero existe un significado más lógico para su intervención.
—Querías evitar que les salvara.
—Cuando me di cuenta de lo importante que eres para mí, quise decírtelo. Por eso te pedí que no fueras al baile —continúa ajeno a todo. Ansia liberar cada pensamiento, cada vivencia que ha escondido por tanto tiempo—. Sabía que Angelique planeaba contártelo todo, pero fui un cobarde, tenía que haberlo hecho desde el principio.
—Solo me has causado dolor —recrimino con voz ahogada.
—Lo sé. Durante la batalla quise hacer lo correcto, intenté salvar a Mark —desvela, poniéndome los pelos de punta al escuchar su nombre, sobre todo viniendo de él—. Al final lo único que he podido hacer por ti es evitar que los siete te atraparan, y ahora no sirve de nada.
—¡Suficiente! —exhalo con apariencia cansada, pero interiormente trato de reconstruir una realidad demasiado difícil. En la que, quizás, ni los buenos son santos, ni los malos carecen de una segunda oportunidad para redimirse—. Tú no sabes lo que es el amor.
—Te amo, te adoro y aunque me mates lo seguiré haciendo —proclama con orgullo, con tanta seguridad que siento un miedo atenazador—. No podemos elegir a quienes entregamos nuestro corazón, el mío fue tuyo desde que vi esos ojos azules.
—No vuelvas a repetirlo, jamás —exijo. Agarrándole violentamente por el cabello y susurrándoselo al oído, como si así el comando quedara marcado a fuego en su psique.
Oírlo pronunciar un reclamo así, produce que mis tripas se revuelvan. Pero no de la manera que imaginaba. Esas mariposas están de vuelta, el ansia por él, por su tacto, por sentir su simple aliento cerca de mí. Ese veneno poderoso y mortal que inocula desconocedor. Tengo que llegar hasta el final y una vez allí tomar una decisión definitiva. Todas las dudas, por ínfimas que sean, debo resolverlas ahora. Para así dejar el pasado con él atrás, de una vez. 
—¿Por qué tenías tan poca vigilancia en la fosa?
—Para que vigilar a alguien que, aunque sueñe con ello, no va a escaparse –asegura apesadumbrado. 
—¿A qué te refieres?
—Si escapaba, ellos irían a por ti. Por eso nunca me fui –reconoce triste. Eso me hace pensar que quizás ahora se arrepiente de ello, al ver que después de tanto sacrificio, soy incapaz de perdonarle—. Deberías dejarme tirado, así tendrías una oportunidad, nadie se enteraría –relata con ansia, suponiendo que puede hacer cambiar mi opinión. 
–¿Qué me harían si me atraparán ahora? –digo curiosa, pero ante su inquieto mutismo añado–. ¿Qué te hicieron a ti entonces en Bakal?
–Bakal es un infierno a la altura de su amo –responde escueto, dejando clara su reticencia a hablar del tema. 
–Tu amo –inquiero rencorosa. 
–Tienes que derrotarle –murmura pensativo. Aunque llevo rato percatándome del río de sudor que corre por su rostro, empapando ese enorme y fornido cuerpo. Sé que es inusual, pero sospecho que tiene fiebre producto de alguna infección y eso explicaría por qué cada vez le cuesta más mantener el hilo de la conversación.
–Por desgracia, no es tan sencillo –escupo, aunque no debería de estarle confesando mis debilidades al enemigo.
–Todo el mundo tiene un punto débil –asegura pensativo–. Si estoy poseyendo el cuerpo de alguien y es herido por un arma angelical, yo también moriría. 
–No quiero saber nada de tu repugnante habilidad –confieso, con un deje de resentimiento que me sorprende incluso a mí. 
–De acuerdo. Pues por ejemplo, todas las ilusiones de Molok tienen una tara, por la que puedes liberarte –continúa sin entender que deseo un momento de silencio. No obstante, creo que su despiste son en realidad delirios –. Y Moldravik necesita ver o tener clara la presencia del enemigo para emplear su poder de controlar las emociones. 
–No sé si Dominik tiene puntos débiles, ni siquiera tiene alma. 
–Yo tampoco, y mi mayor debilidad eres tú –declara satisfecho, incluso aliviado de poder decirlo en voz alta. 
–¿Por qué tus heridas no se están cerrando?
–Cuando hay tantas heridas, ni nuestra habilidad de cicatrización acelerada puede ayudarnos –responde resignado. Seguro que piensa que es la clase de final que he escogido para él–. Primero se curan los órganos internos, después el exterior. Puede que tarde una semana, pero las heridas de la espalda me mataran antes. 
Esas dos líneas de carne abierta, hasta casi alcanzar el hueso, me impresionan hasta a mí. Creo que incluso el guardián haría una mueca al verle. He ejecutado este loco plan para acabar con él, pero necesito más tiempo y sus delirios no están siendo de ayuda a la hora de otorgarme respuestas claras. Odio lo que estoy a punto de hacer, sin embargo, no queda de otra si deseo saldar las causas abiertas entre nosotros como es debido.
Sin pronunciar palabra rebusco por la casa el viejo maletín de Mark, su simple visión hace que mi estómago se retuerza. Tantos recuerdos, tanto dolor. Pero supongo que esas emociones son mejor que la nada, ese vacío que alguna vez experimenté significa que la oscuridad es dueña de mí. Solo ella podía enmudecer la angustia, aunque a un alto costo. Vuelvo junto a Brian y dejo el objeto en la mesa con un golpe seco que lo despierta de su letargo.
—Muerde —advierto, ofreciéndole un trozo de tela enrollado, el cual acepta previendo lo que se avecina. Una vez que todo está listo, me concentro en mejorar mi pulso y comienzo a coser una de las heridas. Su cuerpo se tensa por completo, pero más allá de un profundo gruñido no exhala ni un pobre suspiro. Esto es una gran tortura, ¿No es eso lo que buscaba?
Pero, ¿Por qué no me siento mejor?
Es más, un sentimiento de culpa extrema me reconcome. Quisiera liberarlo, hablar sobre tantas cosas, realmente una poderosa parte de mí, anhela creer en lo que dice. Pero la única forma de arreglar lo nuestro sería borrar el pasado y eso, es imposible. Continuo juntando los extremos de piel, atravesándolos con la aguja, no obstante comienzo a sudar casi tanto como él.
Esto es horrible, percibo el extremo dolor que experimenta y aun así, aguanta. Maldita sea.
—¿Cuál sirve para calmar el dolor? —planteo, presentándole el abanico de hierbas y brebajes que hay en el maletín.
—¿Por qué lo harías? —me interroga una vez que le quito la venda de la boca.
—Solo responde —digo, aunque me pregunto exactamente lo mismo.
—Derecha, las de color violeta.
—¿Cuánto? —continuo con expresión indiferente, resulto patética. Es tan difícil experimentar de nuevo esa sensación de no tener el control, que casi instintivamente entro en una actitud defensiva.
—Con dos, será suficiente.
Sin mucha gentileza se las doy a probar, por su cara advierto que no son un manjar de los dioses, pero tras esperar unos minutos advierto que hacen efecto. Se relaja en la mesa e incluso deja caer la cabeza sobre esta, agradecido de que el infinito dolor haya cesado al menos por un momento. Escojo continuar con mi trabajo antes de que se le pase.
—Sé que buscas la espada —suelta de repente, despertando mi absoluta desconfianza—. Dominik está haciendo lo mismo, se lo oí decir a unos demonios en Bakal.
—¿Qué es lo que sabes? —incido, paralizada, a la expectativa de sus siguientes palabras, pues podrían destrozar la poca compasión que le guardo.
—Que con la fuerza que tiene Dominik ahora mismo, aunque consiguieras la espada, no podrías acercarte lo suficiente como para matarle —responde con sinceridad. Al instante suelto un disimulado suspiro de alivio. Por alguna razón algo en su tono me dice que no miente, en realidad he tenido esa sensación desde un inicio, pero quizás ahora tengo la guardia lo suficientemente baja como para aceptarlo—. De resto, la espada es un mito para ángeles y demonios por igual.
—Tú idea entonces es… —le incito a continuar.
—Dominik te teme, la profecía habla de que serás la líder del mal, no él —revela con evidente disconformidad ante el posible futuro—. Por eso está más decidido que nunca a destruirte junto con la raza angelical.
—¿Le viste en Bakal? —comento. Si es cierto que intentó comprar su libertad ante los siete, puedo imaginar el enfado de Dominik al enterarse de que, por su entrega, perdió la posibilidad de tenerme entre sus fauces.
—Él personalmente arrancó mis alas, pero esa fue la única vez —contesta pensativo—. Es extraño que no anduviera por allí, debes tener cuidado, planea algo más y seguro que no se trata de nada bueno —advierte temeroso.
—¿Qué querías decirme durante el juicio? —pronuncio cuando estoy terminando de cerrar la segunda brecha en su espalda. Para entonces, el sedante ha hecho tal efecto, que sus ojos grises luchan por mantenerse abiertos, siempre contemplándome.
—Que dejaras de hablar, tenías que haberme echado toda la culpa, habría sido más fácil convencerlos —musita exhausto.
—¿Por qué tenías que ser tú? —cuestiono, como si el universo pudiera contestarme.
—Dominik pensó que mi poder sería útil. La esencia de un demonio poseyendo un cuerpo humano —dice aletargado por el sueño—. Nadie notaria mi olor, no me reconocerían, era un buen plan.
—Lograste todo lo que querías —reconozco al borde de las lágrimas.
—Conseguí tocar el cielo, para después perderlo —susurra antes de perderse por completo en el reino de Morfeo. Su perfecto rostro queda laxo hasta verse indefenso ante mí, pertrechada con tantas armas y objetos que podrían herirle. Sin embargo, continuo suturando la herida de la mano, después los cortes pequeños y a continuación aplico ungüento en los moretones.
No medito sobre el porqué, solo lo hago y eso me brinda cierta paz. Al terminar limpio un poco el entorno y vuelvo al sofá sin dejar de barajar las posibles opciones. Una escena irrumpe en mi mente tan clara como el agua. La noche en la que después de cenar, paseé junto a Ethan contemplando el brillo de la luna reflejado en el mar de Anfor. Como un caballero me dejo en mi cuarto con un sencillo beso de despedida y llamándome “prometida” al modo humano. Él es perfecto, podría ser muy feliz a su lado, sin embargo, porque algo me grita que lo único que conseguiría sería hacernos a ambos terriblemente desdichados.
Deseando el amor de alguien que no podemos tener, por alguna u otra razón. Amor.
¿Será eso lo que siento?
Quiero muchísimo a Ethan, es mi amigo, mi destinado. Pero, ¿Dónde queda Brian?
Son preguntas que he evitado por tanto tiempo, que tiemblo presa del miedo al encontrarme formulándolas.
¿En quién debo creer? ¿Este Brian, el Brian humano o el demonio que me engañó?




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