Darkness: el día que inicio y finalizó todo

El día que inicio todo.

"Desde tiempos ancestrales, los humanos han evolucionado a capacidades realmente asombrosas, teniendo cada uno capacidades diferentes, tanto en conocimiento como en habilidades físicas, son maravillosos, muchos les llaman la creación divina, se cuenta que un Dios todopoderoso los hizo a su imagen y semejanza, pero ¿Por qué crear a un ser así si después de que le dio un paraíso en donde vivir plenamente, lo desterró por un simple error? o eso es lo que cuentan, otros más dicen que vino del espacio, en forma de una bacteria que con el paso de los siglos fue evolucionando, poco a poco hasta llegar a ser lo que es ahora; no se sabe a ciencia cierta cómo fue que los humanos llegaron a la tierra, falta mucho por descubrir. 
Desafortunadamente, son seres envidiosos y egoístas, que desean lo que su prójimo tiene, ha habido guerras, los más inteligentes crearon armas potentes, mismas que podían destruir todo a su paso, destruyendo ciudades enteras, de las cuales muchos humanos han perecido y otros más han quedado inválidos, dejándolos sin la opción de una vida plena. 
Cuando terminaron las guerras, se vino con ella su dominio por toda la faz de la tierra, destruyendo el ecosistema como se conoce, miles de hectáreas de flora se ha quemado dando lugar a grandes urbes de enormes edificios hechos de hormigón y acero, otros más para dar cabida a lugares de siembra y pastoreo, desplazando a la fauna del lugar; han construido enormes fábricas, contaminando el aire, la tierra y el agua. 
La tierra se está fracturando poco a poco, todo eso tiene que acabar, es momento de que los humanos dejen este paramo glorioso al cual no han sabido amar y respetar, es su hogar, su cielo, tienen todo a manos llenas, pero en vez de eso, matan todo a su paso”  
LA LLEGADA. 
Era una tarde hermosa en un pequeño pueblo cerca de la costa, alejado del ruido de la gran ciudad, a la  distancia podíamos escuchar las olas en su vaivén en la playa, el suave arrullo de viento hacía que la brisa del mar tocara nuestro rostro como una dulce caricia, todo aquello era muy cálido, tan hermoso, las pocas personas que vivían en el lugar disfrutaban de todo aquello que la madre naturaleza les ofrecía; para llegar a la playa pasamos por un cercado de madera demasiado rustico, un par de tablas ya se habían separado por completo y estaban regadas por el suelo, después pasamos por unos campos de cultivo, tal vez de trigo o cebada, siguiendo por el camino de tierra a la distancia se podían alcanzar a ver una par de casas en su totalidad de madera oscura, por lo que era muy calmado. Aun con la lejanía del lugar una pequeña cantidad de personas conocían del pequeño pueblo y venían aquí a pasar un fin de semana lejos del bullicio de la ciudad y tener el arrullo del mar, era fascinante. 
En la orilla de la carretera antes de llegar a la playa las casas eran separadas por una carretera de terracería algo dañada por el paso de vehículos, a la orilla de esta se encontraban un par de negocios, un mini súper, algo que asemejaba a una cafetería, lo supimos distinguir por su letrero colgante en el cual estaba pintada una taza enorme, una pequeña licorería, no con mucha variedad, pero al fin de cuentas una licorería, un hostal un poco más alejado, para los visitantes que no tuvieran en donde quedarse, en la orilla de la playa, un puerto con un par de embarcaciones no muy grandes, la pesca era solo local y era el sustento de las pocas familias que vivían en el pueblo. 
Había personas de aquí para allá, muchas estaban con sus familias, apreciando el bello atardecer con tonos rojizos, amarillos y en el umbral detonaba un violeta hermoso, las nubes dejaban en asombro a varios espectadores, con su más extravagantes formas, los rayos del sol las atravesaban dejando más anonadados a todos los visitantes; yo estaba esperando sobre la camioneta, en la orilla de  la carretera, una pequeña Nissan pick-up casi destartalada, de color azul cielo, que siempre nos acompañó en nuestros viajes, por más largos que fueran; me acababa de bajar, en mi mano tenía una bebida carbonatada que acababa de sacar de nuestra hielera improvisada, necesitaba algo refrescante ante esa calurosa tarde, además de que el viaje había sido largo y extenuante; a lo lejos veía como mi pequeña hija corría hacia el mar, de apenas unos ocho años de edad y su casi metro de altura, era la primera vez que veníamos al mar, en su fascinación por conocerlo salió disparada hacia aquello desconocido para ella, su cabello castaño oscuro se agitaba por el viento, no espero a que su madre le quitara el ropaje y ponerle su traje de baño, aun tenia aquel pantalón azul marino que tanto le gustaba, a pesar de que ya tenía varios hoyos por el uso, unas pequeñas hilachas se desprendían de uno de ellos, su blusa naranja igual de vieja que su pantalón, su piel morena parecía brillar por aquella brisa que nos había recibido, sus ojos grandes color miel no podía  creer lo que veían. 


-Leila no corras tan rápido- un grito de una mujer se escuchó a lo lejos, era su madre, Keila, al ver que su niña iba directo al mar, salió detrás de ella para alcanzarla, no podía creerlo, a pesar de su altura de un metro sesenta y cinco, la niña parecía correr más rápido que ella; Keila, su piel morena igual que su hija, su cabello negro oscuro, largo por debajo de los hombros; el viaje fue una sorpresa, no alcanzó a cambiarse un vestido azul con puntos blancos que le había regalado para su cumpleaños, recuerdo que lo habíamos visto meses antes en la tienda departamental a un lado de su trabajo, era secretaria en un despacho jurídico, por lo regular pasaba por ella después del trabajo para ir por un helado y charlar un poco del cómo le había ido en su laboriosa labor, ese día me espero detrás de esos aparadores, había muchos vestidos, muy hermosos, pero ese en particular le llamó la atención por encima de los demás; habíamos tenido problemas económicos desde hace tiempo, ahorre lo suficiente para poder costearlo y regalárselo. Sonreía al ir corriendo por su pequeña, era feliz, sus ojos negros parecían brillar, anhelaba volver al mar y tener un poco de paz, yo solo admiraba esa magnífica escena, absuelto de las preocupaciones que me aquejaban en esos momentos, yo no era el hombre más agraciado que se pudiera describir, rasgos toscos en mi rostro, no tan delgado, caucásico, pelo corto castaño y ojos marrón; el graznar de una gaviota sobrevolaba hacia el mar desvió mi atención, regresé mi mirar hacia mi bella esposa y mi hija, Keila llevaba de la mano a Leila y se habían postrado donde las olas terminan, justo antes de mojarse sus zapatos, Keila llevaba puestos unos zapatos de piso totalmente azules y Leila unas deportivas blancas, yo seguía justo al lado de la camioneta, esperando que regresaran, fue una tarde hermosa. 
Nuestra felicidad duro poco, ya que por la mañana  un cumulo de personas se agrupaba en la orilla del mar, algo les llamaba la atención, yo desde la camioneta no alcanzaba a distinguir que es lo que era, todos se veían tan confundidos, algo asustados, no se le acercaban mucho a aquello que llegó por sorpresa en la noche.
 




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