Darkness: el día que inicio y finalizó todo

El falso profeta.

Al amanecer del siguiente día, desperté por el embriagante olor del café, ya que Keila estaba preparando un poco, gire un poco para ver a mi pequeña Leila que seguía dormida, cubrí su cuerpo porque estaba haciendo un poco de frio y me dirigí a donde estaba Keila, ya tenía preparadas dos tazas de un espumoso café, nos detuvimos a presenciar el hermosos amanecer, con destellos naranjas y amarillos, un par con tonalidades rojizas, al fin de cuentas seguíamos en el mar; gire para ver la expresión de Keila, no era favorable, a pesar de estar en un sitio relajante, la preocupación nos inundaba, me devolvió la sonrisa forzadamente, y le correspondí con un beso en la frente. 
-¿Papá?- escuché un pequeño susurro de Leila. 
-Hey, deberías de seguir dormida- respondí 
-¿Qué hacen despiertos tú y mamá?- preguntó aun somnolienta 
-Solo vemos el amanecer ¿quieres acompañarnos?-preguntó Keila; mientras tanto Leila se inclinaba un poco, frotándose los ojos. 
-Está bien, tengo sed- respondió. 
-Claro que si mi vida- me dispuse a darle algo de beber, nosotros ya llevábamos varios días en el lugar, nuestros suministros estaban por agotarse, por suerte Alfred nos había obsequiado algo de agua fresca, café y un par de piezas de pan la noche anterior, era un joven muy amable. 
Nuestra visión del tranquilo mar, cambio al campamento en la playa, por la noche había llegado un convoy estilo militar y se había parqueado afuera del acordonamiento, ahora incluso el ejército estaba involucrado. 
La quietud del momento se desvaneció cuando notamos que en el campamento en donde se encontraba la creatura había empezado un alboroto, todos los científicos corrían de un lado para otro, los agentes de policía habían empezado a sacar sus armas de fuego, algo había pasado, vimos a Alfred salir del remolque con la camisa a medio abrochar y sin zapatos, siguiéndolo muy de cerca apareció Elizabeth, tenían los rostros desencajados, entraron dentro de la carpa en donde tenían el cuerpo inerte de ese molusco gigante y ya no los volvimos a ver por el resto del día; pasado medio día Elizabeth salía para adentrarse al remolque y salir tiempo después con algo de ropa para Alfred y un par de zapatos, ¿Qué estaba pasando? Tal vez era nuestra oportunidad para salir del pueblo y saber que estaba sucediendo allá afuera, recogí lo más rápido que pude nuestras cosas y las subí a la camioneta, Leila seguía observando lo que estaba pasando, al igual que Keila. 
-Rápido, suban, vamos a ver si podemos salir- alcé un poco la voz para llamar su atención. 
-No podemos marcharnos aun papi, él sigue ahí- reprochó Leila 
-¿Quién sigue ahí hija?- Keila volteó a ver a Leila con preocupación. 
-Ese joven, mama, él que está hablando desde la carpa ¿no lo vamos a ayudar a salir?- recriminó Leila. 
Nosotros no sabíamos de quien estaba hablando, creíamos que era Alfred, porque al igual que nosotros lo vio entrar a la carpa. 
-Alfred estará bien hija, el sabrá que hacer en estas situaciones, por lo pronto vámonos de aquí, necesitamos salir de este lugar, vamos corre- respondió Keila con rapidez tomándola de la mano. 
Subimos las cosas lo más rápido que pudimos y nos preparamos para salir de ahí lo más pronto posible, tomamos el camino directo hacía la salida del pueblo, esperando que con el disturbio en la playa no hayan quedado guardias que nos impidieran el paso y por fin ir a casa; avanzamos por el camino de tierra un par de kilómetros y para nuestra mala suerte, un poco antes de llegar, un par de camiones militares nos cerraba el paso impidiéndonos avanzar más allá. 
Dentro de los camiones notamos que venían policías, algunos diez, tal vez, el nerviosismo del momento no me dejaba pensar con claridad, todos ellos llevaban la cara cubierta con pasamontañas oscuros, al igual que sus uniformes, solo podíamos ver sus ojos que se dirigían a nosotros, todos ellos cargaban armas largas, en el fondo distinguimos algo parecido a los escudos antimotines, como esos que se ven en las películas. 
No tardo mucho para que de uno de los camiones, bajara un joven miliar, delgado, su uniforme verde de camuflaje, en lo que se acercaba a nosotros se colgaba su fusil en la espalda.   
-No pueden retirarse del lugar- nos dijo un tanto molesto. 
-¿Qué está pasando? No pueden obligarnos a quedarnos, algo está pasando y no quiero que mi familia y yo estemos en la línea de fuego- mis palabras no hicieron eco en el. 
-Señor, baje del vehículo inmediatamente- me dijo ya con molestia en su voz. 
-No puedes obligarme- le respondí un poco sereno. 
-Señor, les estoy pidiendo amablemente que baje- me decía mientras hacía una señal a su compañero para que fuera a ayudarle. 
-Señor, se lo pediré una vez más, baje del vehículo ahora mismo- ya su voz era de enfado. 
-Se lo vuelvo a mencionar, no…- no terminé de hablar cuando su compañero se acercó a la puerta de la camioneta, la abrió abruptamente y me sacó en un sobresalto. 
Caí de cara en el suelo, por suerte alcancé a poner las manos antes de mi caída, escuché a Keila como le reprochaba el acto a los militares, pero ellos solo la ignoraron. 
Escuché los pasos acercándose a mí, en un momento alcé la vista y uno de ellos iba sacando un bastón metálico haciendo una amenaza para golpearme, pero antes de que pudiera hacerlo una voz gruesa retumbo desde el fondo. 
-¡Altooooo! ¿Qué creen que están haciendo?- era un militar de avanzada edad, algunos sesenta y algo de años, rostro firme, no tan alto, tal vez por la avanzada edad había encogido un poco, su cabeza ya en su mayoría llena de canas, caminaba firme hacia nosotros con algo de dificultad, se dolía de la pierna derecha y de vez en cuando llevaba su mano izquierda a su hombro derecho, pensamos que algo le había pasado en sus años de cabo, ya que era un militar veterano, llevaba un cigarrillo en la boca, era raro ver a un militar fumar, en su traje se alcanzaban a presenciar un par de medallas, una de ellas llamó mi atención, dorada en forma de rombo con incrustaciones de color azul, sabía que esa medalla solo se las daban a las personas de valor en el ejército, lo que me hizo pensar que él había hecho algo inimaginable cuando era aún un cabo. 
-S…s…señor, trataban de huir del lugar y tenemos órdenes de no dejar salir a nadie- respondió el joven militar claramente nervioso. 
-Está claro que tienes esas órdenes, pero no es para que agredas a los civiles, ahora regresa a tu posición, antes de que cambien de opinión y tengas que buscar otra cosa para ganarte la vida- la voz de aquel veterano hizo que el oficial inclinara la cabeza y regresara a su camión. 
-Pido perdón por mis subordinados, ahora ¿me podrían acompañar?- su voz cambio tan repentinamente de aquel hombre que podía ordenar a sus hombres inclusive que marcharan a su muerte a una tan gentil como la de un abuelo. 
Nos encamino a su convoy en donde lo acompañaba un militar joven con expresiones gentiles. 
-Entiendo que no les han explicado nada del porque no los dejan salir, tal vez yo les pueda dar alguna información al respecto, por cierto que mal educado soy, me presento soy el General de brigada José de la Garza, ahora por aquí por favor- terminó de hablar con esa amabilidad extraña. 
Subimos a un convoy dejando atrás nuestra preciada camioneta y nuestras cosas, nos llevaron de nuevo a la playa, justo hasta el remolque de Alfred, no sabíamos con exactitud lo que nos iba  a informar, estábamos muy nerviosos y preocupados por lo que fuera a decir. 
Al entrar al remolque notamos una pequeña mesa en el centro, un par de escritorios y al fondo una habitación, donde muy probablemente dormía Alfred, al extremo otra mesa un poco más grande, sobre ella una laptop negra con estampas de algunos animales acuáticos, un pulpo al lado un tiburón, un poco más en la esquina una cafetera y un par de tazas blancas, arriba había una pequeña alacena, de la cual el General abrió para buscar café y azúcar, se notaba que necesitaba despertar un poco y el café le ayudaría. 
 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.