Mientras esperábamos dentro del remolque, el General preparó una taza de café y se fue a sentar en una pequeña silla que estaba al fondo saliendo de la habitación.
-Lo siento, pero que desconsiderado soy ¿Quieren un poco de café?- preguntó con despreocupación, nosotros solo negamos con la cabeza.
Nos quedamos quietos al lado de la mesa de centro, Leila acompaño al General y se acomodó en el suelo observándolo extrañada; no paso mucho tiempo para que Alfred y Elizabeth entraran al remolque, sus caras eran de sorpresa al vernos ahí adentro.
-¿Qué rayos hacen aquí?- recriminó Elizabeth - ¿Quién los dejo entrar?- su voz era de molestia, todos nos quedamos helados a ver que al parecer no era un ángel como la había descrito Leila en su momento.
-Tranquila Elizabeth, debe de haber alguna razón por la que estén ellos aquí- Alfred trató de razonar con ella, pero fue imposible.
-¡No me digas que me tranquilice hasta que ellos me digan cómo fue que entraron al remolque!- se dirigió hacia Alfred que no supo cómo actuar en el momento.
-Yo los deje entrar ¿Tienes algún problema?- la voz del General de la Garza hizo eco desde el fondo del remolque.
Elizabeth se puso pálida, de un color amarillo, no esperaba ver al General, tanto ella como Alfred no se habían percatado de su presencia, nosotros habiamos llamado toda su atención al momento de que ellos entraron al remolque.
-Los invite aquí porque allá afuera hay mucho ruido y no podrían escuchar bien lo que me tienen que decir con respecto a nuestro amigo de la carpa- continuó el General.
-P…p…padre ¿Qué haces aquí? Pensé que estabas en Canadá- la voz de Alfred era de alegría y entusiasmo, mientras se dirigía al General para darle un abrazo.
Nosotros estábamos asombrados con el acontecimiento, en nuestras mentes se hacían muchas preguntas, aún mas de las que ya teníamos, pero Keila y yo estábamos fascinados con esa escena casi telenovelezca, Leila soltó un suspiro y movió su cabeza en señal negativa, esto fue porque teníamos las manos en la boca para cubrir nuestro asombro, Elizabeth también se dio cuenta y solo nos miró fríamente, a nosotros no nos importó, seguíamos encantados con el suceso.
-¿No puede un padre venir a ver a su hijo a su trabajo?- la voz del General se había suavizado y su rostro presentaba una enorme sonrisa, como si llevara mucho tiempo sin ver a su hijo, pero esa mirada de alegría no duro mucho -la verdad es que estoy aquí para informarte algo, o bueno más bien informarles, si es que tu novia pelirroja me lo permite.
-Claro que si papá, no creo que haya algún inconveniente, más si es de trabajo ¿no es así cariño?- sus rasgos se volvieron firmes y su voz cambio a un tono más serio, Elizabeth solo le quedó afirmar con la cabeza -muy bien, entonces ¿Qué tienes que decirnos padre?- el ambiente se volvió algo tenso, al parecer eran malas noticias, lo sabíamos por la seriedad en los rostros tanto del General como de Alfred.
-Como sabrán, Alfred, Elizabeth, ha habido varios avistamientos de nuestros amigos los calamares, ocho para ser exactos, muy bien, nada ha salido como debería, hemos perdido a seis de ellos- comenzó a decir el General.
Mientras decía eso, Keila y yo nos quedábamos sorprendidos, eso significaba que no había sido un evento aislado, que en más regiones estaba pasando lo mismo, de pronto el General quito los adornos de la mesa de centro y desplegó un mapa mundial y empezó a marcar algunos lugares.
-Hemos perdido el del Golfo de México, el que estaba en el pacifico nordeste cerca de la costa de Canadá, el del pacifico sudoeste en la costa de nueva Zelanda, el del océano indico oriental cerca de Australia, el del pacifico noroeste cerca de Japón, el del pacifico sudoriental en la costa de chile, los que quedan son el del atlántico sudoeste cerca de Angola en el continente africano y nosotros, en Portugal, ahora bien, como habrás previsto, perdimos el de Canadá, donde yo me encontraba, lo que diré no es fácil para mí, salí con vida por poco.
Nos quedamos helados con la confesión del General hasta ese momento, estábamos temblando no de frio, si no de miedo, había pánico en nuestro ser, gire a ver a Keila, después a Leila, el remolque en el que nos encontrábamos de la nada comenzó a dar vueltas, me sentía mareado y la respiración me fallaba ¿Qué estaba pasando? Pero sobre todo ¿Por qué estaba pasando todo esto?
-Espera papá ¿A qué te refieres al decir que los perdimos?- la pregunta de Alfred hizo que saliera de mi trance y prestar atención a lo que diría el General.
El General no dijo nada, solo se empezó a quitar con algo de dificultad el abrigo, después la camisa, dejando al descubierto su torso, unos vendajes cubrían su cuerpo, del hombro derecho y todo el pecho a las costillas izquierdas, los brazos del hombro derecho hasta el codo; para su avanzada edad se notaba que aún llevaba un régimen de entrenamiento riguroso, el uniforme no dejaba ver el cuerpo tonificado que tenía.
Keila, en su asombro no pudo contener abrir de par en par los ojos, ella al igual que yo, estábamos sorprendidos, Leila solo se llevaba una palma a la cara y haciendo un movimiento con la cabeza de negación.
Nuestro asombro acabó cuando se dio la vuelta, las vendas estaban manchadas de un color rojo, de inmediato se nos vino a la cabeza lo que podría ser, era sangre, ocasionada por herida, la cual parecía que era profunda y no fue un error, Elizabeth se acercó al General para ayudarle a quitarse esas vendas y ponerle unas nuevas, ahí fue donde pudimos ver cómo era tal herida, dos marcas en el hombro como si de colmillos se tratasen, ahí mismo dos rasguños menos profundos, pero que de igual manera habían causado bastante daño.
Fue entonces que nos percatamos del porque cojeaba y porque se dolía del hombro derecho, nunca nos imaginamos que las heridas que tenía fueran recientes.
Alfred por otro lado se quedó paralizado con la escena, al parecer nunca había visto a su padre tan malherido, lo que nos hizo cuestionarnos, si eso es lo que le paso a un militar entrenado hasta los dientes ¿Qué nos puede esperar a nosotros? Y empecé a pensar en que más que nunca necesitábamos alejarnos de ahí, sea como sea, nosotros no necesitábamos ni debíamos quedarnos ahí un minuto más, pero aún me intrigaba que más tenía que informarnos el General, así que me quedé en silencio, hasta que De la Garza volviera a hablar.