Darkness: el día que inicio y finalizó todo

La llegada.

La joven se había marchado hace pocos minutos, pero para nosotros había parecido una eternidad, todo era tenso, teníamos que explicarle a Alfred por qué su amada estaba herida y lo que había tratado de hacer. 
-Se lo que le pasó a Elizabeth, sé que ella los atacó, no me dijo el porqué, pero debe haber una razón, sé que no los atacaría sin razón alguna, solo hay que descubrir que o quien lo ocasiono- dijo Alfred en cuanto la joven salió del lugar. 
-Las heridas que tiene Robert, nos quería matar ahí adentro y tú dices que debe de haber una razón para hacer eso ¿En serio?- reclamó Keila dando un golpe en la mesa, estaba furiosa, los niños se percataron de la discusión y el niño se acercó a su padre para abrazarlo. 
-¿Dónde está mi mama?- le preguntó el niño a Alfred que se veía algo desorientado. 
Leila se acercó a Keila, le postro su mano arriba de la de ella, como para relajar un poco la situación, su mirada preocupada hizo que mi esposa reconsiderada la escena que acababa de hacer. 
-Tu madre está bien hijo, esta con el abuelo, tiene un golpe en la cabeza, cuando salía del remolque resbalo y se golpeó con uno de los escalones, nuestros amigos aquí la ayudaron llevándola dentro del remolque y atendiéndola, no te preocupes, ella está bien- Alfred parecía calmado, relajado. 
-Está bien papá- dijo el niño devolviéndole una sonrisa -¿Puedo regresar a jugar con mi novia?- esa pregunta hizo que Keila lo volteara a ver con un poco de rechazo y entre cerrando los ojos. 
A Keila no le agradaba que alguien de tan temprana edad le digiera suegra, era una idea que le daba escalofríos, los niños siguieron jugando en el rincón, ignorando lo que estábamos platicando. 
-¿Cómo sabes que fuimos nosotros?- pregunté. 
-Ella me lo dijo antes de saber que uno de ustedes había entrado a la carpa, como dije, no sé exactamente porque, deben de disculparme, yo solo estoy algo desorientado en todo esto, tal vez mi padre sepa, no lo sé- no noté que Alfred mintiera, aun así no podíamos confiar mucho en ellos. 
No tuvimos mucho tiempo para calmarnos, un estruendo se escuchó afuera y salimos apresurados, desde la carpa salían unos cuantos cangrejos, los oficiales les empezaban a disparar, pero las balas de sus armas no hacían efecto en ellos, tenían el caparazón demasiado grueso, vimos como avanzaban en contra de ellos, los animales con un movimiento de su tenaza, lanzaban a los oficiales lejos de ellos, de en  medio de la carpa, se veía algo como si fuera neblina y sabíamos que era lo que significaba, nos colocamos las máscaras, antes de salir un impacto sobre la tierra hizo temblar el lugar y volvimos a la cafetería a buscar a nuestros hijos. 
-¡Cernunnos! ¿Dónde estás hijo?- el grito desesperado de Alfred hacía eco en nosotros -rayos, apenas lo encontré y ya se fue de nuevo- decía entre algunos lamentos. 
Nosotros tampoco veíamos por ningún lugar a Leila y nuestro corazón se empezó a agitar, buscábamos con la mirada por todos lados sin resultado alguno. 
-¡Aquí estoy papa! Detrás de la barra- la voz del niño nos guio hasta donde se encontraba. 
Por suerte estaba protegiendo a Leila cubriéndola con su propio cuerpo, el estruendo de afuera hizo temblar el lugar y se sacudió un poco haciendo caer algo de polvo y pedazos de madera sueltos, Leila estaba asustada y el niño solo la reconfortaba sacudiéndole algo de tierra de su cabello, él niño se había tomado muy bien su papel de novio. 
Alfred llegó a donde estaban nuestros hijos y el los sacó con calma, les puso sus máscaras y salimos de ahí. 
-Leila ¿Estas bien corazón?- la angustia de Keila se hacía notable en su voz 
-Si mamá, gracias, Cern me protegió y estoy bien- respondió Leila con calma. 
Y era verdad, el niño mostraba algunos arañazos por la madera caída y el polvo suelto, mientras que Leila había salido ilesa. 
-¿Cern? ¿En serio? A mí me regañaste porque quería abreviar tu nombre- mi mirada hacia el niño era de descontento. 
-Señor, ella es mi novia, puede decirme como quiera- la respuesta casi infantil del niño hizo temblar de escalofríos a Keila, no lo aceptaba. 
-Está bien, Alfred, necesitas hacer algo con tu hijo, no seremos suegros tan jóvenes- me dirigí a Alfred con una mirada desafiante, él solo rio un poco, esos niños nos hacían olvidar que estábamos en un caos total. 
Mientras caminábamos hacia el remolque donde estaba Elizabeth, se escuchaban más disparos de armas de fuego, un nuevo estruendo se sintió en la tierra, tembló un poco, necesitábamos salir de ahí lo más pronto posible antes de que todo empeorara. Cuando llegamos al remolque nos recibió el General de la Garza. 
-Rápido, entren, si están aquí quiere decir que irán con nosotros ¿verdad?- había algo de entusiasmo en la voz del General que nos daba la bienvenida de nuevo. 
Ahora cargaba un bastón y no era por demás, se dolía más de las heridas causadas con anterioridad; el niño y Alfred se acercaron a Elizabeth para poder ayudarla, Cernn se acercó abrazarla, con tal fuerza que hizo un pequeño gesto de dolor. 
-¡Mamá! ¿Estás bien? ¿Cómo pudiste resbalar en los escalones? Deberías de tener más cuidado- el niño reprendía a su madre de forma inocente, aunque pudimos ver sus ojos llorosos al pensar que algo más grave le había pasado. 
-Estoy bien cariño, solo fue un golpe, tú sabes lo descuidada que soy, a veces torpe, pero no es nada que no pueda manejar- la voz de Elizabeth era de dolor. 
-Creo que no es así General- respondí a la pregunta que nos había hecho con anterioridad, crucé la puerta del remolque interrumpiendo la escena amorosa que teníamos en frente. 
-¿De que estas hablando? ¿No estás viendo lo que está pasando aquí? Será su fin tarde que temprano- su voz se escuchaba molesta, nos quería llevar a toda costa. 
-No iremos y punto- Keila reprochó al General -Creo que había dicho que no había problema si decidíamos ir o no ¿No es así General?- Keila un poco más molesta se dirigió al General -Además, su tierna cuñada intento matarnos hace un par de horas ¿Qué espera que hagamos nosotros al respecto?- dirigió la vista a donde estaba Elizabeth aún tumbada en el suelo. 
-¿Qué? ¿Debes de estar bromeando? Ella no haría tal cosa, se le ordeno que los llevara a la base militar en donde se encuentran los convoy para el vuelo, no entiendo nada- dijo el General algo confundido, se tocaba la cabeza, trataba de razonar -¿Es eso verdad Elizabeth? Si es así estarías haciendo una falta imperdonable- Caminaba hacia Elizabeth cerrando el puño. 
Cernunnos se postraba frente al General, clavándole la mirada, no dejaría que alguien más lastimara a su madre, así fuera su abuelo o quien fuera, el niño cerro los puños mientras Alfred se acercaba para calmar la situación. 
En ese momento me di cuenta que ese niño a pesar de su corta edad era muy valiente, que bien podría hacer cualquier cosa, aunque también noté algo extraño, una bruma oscura casi imperceptible salía de sus puños, lo lógico fue pensar que aun traía algo de residuos de tierra en las manos y eso fue lo que soltó o solo fue mi imaginación. 
-¡Es verdad! Si es cierto, trate de matarlos, pero no se hagan los inocentes conmigo, saben que ellos son la clave en caso de que logremos unificar una cura, como lo que paso en Canadá ¿No es así General?- el ambiente era tenso estando todos ahí adentro, Elizabeth se escuchaba molesta, solo querían un chivo expiatorio para hacer sus desmanes. 
-No es momento de hablar de eso, debemos enfocarnos en irnos lo más pronto posible- dijo el General desviándose del tema. 
-Creo que si es el momento de hablar de eso padre- Alfred se levantó de donde estaba con su esposa -ellos ya saben lo del maletín. 
La cara de sorpresa del General era de fotografía, no podía creer lo que su hijo le acababa de decir, su mirada se clavaba en Alfred, había desprecio hacia su propio hijo. 
-¿Cómo es que se enteraron?- la molestia era clara en su voz. 
-Yo les dije, no me quedaba otra alternativa, además de eso, involucramos a una chica local, le daré mis pases de abordaje, o bueno, a los que tengo derecho- respondía Alfred. 
Para el General ya no había escapatoria, sentía como si lo hubieran traicionado de la forma más cruel posible, sin saber que su hijo había hecho lo que mejor le parecía para proteger a su familia.  
 




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