Mientras transitábamos el sendero de terracería, llegamos a un camino pavimentado, por fin el camino iba a ser mas cómodo, el General por ninguna razón dejo que lo ayudáramos a conducir, su pretexto era que ya estábamos más cerca y así era, a no más de dos horas de camino estaba el campo militar, desde lo lejos se veía como estaba rodeado por una malla metálica y un par de torres de control, el único acceso que había una puerta metálica entre las torres con dos guardias en la entrada, sus uniformes café con camuflaje, todos portaban armas de fuego, por desgracia jamás me habían interesado, no sabía su calibre, ni el modelo, solo sabía que eran armas potentes exclusivas del ejército, los guardias que nos recibieron, además de su arma de fuego larga, traían un cinturón con una pistola al costado, no les vimos el rostro, siempre suelen usar cubre bocas y lentes de sol y la gorra oficial del ejército por lo que era muy difícil reconocerlos.
El General condujo hasta la puerta principal para que nos recibieran los guardias y poder pasar.
-Buenos días caballeros, soy el General de Brigada José de la Garza ¿Serian tan amables de abrir las puertas?- se dirigió el General con autoridad hacia los soldados.
-Buen día General, lo estábamos esperando- habló uno de ellos con voz gruesa y así nos dejaron pasar.
El lugar no era muy grande, por lo que no tenía grandes cosas, un par de edificios, no muy altos, no había mucho personal ya que la mayoría ya había sido evacuada o enviada a marte, los que se quedaban era para ayudar a los que fueran llegando, pero como esa base militar estaba muy lejos de la civilización, no había mucha gente que fuera ahí, por detrás de los edificios se alcanza a apreciar un helipuerto con un par de helicópteros listos para salir.
El General se estacionó en la entrada de uno de los edificios y pudimos bajar, yo bajé primero para ayudar a los demás, al General eso no le preocupaba demasiado y se fue directamente a entrar al edificio, con esas puertas automáticas lo vimos perderse adentro, Alfred ayudó a Elizabeth a bajar, después al niño y finalmente a Leila.
-Vamos a jugar Leila- la voz del niño era de emoción al llevar de la mano a nuestras pequeña.
-No, espera ¿Papá puedo ir a jugar con Cernn?- me preguntó casi con una súplica.
-Claro que sí, vayan, no se alejen mucho solamente- le contesté, los ojos de Leila brillaban de emoción.
-Gracias papá- respondió y se fue hacia un pequeño cobertizo que estaba casi en la entrada.
-No debiste dejarla ir, no sabemos que puede haber aquí- me dijo Keila en desaprobación.
-Estarán bien, además va el niño con ella, él la protegerá y cuidara- le dije con una sonrisa.
Ayudamos a Elizabeth a entrar el edificio, no podía caminar muy bien y Alfred se notaba algo cansado a pesar de haber dormido bien la noche anterior.
En cuanto entramos al edifico había un pequeño cubículo en la entrada, una silla y un ordenador, no había nadie que nos recibiera, era casi obvio que estaban cortos de personal, más adelante un lobby con un par de sillones y unas oficinas, donde solo una tenia las luces encendidas, sentamos a Elizabeth en uno de los sillones, hizo un gesto de dolor.
-Estas bien amor- preguntó Alfred con preocupación.
-Sí, no te preocupes, ve a la enfermería y trae algunos medicamentos para contrarrestar el dolor y estaré mucho mejor- le contestó Elizabeth con algo de esfuerzo.
-Está bien, regreso en un momento- dijo Alfred.
Keila sabía que eso también nos podría interesar, más si es que aún había vendajes y alcohol para curar mis heridas.
-Te acompaño- señaló Keila.
-Muy bien, es por aquí, sígueme- Alfred le señalo un pasillo más adelante dieron vuelta y los perdí de vista.
Selene entro enseguida de nosotros con sus padres de la mano, los tres estaban fascinados al conocer nuevas cosas, al parecer la vida en el pueblo era todo lo que conocían, los ayudamos a sentarse en el lobby y pudieran descansar.
Yo me quedé con los demás, los abuelos se veían cansados, estábamos esperando las órdenes del General para que salieran en uno de los helicópteros que se encontraban afuera, Selene se veía más relajada después de la plática que habiamos tenido en el lago, al fin de cuentas aun tenia a sus padres con vida, era algo que los demás tal vez no disfrutaban.
Yo acompañé a Elizabeth, tenía aun preguntas que hacer, pero creo que ese no era el lugar indicado para hacerlas, en cualquier momento podía salir el General y cortar la charla de tajo.
Al cabo de un rato regresaron Alfred y Keila, traían algunas botellas con agua oxigenada, medicinas, vendajes, algunas cajas de medicamento y al final unas botellas con alcohol, tanto Alfred como Keila se dispusieron a cambiarnos los vendajes tanto a mí como a Elizabeth.
Me empecé a quitar algunos de ellos, dejando ver algunas de las heridas ocasionadas, algunas se habían abierto en el viaje, no tan graves pero aun así las habían manchado con algo de sangre, Elizabeth las volteo a ver y me toco el hombro en señal de disculpa.
-No pasa nada, ya habiamos aclarado ese punto ¿No es así?- le dije para calmarla un poco.
Alfred era bueno en eso, le quito un parche que tenía en la frente, le limpio la herida, nunca pensamos que sería tan grande, Keila recordó que esa se la había ocasionado cuando le lanzó la taza y se sintió algo culpable, no lo suficiente para pedirle perdón.
-¡Auuuch! Ten más cuidado amor- se quejó Elizabeth cuando le quito el parche de la barbilla, era una herida aún más profunda, con unos cuantos raspones ocasionados por el mazo que Keila había utilizado para dejarla inconsciente.
-Sí, lo siento, seré más cuidadoso- dijo Alfred algo nervioso.
Keila ya se sentía culpable, le había dañado el bello rostro a Elizabeth.
-Ya que estamos aquí, esperando a su padre ¿les puedo hacer una pregunta chicos?- les pregunté.
-Si claro- afirmo Alfred.
-Tengo curiosidad ¿Cómo es que acabaron juntos ustedes dos?- la pregunta los sorprendió, no era algo que les preguntaran a menudo y menos en la situación en la que estábamos, sus caras sorpresivas y de algo nerviosas, cambiaron a unas más alegres, rieron un poco y se relajaron.
La tensión que había en el ambiente por los sucesos del exterior parecieron desaparecer, los jóvenes se relajaron al recordar lo que tuvieron que pasar para estar juntos y ahí nos quedamos, esperando que cualquiera de los dos comenzara a hablar.