Darkness: el día que inicio y finalizó todo

Disturbio.

Nos sentamos un momento en las sillas que había en frente del escritorio del General, no sabíamos que hacer, si la dejábamos aquí sufriría, pero igual si se iba con ellos, experimentarían con ella, estábamos en una encrucijada, pero deberíamos de decidir pronto, no teníamos mucho tiempo si es que lo que nos decía era verdad. 
-Sabemos que no tienen las mejores intenciones para con nuestra hija, lo sabemos perfectamente bien, sabemos lo que le piensan hacer y no queremos que sufra más- contestó Keila, el tono de desafío no se aligeraba nada. 
-Es verdad, sabemos que no se quedara en buenas manos, ustedes harán con ella lo que quieran y de estar allá a permanecer aquí, preferimos que se quede con nosotros, a pesar de que vamos a sufrir- respondí algo alterado, pero era verdad, preferíamos que se quedara con nosotros a que fuera a sufrir allá. 
-Les aseguro que no será así, ella no tendría por qué sufrir, estamos aquí para apoyarlos y brindarles nuestros servicios- dijo algo calmado el General D´Carlo. 
-No le creemos, el General de la Garza intentó asesinarnos solo para quedarse con el cuerpo de Leila, así que no confiamos en eso, por lo cual no aceptamos irnos con ustedes- respondió Keila ya casi a los gritos. 
-Lamento escuchar eso, tenemos órdenes directas de llevarnos tanto a su hija como al hijo de Alfred, son esenciales para la supervivencia de la humanidad en un par de siglos adelante- el General se levantó de su silla, extendió sus brazos a su espalda y dio media vuelta -verán, tanto el contenido del maletín como algunas muestras de sangre de esos pequeños, podrían ayudarnos a la criogenización de algunos de nosotros, en parte porque contienen un gen especial para nosotros, obviamente no les sacaremos toda la sangre, necesitamos observar los cambios y seguir experimentando con ellos, por eso lamento la decisión de ustedes dos, porque con el niño no tendré problemas, sus papás si irán con nosotros- terminó de hablar el General, a Keila le hervía la sangre de rabia y coraje, se levantó y le lanzó lo primero que tuvo en sus manos, un pequeño cuadro con una fotografía del General con quien parecía su esposa e hijos. 
El General ya había previsto esa acción y lo esquivo con facilidad, se llevó la mano a la cintura y sacó una pistola y de un disparo le acertó en el hombro a Keila quien dio un grito agudo y cayó al suelo. 
-¿Estás loco?- reproché, cubriendo la herida de Keila que sangraba considerablemente. 
-Les dije que lamentaba su decisión y estas son las consecuencias de eso- el General no tendría compasión con nadie que fuera en contra de sus órdenes. 
El General de la Garza entro a la habitación impactado por la escena, lo siguió Alfred igual de asombrado, Alfred me ayudó a poner de pie a Keila y a detener el sangrado. 
-¿Qué está pasando D’Carlo? Ya habiamos hablado al respecto de esto, quedamos en que no  era necesario que ellos nos acompañaran, que con una muestra de sangre que nos otorgaran de su hija sería suficiente- el grito del General de la Garza nos sorprendió a todos, creíamos que el sería el primero en dar el golpe hacia nosotros, pero no fue así. 
Quedamos en shock ante tal revelación, él nos protegía para que el General D´Carlo no disparara una vez más, o solo tal vez protegía a su hijo y no a nosotros, quedaba claro que después de eso se negarían a ir con ellos. 
-¡Salgan de aquí ahora!- nos gritó el General de la Garza llevando su mano a la cintura y sacando su revólver. 
Nosotros obedecimos y salimos del lugar, Elizabeth que se encontraba afuera estaba aún más sorprendida, no quedaba duda de que ellos harían hasta lo imposible para llevarse a nuestros hijos para experimentar con ellos; en cuanto salimos de ahí, las puertas exteriores se abrieron dando paso a unos cuantos soldados que ya habían desenfundado sus armas al escuchar los disparos prevenientes del edificio, no teníamos escapatoria de ahí. 
Selene y sus padres se quedaron inmóviles, ellos no querían meterse en problemas y estaba bien, era lo mejor para ellos no inmiscuirse en todo esto, ellos solo observaban desde el sillón en el lobby. 
-¡Rápido, salgan!- nos apresuró Elizabeth -tenemos que parar la hemorragia, que maldito, me las va a pagar después- su voz era de rabia. 
-Robert, trae unas vendas y gasas, están ahí en la mesa junto al alcohol ¡rápido!- la voz de Alfred era de preocupación. 
Yo no podía hablar, algo en mi hacía eco, sentía las manos temblorosas, el corazón me latía exageradamente rápido, las voces de Elizabeth y de Alfred las escuchaba a  la lejanía, pero aun así seguía las ordenes que me daban, sentía temor, rabia, lleve las gasas y las vendas para que Elizabeth parara la hemorragia y me dirigí a la oficina donde se encontraban los Generales, no tuve mucha oportunidad de entrar, los soldados que acaban de llegar me detuvieron el paso, sentía como todo giraba a mi alrededor. 
-Te hubieras ido antes joven Robert- esa voz de nuevo, la misma que había escuchado en la playa -¿Qué harás ahora Robert? Tu esposa está en peligro, al igual que tu hija, dime ¿Qué harás Robert?- no sabía a qué se refería, no podía hacer nada en absoluto, ellos tenían armas de fuego en un abrir y cerrar de ojos podrían acabar con nosotros si lo quisieran. 
Un soldado llego y me golpeó la cabeza, sentía como me desvanecía, caí al suelo, me zumbaban los oídos, mi respiración era lenta, me repuse, apoyé las manos en el suelo para poder respirar mejor, no funcionaba, sentía que me ahogaba ¿Qué era esto? El aire no me alcanzaba, tomé una bocanada grande, no fue suficiente, apoyé una de las rodillas en el suelo, me incorpore, pero un poco encorvado, para ayudar a mis pulmones, sentía unas cuantas gotas de sudor recorrer mi rostro, gire la cabeza a donde estaba Elizabeth ayudando a Keila con su herida, Alfred discutía con los soldados, no los escuchaba, uno de ellos lo golpeo en el rostro, en ese momento me abalancé hacia él, cerré mi puño y le di con toda las fuerzas que tenía, el soldado solo cayó desmayado en el suelo, el otro apuntó su arma hacia mí, pero no tuvo mucha reacción, alguien más disparo primero, fue el General de la Garza, dos tiros en las manos y uno más en el costado, el soldado cayó quejándose de la herida, yo seguía sin poder respirar, de nuevo ese zumbido, mi respiración forzada hizo que casi me desmayara y tomé una bocanada de aire esperando poder reaccionar.  
 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.