Darkness: el día que inicio y finalizó todo

Descendientes.

Los soldados que habían entrado anteriormente se quedaron igualmente pasmados, el cuerpo de Alfred con todas esas heridas no podría moverse ni siquiera unos centímetros, pero ahí estaba, parado junto al cuerpo inerte de Keila, Elizabeth lo veía aterrorizada, no esperaba verlo de esa manera. 
-Es hora Robert, el cuerpo de este joven no me será de mucha ayuda, pero sé que tú podrás hacerlo- finalmente el cuerpo de Alfred soltó su último suspiro y antes de que cayera al suelo inmóvil, Elizabeth lo detuvo entre sus brazos. 
Aquella joven lloraba de impotencia al haber perdido a las dos personas que amaba en la vida, su hijo y su gran amor, trataba de cubrir las heridas de Alfred esperando que tuviera algún efecto positivo, pero el joven no reaccionaba, su grito de dolor me erizo la piel, mi vista se fijó en el cuerpo de Keila que aun yacía en el suelo y la rabia hacia el General creció dentro de mí. 
Algo le empezó a pasar a mi cuerpo, sentía que algo en mi interior me quemaba, me dolía el pecho, mi respiración era lenta, sentía que los pulmones me iban a explotar, quise gritar pero no podía. 
-Te ayudare joven Robert, solo por esta ocasión, sabes que necesitas de nuestra fuerza, al fin y al cabo, son mis descendientes, mi amados hijos, el proceso dolerá, pero sé que podrás soportarlo- esa extraña voz resonaba ahora en mi cabeza. 
No sabía quién era ni a lo que se refería, pero aceptaría aquello con tal de quitarle esa sonrisa al General. 
Sentía como algo empezaba a salir de todo mi cuerpo, todo se oscureció por un momento, vi mis manos temblorosas, recorrí con la mirada mis brazos, una especie de neblina oscura recorría mi cuerpo, quemaba, no podría soportar todo eso, pero si eran unos cuantos minutos para alcanza a  Leila, serían más que suficientes; me lancé hacia el General que estaba sorprendido por lo que estaba viendo con Alfred, ignorándome totalmente, le acerté un golpe en la cara, tenía tanta fuerza que salió volando varios metros hacia afuera del edificio, los soldado que estaban afuera se dieron cuenta del echo y empezaron a disparar, era raro, esa extraña neblina oscura que me cubría el cuerpo detenía las balas y evitaba que me hicieran daño. 
-¡Salgan de aquí, llévense a los niños rápido, no dejen que él los alcance!- el grito desesperado del General confundió un poco a los soldados, que inmediatamente siguieron sus órdenes dejándolo ahí tirado ensangrentado. 
Yo seguía caminando hacia el General, sentía como una rabia invadía todo mi ser, quería acabar con su vida por lo que nos había hecho a mí y a mi esposa, había asesinado a sangre fría a General de la Garza, y había terminado con Alfred, seguí caminando hacia él. 
-¡Papá, ayúdame!- el grito de Leila me hizo cambiar de objetivo, ya la tenían arriba del helicóptero y estaban a punto de elevarse. 
No podía dejarlos que se los llevaran, corrí lo más rápido que pude, pero ya me fallaban los pulmones, sentía como se me desgarraban los músculos de las piernas, sentía el pecho como estaba a punto de explotar, lo que sea que me hayan otorgado ya había sido suficiente para mi cuerpo y ya no lo resistía mas, caí unos cuantos metros antes de llegar al helicóptero que ya se hallaba unos cuantos metros por encima de mí, no lo alcance, fue inútil todo aquello. 
-¡Yo la cuidare señor, no se preocupe!- alcancé a escuchar el grito del niño desvaneciéndose por el ruido de las hélices, sentí un poco de alivio, pero no el suficiente. 
Ya nadie quedaba en el lugar, todos se habían ido ya, el General estaba tirado en el suelo, no se podía mover a causa del golpe que le había propinado, le quedaba poco tiempo, con las fuerzas que me quedaban me levante para ir a estar al lado de mi esposa,  pase al lado del cuerpo del General quien respiraba con dificultad, lo dejé solo, nadie lo acompañaría en sus últimos momentos, entre al edificio, solo para ver a Elizabeth tratando de detener la nueva hemorragia que tenía Keila en el pecho, llorando porque no podía hacer más por ella, llegué y me recosté al lado de Keila. 
-Lo siento amor mío- le dije con dolor- ella se ha marchado, por más que corrí a sus brazos no pude alcanzarla, alguien más me la ha arrebatado de mis manos, hice todo lo que pude para retenerla, todo el esfuerzo fue en vano, se ha ido. 
-Está bien, esta con él ¿verdad?- decía Keila con dificultad al saber que el niño estaba con ella. 
Con esas palabras alcancé a escuchar su último aliento salir de su boca, Elizabeth gritaba de impotencia al perder a Keila, se levantó y se fue a llorar un poco lejos, volvió a donde me encontraba, para ver en que me podía ayudar, ya todo era en vano, ya no teníamos salvación, nuestras vidas acabarían ahí, lamentaba dejar a Elizabeth sola, pero no podía hacer nada, estiré mi brazo para juntar mi mano con la de Keila, sentirla una última vez y realmente en mi último aliento quería decirle cuanto la ame y la amaba, pero las palabras no salían, el aire era insuficiente, lloré, por no poder hacer algo tan simple, sentía como la vida se me iba, alcancé a escuchar los gritos desesperados de Elizabeth, “lo siento” pensé. 
Escuché como las puertas automáticas de aquel edificio se abrían, alguien aparte de nosotros aún no se iba del edificio, tuve miedo, pensé que alguien más se acercaba para terminar con la vida de la joven, tomé las últimas fuerzas que me quedaban y alcé la vista, no permitiría le hicieran daño, ya no más. 
-¡Rápido! No dejes que mueran- la voz de una joven le gritaba a alguien afuera del recinto. 
Nadie contesto, alguien más entro corriendo por el pasillo, dejo caer algo pesado al suelo, escuché unos cerrojos abrirse, me tomó la mano y sentí un pinchazo en el brazo. 
-¿Qué rayos están haciendo?- reprochaba Elizabeth. 
-Guarda silencio, los estamos salvando… tu, tú debes de ser Elizabeth ¿Dónde está Alfred?- preguntaba la joven desconocida. 
-Monserrat, Alfred está justo detrás de ti, lo siento Elizabeth, nuestra prioridad es Robert, es a él al que le debemos de dar el antídoto- una nueva voz, ahora de un joven. 
Mi vista se nublo y no los pude reconocer, solo escuchaba sus gritos casi a la lejanía. 
-¿Qué? Con un demonio ¡rápido Elizabeth, danos el maletín!- señalaba Monserrat. 
-¿Cómo saben del maletín? No importa, está por aquel lugar, debajo del sofá- Elizabeth daba indicaciones apresuradas. 
Sentía como algo recorría mi cuerpo, ardía, mi cuerpo no reaccionaba, tal vez por el desgaste que había tenido anteriormente, no soportaba el dolor y un ligero quejido salió de mi boca. 
-Debes de aguantar Robert, resiste, esto pronto acabara ¡Monserrat, date prisa, Alfred necesita ese antídoto!- decía aquel joven con desesperación. 
Mi cuerpo ya no pudo más y caí inconsciente, no pude soportar el ardor que sentía dentro de mí, todo se volvió oscuro, las voces se fueron desvaneciendo, tan lento que al final fueron solo como unos susurros en el viento, los jóvenes desesperados trataban de reanimarme, pero ya nada podían hacer, tanto Elizabeth como Monserrat gritaban el nombre de Alfred, al parecer igual que yo se había sumergido en una total oscuridad de la que nunca podríamos salir.  
 




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