Sigo gritando cuando abro los ojos y encuentro a Lueck a mi lado agarrándome por los hombros para que no salte de dónde estoy acostada.
— Tranquila— me dice con voz dulce— Todo está bien, has despertado— sonríe.
— ¡No! ¡Estoy en la maldita prueba! No consigo salir— lágrimas de desesperación corren libremente por mi rostro ¡Cuánto querría que fuera verdad y que Lueck estuviera aquí!
— La has superado— fija su mirada en mis ojos.
— ¡No, no! ¡No puedes estar aquí a mi lado! Es mi imaginación, ¡Desaparece!— ordeno como he hecho con los bichos para que desaparezca, no sucede nada, continúa sujetándome con tristeza.
— Una guerrera nunca muestra debilidad ni miedo, levántate y cumple tu deber— su voz es dura cómo sus palabras— la guerra ha empezado.
Miro a mi alrededor, estoy encima de un altar de piedra rodeado por velas, puedo notar cómo el frío traspasa la ropa, la habitación está completamente vacía de muebles, alumbrada solamente por un boquete en el techo por el que se ve que es de noche. Al fondo puedo distinguir la silueta etérea de Kathy que me saluda agachando la cabeza confirmando que estoy despierta, hasta ahora no había aparecido.
— ¿Qué haces aquí? ¿Dónde estoy?— todavía sigo confundida.
— En Darknessys, tu nuevo hogar— el desprecio se puede palpar— según me ha explicado Gustav y tu has deducido, lo que has visto, sea lo que sea, es otra de las pruebas de estos salvajes, es el precio para entrar en la ciudad.
— ¿También te han hecho lo mismo?
— No, a los extraños cómo yo nos duermen y despertamos dentro de la ciudad— dice con rabia.
— ¿Y la chica que iba conmigo, sabes algo de ella?— necesito saber que ha pasado con Catrina.
— Se la llevaron, parecía estar bien, no sé más, no he vuelto a salir desde que te dejaron aquí. Las pocas noticias que tengo es a través de mis hombres y no son muchas, están fuertemente vigilados.
— ¿Cuánto llevo dormida?— me siento más espabilada aunque débil.
— Cinco días— sus ojos brillan por la ira que se refleja en ellos— te trajeron junto con la curandera, te puso una especie de unguento en los labios y no ha vuelto aparecer nadie, te dejaron ahí tirada cómo a un perro sarnoso.
— ¿Cómo es que estás en Darknessys?— mi corazón aletea de alegría de que sea real y éste aquí.
— Tu padre se enteró del ataque, al no tener noticias de si estabas viva o muerta me mandó junto con unos hombres a averiguar lo que había sucedido, te encontramos justo después de caer en trance en las afueras de la muralla— me estrecha entre sus cálidos brazos soltándome enseguida, pero yo me lanzo hacia su pecho deseando sentir su piel, su aroma, su calor.
— No— me rechaza— hay oídos y ojos por todos los lados aunque no los veas— dice en un murmullo.
Me separo reticente pero de acuerdo con lo que dice, alguien nos vigila, y enseguida se confirma cuando se escucha el ruido de pasos acercándose.
— Tenemos que hablar sin oyentes indeseados— mis palabras son casi inaudibles, el soldado asiente imperceptiblemente al abrirse la puerta.
— Has despertado— Erick entra en la habitación mirándonos a los dos con odio, los soldados que lo acompañan se quedan fuera— Un día más, sólo un día más y no serías la señora de Darknessys— tira del cordón que lleva en el cuello con el anillo de la ceremonia de unión rompiéndolo— ¡Dame tu mano!— me ordena furioso, miro a Lueck y viendo la aprobación en su mirada, extiendo la mano e introduce el anillo trenzado en mi dedo anular, al terminar toma el cordón de mi cuello para tirar de él igual que ha hecho con el suyo pero Lueck da un paso de advertencia, no va a consentir que me haga daño, Erick respira acelerado intentando contenerse, al ver su mirada siento miedo de que le haga daño a mi protector, así que me saco el colgante y se lo tiro al pecho, sin esfuerzo lo atrapa sin apartar la mirada de Lueck— Bienvenida a tu hogar— me mira asqueado, el círculo se ha cerrado, ya soy su esposa en todos los sentidos según sus leyes.
— ¿Señora, se encuentra bien?— oigo a la nueva doncella medio adormilada en la pileta natural de aguas termales en la que estoy sumergida, en cuánto la vi al enseñarme mis aposentos he estado metida en ella, ni siquiera he comido aunque mi estómago no para de protestar.
— Ummmm— estoy tan relajada que no me salen las palabras.
— La comida está servida— abro un ojo y veo cómo retuerce sus manos nerviosa.
— Ya salgo— me estiro para tomar una toalla, mi estómago ruge descaradamente no dejándome estar en las deliciosas aguas más tiempo. Mona se acerca solícita para dármela— Gracias, puedo hacerlo yo— la despido, necesito estar solas, tengo mucho que pensar.
— Sólo tiene que tocar la campanilla y estaré a su disposición enseguida— hace una reverencia y se marcha no muy contenta.
Me pongo el camisón junto con la bata que están preparados encima de la cama con rapidez y me siento para comer, la boca se me hace agua nada más ver los deliciosos platos en la mesa, trago en vez de masticar del hambre que llevo después de estar sin comer tantos días, la jarra de agua me la bebo casi entera de una vez y sigo y sigo hasta que no puedo más. Tocándome la panza sonrío para mi misma ¡Vaya modales! ¡Si me viera alguien!
Me acerco a la terraza sin abrirla para que no entre el frío deseosa de ver la ciudad, en el exterior la noche la cubre cómo un manto sin poder nada más que distinguir extrañas formas, me sorprendo al no ver nada más que unas pocas luces, suponía que una ciudad tan grande tendría más vida, sin embargo parece desierta. Cansada, bostezo llevándome la mano a la boca, el sueño se va apoderando de mí después del baño y la copiosa comida, me dirijo a la cama cuando escucho un ruido en la terraza, debe de ser mi imaginación pienso, estoy en la torre más alta de la fortaleza, no puede haber nadie allí, otro ruido ésta vez más fuerte me alerta, tomo el cuchillo de cortar la carne y silenciosamente me pego a la pared contínua a los cristales intentando averiguar si hay un intruso fuera.