El aire de la madrugada estaba impregnado del eco tenue de una canción. En lo alto de una colina, donde el cielo parecía tocar la Tierra, Dartol y Sara contemplaban el amanecer. Las estrellas se desvanecían lentamente, pero en sus corazones algo apenas comenzaba a brillar.
—Tu mundo... nunca escuchó esto —susurró Sara, con la cabeza recostada en su hombro, mientras una melodía salía suavemente de un viejo reproductor que ella llevaba consigo.
—No —respondió él con voz grave, aún aprendiendo a dar forma a las palabras humanas—. Pero ahora... vive en mí.
Dartol no era el mismo que había bajado de su nave días atrás. Algo profundo y vibrante lo había transformado. La música no solo había llenado su mente de preguntas, sino su alma de propósito. Y más aún, Sara se había vuelto el centro de esa nueva armonía.
Aquella noche, entre notas y silencios, hicieron un pacto. No con anillos ni promesas comunes, sino con una canción.
Sara tomó su guitarra y le pidió a Dartol que crearan algo juntos, una melodía que ningún ser hubiese escuchado jamás. Y así lo hicieron. Ella tocó acordes suaves mientras él, con sonidos guturales modulados por emoción, emitía vibraciones que no eran palabras, pero que hablaban directo al alma. Era su idioma, el lenguaje del corazón.
—Quiero llevar esto —dijo Dartol con determinación—. A mi mundo. Y a otros. A todos los que viven en silencio.
Sara lo miró en silencio. Sabía lo que eso significaba. Un adiós. Pero también sabía que ese amor no nacía para atarse, sino para extenderse como el eco de una canción infinita.
Ella asintió con los ojos brillantes y tomó un pequeño cristal de su collar.
—Este es un resonador. Lo encontré en una expedición marina. Vibra con la música, guarda su esencia. Llévalo contigo. Cuando lo toques, estaré contigo... siempre.
Dartol lo aceptó como si fuera una parte de ella misma. Lo guardó junto a su pecho, sobre el corazón que ahora latía al ritmo de una nueva misión.
La despedida fue serena. Ni lágrimas ni gritos. Solo una última canción. La misma que habían creado juntos, enviada al cielo como señal para quienes aún no sabían lo que era sentir. Su nave se alzó lentamente, llevándose a Dartol, pero dejando en la Tierra una nueva forma de amar.
Y así comenzó su viaje.
A bordo de su nave, atravesando las estrellas, Dartol se convirtió en un portador de armonías. En cada mundo sin música, él plantaría una semilla. En cada ser sin emoción, despertaría un latido.
El universo ya no era solo vasto y frío. Ahora vibraba con la promesa de un sonido eterno. El que nace del corazón.
Editado: 30.04.2025