Mica: —¿Saldremos mañana? —se rascó la barbilla, luego de oír el dictamen del «nuevo líder».
Nico: —Sí, no hay suficiente comida y bebida aquí —apuntó al kiosco del instituto, cuya entrada estaba repleta de cajas—. Y no estaría mal conocer la situación afuera, si podemos buscar ayuda o algo.
Emi: —Claro... —contestó, desenmascarando de inmediato la falsa esperanza que su amigo trataba de transmitir, desconociendo lo que en verdad ocurría fuera de aquellas paredes—. Será mejor que organicemos todo. Ya sabes, para mañana.
Roma: —Yo puedo ayudar —se apresuró, dando un paso adelante—. Si es que la necesitan...
Nico: —Claro —afirmó sonriente, lo cual la chica respondió de la misma manera.
[...]
Nico: —Perfecto. Solo nos quedaría repartir un papel a cada grupo, por las dudas.
Roma: —Si querés lo puedo hacer yo. Ya hicieron demasiado ustedes.
Emi: —Son las tres de la mañana — informó, observando el reloj colgado en la oficina—. Si queremos levantarnos temprano debemos ir a dormir.
Roma: —Por esa misma razón, vayan ustedes, después iré —las dulces insistencias de la chica lograron convencer a Nicolás, que paulatinamente se llevó la mano a la boca, intentando ocultar el interior de su boca por el enorme bostezo que sin dudas reflejaba su cansancio—. Simplemente mírate, necesitas descansar. Vayan, ambos —dijo en voz alta, casi que pareció las típicas ordenes que sus madres solían darles a cada rato.
Nico: —Okey, okey —levantó ambas manos, rindiéndose—. Acuérdate que-
Roma: —El botón naranja es la acción de fotocopiar, no el verde —provocó que las palabras murieran en la garganta de Nicolás, conociendo con precisión lo que él diría—. ¿Nunca dejarás de recordármelo, verdad? — preguntó entre risas, instantáneamente con el recuerdo de aquella tarde invadiendo su cabeza, la tarde en la que ambos fueron enviados a dirección por generar una «pelea de comida».
Nico: —Éramos chicos, no tenés tanta culpa —soltó una última risa burlona a Roma, para luego darse la vuelta e dirigirse a la salida—. ¡Oh! Casi me olvido. Cuando termines, tu salón de descanso es el de química. Ya tenés un colchón preparado.
Roma: —Gracias —respondió sonriente, con cierta vergüenza por la consideración de él.
La puerta terminó de cerrarse, dejando un inmenso y profundo eco en la habitación, siendo estas las últimas palabras del objeto inanimado.
Los ojos grises de la ya única presente en aquel cuarto, observaban a detalle el poco nivel de luz que entraba por la ventanilla, perdiéndose completamente en algo tan simple como la iluminación que obtenía a diario, en su día a día.
Pero su mente era otro mundo... su mundo antiguo.
Antiguo.
Las palabras resonaban por toda la habitación, rebotando en todas las direcciones hasta llegar a los oídos de Roma, dejándola petrificada ante tal horrible pensamiento. ¿Cómo acaso podía pensar que ya todo había acabado? ¿Que todo lo ocurrido ya era permanente? El mundo en el que ella pensaba, en el que diariamente recordaba con profunda nostalgia, aquel mundo sonaba fantástico, como si de un mito urbano tratara. El mundo ficticio se había vuelto realidad, una cruel realidad que golpeó en ambas mejillas a cada ser viviente.
Sacudió su cabeza, logrando escapar de la traicionera nube de pensamientos que su propia subconsciente había preparado. ¿Cómo adentrarse en el antiguo mundo y no salir de allí nunca más?
Sus dedos accidentalmente chocaron con el filo de la hoja que se encontraba reposando al borde del escritorio, con una lapicera negra encima de ella sosteniendo una nota, la cual decía:
«¡Que no se te olvide escribir e imprimir las hojas! Ya sabes: botón naranja :P».
Roma: —Tontooo —alargó la palabra entre risas atontadas, tal cual niña pequeña burlándose en su interior—. Aunque así te quiero —sonrió para ella misma, reproduciendo en su mente la voz del chico a la vez que leía la nota, como si estuviera aconsejandole él mismo en físico. Esperaba nunca olvidar su voz, como la de Lorenzo, una voz que sin su permiso se va borrando de sus recuerdos, siendo reemplazada por una voz de su completo desconocimiento.
Se sentó en el sillón largo, apoyando la hoja en sus piernas y con la lapicera entre su índice y pulgar. El aire rellenó sus pulmones, trayendo consigo la fragancia del instrumento de escritura siendo destapado, el olor al que todo infante es fanático.
Sus dedos movieron con precisión la lapicera por la hoja, marcando las primeras líneas que formarían las instrucciones para el día de mañana. La tipografía y ortografía destacaban en aquel papel blanco que poco a poco se teñía de negro, demostrando las grandes habilidades de escritura que la chica poseía, era lo único por lo que decir gracias al instituto.
La niña interior de ella había salido al mundo, la que siempre llevó muy dentro suyo, y que raramente enseñó a los demás. Las comisuras de sus labios se levantaron de par en par, provocando que una sonrisa inconsciente se forme. Ella no estaba ahí, claro que no. Estaba nuevamente perdida en su mundo, en el de su niña interior.
«¿Cuándo se volvió tan raro un hábito común como este?», pensó, mientras su mano paseaba junto a la lapicera por la delgada lámina elaborada, obedeciendo las órdenes que la muñeca ladraba cada segundo.
Roma: —¡Listo! —levantó abruptamente las manos, acción que provocó que la lapicera se resbalará de sus manos—. Solo espero que funcione... —suspiró profundamente viendo el nombre de ella y él puestos en un mismo grupo. No sería tonta, aprovecharía que ella había sido encargada de armar los grupos para aquello. Tenía la esperanza de que todo saliera como ella siempre lo imaginó...