Day Z

Capítulo 8

—¡ARRIBA LAS MANOS! —el cañón del arma apuntó hacia el par que recién acababa de ingresar al predio escolar.

Roma: —¡Mierda! —gritó por lo alto, soltando involuntariamente el bolso.

La palma de Roma tuvo un sitio donde aterrizar: el rostro de Rafael.

Rafa: —¡Auch! —se arrodilló, y presionó su mejilla, intentando calmar el ardor.

Nico: —¿Rafa?

Rafa: —¿Chicos?

Roma: —¿¡Acaso sos ESTÚPIDO!? —se colocó frente a él —. ¡Pudiste habernos matado del susto!

Rafa: —¡Estás siendo exagerada, además me estás escupiendo! —hizo frente a la fémina, la cual estaba desquiciada perdida.

Roma: —¿¡EXAGERADA!? —preguntó indignada —. Exagera esto.

De pronto, la zapatilla de la chica impactó en la entrepierna del muchacho, que se retorció completamente hasta caer seco al suelo.

Roma: —¿Ahora quién exagera? —rio entre dientes.

Nico: —Te lo mereces.

Emi: —¿Qué está pasando?

Agus: —¿Qué fueron esos gritos?

Ambos entraron alarmados al lobby del instituto, los gritos los habían alertado por completo, llegando a pensar lo peor. Y junto a ellos, los demás se encontraban detrás del par, viendo cómo Rafael se retorcía en el frío piso.

Roma: —¡Este idiota nos asustó! —señaló con su índice al chico.

Rafa: —Creo que estoy sufriendo esterilidad masculina —musitó con la frente estrellada en el suelo.

Diversas risas no tardaron en llegar.

Roma: —Si ese es el caso, te lo mereces —bufó—. Además, tampoco que ibas a meter tu cosa dentro de una mujer.

Rafa: —¡Hey!

Emi: —Será mejor que nos calmemos —se le dificultó establecer la paz entre el dúo, ya que por dentro estaba muriendo de risa con la discusión de niños que estos estaban protagonizando—. Nico, estamos ordenando todo lo recogido. ¿Querés traer tus bolsos?

Nico: —Por supuesto —levantó ambos bolsos, los cuales requerían un gran esfuerzo debido a su gran cantidad de productos.

Roma: —Dame un-

Nico: —No —la interrumpió —. Quédate con Rafael, y discúlpate.

Roma: —Pero...

Nico: —Sin peros —no quiso oír su defensa, trataría de justificarse y evitar el pedido de él, por lo que abrió la puerta y desapareció de su vista.

Roma: —¡Gracias, eh!

Emi: —¿Qué tal les fue allá afuera? —se acercó a su amigo apenas lo vio ingresar el umbral que separaba el lobby con el patio de la escuela.

Nico: —Tuvimos suerte de no cruzarnos a una de esas cosas. No sé si Roma podría salir corriendo o qué —suspiró —. ¿Y ustedes? Noté que trajeron demasiadas provisiones.

Emi: —Oh, sí, creo que nos fue bastante bien.

Nico: —Creo que a todos nos fue bien.

Emi: —Vení, coloquemos las provisiones.

Los adolescentes estuvieron minutos guardando todos los víveres que habían logrado conseguir en su búsqueda que resultó exitosa. Orgullosos observaban aquel estante lleno de suministros, mientras que el recuerdo de sus padres llegando del supermercado con grandes bolsas repletas de alimentos les inundaba de nostalgia.

Mierda, sí que se sentía distinto...

Nico: —Queda un bolso —lanzó el recién descargado a una esquina.

Emi: —¿Te parezco vago si te digo que ya me duele la espalda?

Nico: —Por supuesto —rio al unisono con su amigo—. Iré a ver cómo le van a los demás.

Emi: —Creo que Briggs se estaba encargando de la farmacia con Avril.

Las fauces de Nicolás se elevaron.

Nico: —Ahora que la mencionas, ¿qué tal te va con ella?

Emi continuó colocando los suministros, aunque Nico notó como este aceleró la tarea, dando claros indicios de que se había puesto nervioso.

Emi: —Supongo que bien, por mi parte es así, no sé por la suya.

Nico: —Ya —rodó los ojos.

Emi: —¿Ya?

Nico: —Ya.

Emiliano observó con más fiereza al chico.

Nico: —Está bien, no te molesto —levantó las manos, dando por terminado su juego—. Ahora sí, iré a ver cómo le van a los demás.

Emi: —Nos vemos —agitó su mano en señal de despedida.

Nicolás salió del ahora apodado «almacén». Caminó por los pasillos, recorriendo cada salón, el cual hoy en día cada uno cumplía con una función distinta: algunos eran habitaciones, otros salas de juntas y algunos no dejaban de ser salones de clases.

Pasó junto a la enfermería, la cual estaba siendo revisada por el par de Briggs y Avril. Se tenían que abastecer de todas las maneras posibles si querían atravesar esta horrible situación juntos, una situación desconocida, aunque como todo lo desconocido, era terrorífico. Contempló con detalle los caros medicamentos que los jóvenes colocaban en la cesta; ahora los tenían a su predisposición: Salbutamol, Nitroglicerina, Omeprazol, Ranitidina, Propofol.

Dios, tenían toda una despensa de suministros médicos.

Si hubieran descubierto esto antes... ¿Lorenzo estaría vivo?

Esta vez salió al patio del instituto, dirigiéndose hacia la cocina. Se apoyó en el umbral, contemplando con lujo aquella escena: Roma se encontraba con un delantal de flores, el cual le quedaba perfecto, a decir verdad, era la imágen viva de Paul Bocuse. Una sonrisa se dibujó en ella en cuanto vio al chico apoyado en el umbral observándola.

Nico: —¿Quién te enseñó a cocinar?

Roma: —Vengo de una familia de cocineros —respondió con risa de por medio—. Mi papá era el que más sabía.

Nico: —¿Ah, sí? Apuesto a que era un gran tipo.

La mirada de Roma se destiñó de alegría, transformándose en tristeza.

Nico: —Es, ¡es! —corrigió al instante, corriendo a ponerse a su lado—. Es, Roma.

De repente, la chica estalló de risa, lo que confundió aún más a Nicolás, que estaba anonadado presenciando la extraña actitud de Roma.

Roma: —Tranquilo, tonto. Está bien, no me enojo con vos.

La frente del chico terminó por arrugarse, adelantando cincuenta años de su vida. Los nervios que habían tomado su cuerpo por completo, estaban desapareciendo, aunque eso no quita que casi se infarta por despertar un temor de la jóven.




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