El timbre del teléfono continuaba sonando, despertando más temor en el grupo. ¿Cómo era posible que un teléfono celular esté sonando?, si por semanas no habían podido contactar con el exterior. Era persistente, parecía que nunca se esfumaría, que quedaría vivo en sus oídos. Hasta que Nicolás se atrevió a levantar aquel aparato y colocárselo cerca de la oreja.
Nico: —Hola —el temblor en sus cuerdas delató el miedo que estaba sintiendo. Y es que era así. ¿Quién no sentiría miedo al estar en aquella situación de completo desconocimiento?
—Deberían de tener más cuidado —una voz ronca provino del parlante, alarmando a la mayoría de los presentes dado a que se les era desconocida.
Nico: —¿Quién es y cómo conseguiste conectarte a una red? —no dudó en lanzarse a averiguar quién estaba metiéndose en jueguitos.
—Demasiadas preguntas, Nicolás.
Sus pelos se erizaron al oír su nombre. Sí, desconocía el motivo, pero lo sabía.
—Eso es asunto mío. Aunque te recomiendo que, de ahora en más, tengas ocho ojos en la espalda, ya que iremos a por ustedes.
Nico: —¡¿Qué?! —se levantó bruscamente de la silla, casi provocando su caída—. ¡Pero ni siquiera sé quién sos!
—Pronto lo sabrás... pero por ahora mantente alerta. Créeme, se arrepentirán de haber nacido.
Acababa de colgar.
Sus ojos no cambiaron de dirección. Estaba atónito, no comprendía que acababa de suceder. Todo sucedió tan rápido que no tuvo tiempo de reaccionar.
Observó a su derecha, encontrándose con la cara de sus amigos, los cuales también estaban igual que él: aterrorizados.
Habían sido amenazados de muerte por alguien que ni siquiera conocían. Al parecer el nuevo mundo no se diferencia tanto al viejo.
Briggs: —Hey —le tomó del hombro—. Será mejor que vayamos a dormir, si es que podemos. Pero mejor eso a que quedarnos acá.
Nico: —¿Después de haber sido amenazados querés que descansemos?
Briggs: —Haré guardia. Quiero que los demás duerman tranquilo, sobre todo vos. Luego de lo que paso es mejor organizar un asentamiento en otro lugar. Ya sabes, lejos de acá.
Su rostro se deformó en completa tristeza, y es que, aunque intentara negarlo, era cierto. Debían correr de ahí lo más pronto posible. Un hombre, de posiblemente gran edad, los había amenazado sin conocerlos para nada. ¿Quién mierda hace eso? ¿Un sicario? Y es que, aunque se matara descifrando por qué aquella persona había hecho aquello, nunca lo sabría con exactitud. Quizás no existía una explicación, sino que era un loco y ya está.
Agus: —Hey, miren. El contacto está identificado.
Nico: —¿Eh? —inquirió.
Agus: —¿Emi? —miró a su amigo patidifuso.
El susodicho levantó los hombros, esperando recibir una explicación de por qué estaba siendo observado con tal magnitud. Agustín volteó el teléfono celular, mostrando como el contacto que estaba agendado llevaba su nombre.
Emi: —¿Cómo? —le arrebató el aparato—. No tengo mi celular —notificó tras palpar los bolsillos.
Rafa: —¿Se lo diste a alguien?
Emi: —¡Claro que no! —saltó al instante—. Nunca se lo daría a un desconocido.
Rafa: —¡Entonces por qué carajos lo tiene un desconocido!
Nico: —¡Cálmense! —el alarido quebrantó las orejas de los adolescentes. Estaba siendo testigo de cómo sus amigos intentaban desarmar las defensas del acusado y tratar de culparlo de lo recién ocurrido—. Deberíamos ir a dormir, creo que esto nos está afectando a grandes cantidades —se dirigió hacia las escaleras—. Duerman, lo vamos a necesitar para mañana.
El griterío cesó. El estrés del líder les quedó claro tras aquel regaño. Bueno, así lo tomaron ellos. Y es que la situación los agobiaba. Acababan de ser protagonistas de una situación que roza el acoso en el mundo moderno. Pero ¿a qué autoridad le avisarían?
Aquel era el problema. La gran cuestión que los acompañaría en la noche.
No podían acudir a ninguna fuerza mayor que tenga experiencia en estas horribles situaciones; no podían llevar a juzgado al enfermo que despertó un miedo en ellos y ni siquiera podían saber quién es la persona detrás de esto con la ayuda de algún rastreador, ya que la tecnología no existía. El desastre se había llevado todo consigo. Cualquier prueba de que algún día la ciencia haya existido, ya no se encontraba más, solamente estaban sus historias, transformándose en una especie de parábola que pasaría de familia en familia.
Entonces... ¿cómo saldrían de aquello? ¿Cómo se protegerían si algún peligro se presenta?
[...]
Roma: —¿Nico? —el mencionado ni se inmutó: la parte trasera de su cabeza seguía pegada a la almohada, como si lo hubieran agarrado con pegamento—. ¡Nico!
Nico: —Agh —se quejó y levantó sus párpados—. Tenés una obsesión con despertarme en medio de la noche.
Roma: —Sshh —siseó—. Calla, calla. No quiero que despertemos a Rafael. Probablemente le esté siendo infiel a Steinfeld.
Ambas risas se unieron, aunque esta vez de manera silenciosa, como el pedido de la pelinegra.
Nico: —¿Por qué me despertaste? ¿Está todo bien?
La mirada de Roma decayó.
Roma: —Bueno... tengo miedo con lo que pasó. Es decir... ¿y qué si algo le llega a pasar a alguno de nosotros?
Nico: —Roma —se sentó, poniéndose a su altura—. Siempre vamos a estar en peligro. Muy pocas veces se está a salvo. Pero lo importante es quiénes están allí para protegerte. Y yo estoy acá para vos. Siempre voy a estarlo.
Roma: —O sea, ¿dependo de la protección de otros?
Nico: —Bueno, no siempre. Es decir... —las palabras no se encontraban entre sí. Pensó que la había cagado, que Roma interpretó aquel mensaje como algún ataque dirigido a ella, llamándola débil—. Mira, una vez mi abuelo me dijo: «Si hay seres queridos a tu alrededor, siempre tienes que estar dispuesto a cuidarlos, a protegerlos. No importa que requiera. Aunque tengas que lastimar a otra gente, lo harás, todo para protegerlos a ellos».