El cuerpo del joven cayó afligido al suelo. Su cabello cubrió su vista.
Nico: —¡Agh! —gruñó.
Emi: —¡Nico! —corrió y se agachó a su lado—. ¿Te encontras bien? —al parecer su pregunta no le sentó para nada bien a su amigo, quien lo observó con una expresión de horror.
Nico: —¡Me dispararon, Emi! —sus ojos se anclaron a él como si fuese su última esperanza. Sus manos temblorosas sujetaron el antebrazo del joven que analizaba su espalda con detenimiento—. ¡Me dispararon! —repitió con la respiración a mil.
Emi: —La bala salió. Vas a estar bien —por poco casi lo palmeó para tranquilizarlo—. Te voy a llevar a un lugar cerrado, tenés que cooperar.
Nico: —¡Quema! —ignoró lo dicho por Emiliano y siguió implorando por que algún Dios bajara y se lo llevara con él—. ¡Necesitamos ir a un hospital!
Emi: —Sí, bueno... —apoyó su brazo en su nuca y se preparó para salir de allí corriendo—, eso será un poco complicado.
Empezó a cargar el pesado cuerpo y a la vez a moverse de lado a lado por el miedo a que alguna otra bala recaiga en alguno de los dos.
Cerca de la puerta del instituto, dos chicas se encontraban cubriéndose en una pared con dos armas de fuego. Las observaban como si fuese un artilugio extraterrestre.
Roma: —Avril... —sus nervios a flor de piel.
La otra chica estiró su brazo y jaló del gatillo, la fuerza del arma hizo que se balanceara.
Avril: —¡Dios! —los latidos se incrementaban a cada segundo. Había disparado un arma, ni ella se lo creía aún—. No sé que vamos a hacer... —le devolvió la mirada. Dos pares de globos oculares se chocaron y transmitieron la misma sensación: desconcierto y temor a la muerte.
Roma: —Esto es un campo de guerra —las intensas respiraciones cortaban sus palabras—. No somos soldados, Avril. ¿Qué hacemos acá? —su mirada exigió una respuesta inmediata.
Avril: —Solo quédate abajo. Que no te disparen —dijo a la vez que apretó sus brazos contra su pecho al sentir como una bala pasaba frente a ella.
La pelinegra movió sus ojos por todo el campo, si algo más le faltaba a la escena era que hubiese fuego encima de los edificios. Asustada se dio cuenta de que Nicolás no estaba por ningún lado. Su pecho empezó a doler de tanto inhalar y exhalar a una gran velocidad, intentó correr en busca de su pareja pero la mano femenina de la joven a su lado la detuvo.
Roma: —¡Está ahí afuera, perdido! —chilló—. ¡Tengo que ir a ayudarlo!
Dejó de sentir la palma de su amiga haciendo presión en ella para que no se lanzara a correr sin destino. Y al girarse un poco vio dos brazos rodeando su cuello, intentó correr hasta ella y liberarla del depravado que la estaba ahorcando. Pero terminó en el piso y golpeándose contra la puerta de su instituto.
Avril: —Hijo de... —masculló entre dientes. Sentía la sonrisa perversa del adulto sobre sus hombros. Pero cuando se dio cuenta estaba en el suelo junto a su amiga y el desconocido, Emiliano estaba parado detrás de ellas—. ¿Emi? —inquirió, y al darse cuenta de la verdadera emoción de la situación saltó a los brazos de su chico—. ¡Emi! —expresó alegre, aunque al darse cuenta de que el cuerpo del otro cayó inerte al piso se sobresaltó.
Emi: —¡No está muerto! —la tomó de ambos hombros y la presionó contra su pecho—. Tranquila, solo le golpeé en la cabeza.
Roma: —¿Dónde está Nico? —tambaleando llegó a su lado y se sujetó de él, mantuvo la mirada expectante de su respuesta—. ¿Dónde?
Emi: —Él está a salvo en la tienda cercana al instituto, tenemos que... —se percató de que la joven ya no se encontraba a su lado, sino corriendo alarmada al lugar donde le indicó. Fue imposible que no murmurara un insulto.
[...]
Ahí, justo ahí, en el piso apoyado de espaldas contra la pared, se encontraba Nicolás. Quien sujetaba con fiereza la pequeña venda que su amigo le había entregado. Le dijo con claridad que por nada en el mundo deje de hacer presión en la herida, y no estaba en sus planes desobedecerlo.
Todo había ocurrido en un abrir y cerrar de ojos, no se habían percatado de que se encontraban en un peligro tan grande hasta que esos dementes se presentaron. Bastaba con oír algunos de los muchos tiros que se estaban disparando.
Le pareció por un momento oír el crujir de una rama. En otro una suela deslizarse por el piso y en otro unos pasos que se acercaban a su posición.
Frunció el ceño en cuanto vio la figura causante de toda la guerra que se hallaba fuera del negocio.
Nico: —Bauti —murmuró con un enojo que se obligo a tragar. Pudo asegurar que se partiría los dientes de la presión que su mandíbula estaba haciendo.
La sonrisa maliciosa del adulto se asomó en cuanto notó el estado actual del jovencito, se tapó aún más la herida cuando sintió su pesada mirada sobre ella.
Bauti: —¿Te encontras en apuros? —se acuclilló—, porque puedo sacarte de eso.
Nico: —No te acerques ni un centímetro a mí. Es una advertencia.
Bauti: —¿Advertencia? —la lengua acarició su paladar, regocijandose en la superioridad que ahora mismo tenía—. Sonó más como si me estuvieras exigiendo piedad. ¿Así lo es, Nico?
Nico: —No quiero que te acerques.
Bauti: —Bueno... —se inclinó hasta él—. Eso será un poco difícil... —no pudo terminar de hablar y ya su rostro se había estrellado contra el piso.
Nicolás había pateado su tobillo, esto había hecho que se retorciera y cayera de frente al piso. El menor aprovechó esto para salirse de su comodidad y posicionarse sobre el loco, quien ahora se encontraba sometido.
Nico: —¡Te dije! —voceó—, ¡no te acerques!
Bauti: —Bien hecho, Nico... —fingió felicidad con mucho esfuerzo, las manos del menor se encontraban apretando su cuello con fiereza—. Ahora déjame a mí ser quien te enseñe algo —su dedo se posicionó en su hombro y apretó su herida, sintió como este se hundía en el hueco que la bala había dejado.