Day Z T2 El Comienzo De Un Gran Conflicto

Capítulo 3

Cinco meses después.

Emi: —Okey —comenzó—, despeja primero esta zona y luego seguí por ahí —señaló al lado derecho de la cabeza del otro joven, quien no parecía muy contento por las órdenes.

Luis: —Tiene que ser una broma... —lo volteó a ver, implorando que así sea.

Emi: —No seas exagerado, solamente son un par. ¡Andá! —quiso empujarlo en dirección al sitio, pero este otro le apartó la mano bruscamente en cuanto lo tocó.

Luis: —¡De acuerdo! —aceptó obligado—. Ya voy, ya voy...

Emi: —Estaré cerca del parque. Cualquier problema que tengas, grita, te escucharé

El moreno suspiró.

Luis: —Esto será duro.

Tomó la radio que colgaba de su cinturón, el que le habían dado en su tercer día de estadía en el club. No podía quejarse de la calurosa bienvenida que había tenido. Se sentía como un rey.

Luis: —¿Jefe? —preguntó, oyendo ruidos del otro lado de la línea—, ¿hay algún ser viviente escuchándome?

Nico: —Luis —la ronca voz del líder se hizo presente—, ¿cuántas veces te dije que no me llames Jefe?

Luis: —Perdone —rio—, es que queda muy de película.

Nicolás dejó recaer el peso de su cabeza sobre su palma.

Nico: —Entonces... ¿ya está libre?

Luis: —Todavía no, estoy a punto de atacar. Pero son demasiados para mí. ¿Algún consejo sabio de su parte? —cuestionó analizando con detenimiento el mar de muertos caminando en círculos. Se mordió el interior de las mejillas del miedo que le daba aquellas bestias necrófagas.

Nico: —¿Consejo? —rio—. No mueras, ese es el consejo —un poco de retintín en su voz evidenció el chiste.

Luis: —No esperaba menos de usted, Jefe —sacudió su cabeza—. Ehm, lo siento, Nico. Mejor me pongo manos a la obra.

La emisión se detuvo.

Nicolás no lo estaba viendo, pero podía asegurar de que había un pequeño rubor ahora mismo en las mejillas del moreno.

No llevaba ni dos meses con ellos y ya lo estaba alegrando como si se conocieran de toda la vida. Personas así valen como el oro.

Una voz femenina apareció a sus espaldas, recorriendo cada centímetro de él.

Roma: —¿Quién era? —preguntó en su tono habitual.

Nico: —Ya tardabas en aparecer —dijo en un tono de burla. La chica le sacó la lengua—. ¿Qué estabas haciendo?

Roma: —Paseando —tomó asiento junto a él—. Otra cosa no puedo hacer —achinó los ojos cuando vio un papel en las manos de Nicolás—. ¿Y esto? —se inclinó con duda a su hombro.

Nico: —Es un mapa.

Roma levantó la ceja. Era sabido que era un mapa, pero la pregunta era de qué localidad, ya que el sitio que estaba dibujado no era ni en broma Rosario, este era muchísimo más pequeño, y, además, ella recordaba perfectamente la forma de su ciudad.

Nico: —De Junín.

Roma abrió la boca.

Roma: —Tu amiga... —recordó—. ¿De dónde lo conseguiste?

Nico: —Estaba revisando unos cajones del gimnasio. Lo hallé al fondo de uno. Las probabilidades que lo encontrara eran remotas, estaba debajo de un montón de pequeñas cajas y demás.

Sus ojos brillaban mientras le contaba a la chica del hallazgo del mapa, que para él era un tesoro escondido, como si fuera un pirata. Y Roma se daba cuenta de aquello, veía cómo intentaba esconder una inmensa sonrisa, de seguro para no enseñar que ya se había ilusionado al tope.

Roma: —¿Qué hacía un mapa de ese pueblo acá? —indagó aún más.

Nico: —Estamos en una institución deportiva, seguro que fueron allí para competir. Y para no perderse —levantó el mapa— tenían esto.

Roma: —Y te acordaste de lo que me dijiste cuando lo viste, ¿verdad? —el silencio en su pareja, dominó—. Nico, creo que... —se vio interrumpida.

Nico: —¿Seguirá ahí? —se preguntó a sí mismo, y por siguiente, se respondió a sí mismo—: solo hay una manera de averiguarlo —se puso de pie. Roma lo siguió con la mirada—. Junín es chico, no tendríamos que estar mucho tiempo ahí. Tan solo podríamos pasar dos días, calculo que ese será el tiempo que tendremos para encontrarla, sino... —se quedó en silencio—, sino ya no sabré qué hacer.

Su novia lo observaba preocupada. Estaba casi cerca del delirio, quizá exageraba, pero recuerda patente la manera en la que Nicolás se ilusionó una vez, cuando llegaron al club y se establecieron. La verdad, pensaba que lo había dejado pasar u olvidado, no comentó nada de aquello en meses. Más cuando ya estaban en buenas condiciones, así que lo dio por hecho. Pero ¿llegar y encontrarse con que de vuelta volvió aquel pensamiento? Era una mala idea, ahora solo hacía falta que Nico se diera cuenta.

No podían tomar el riesgo de ir a un pueblo que, aunque sea de un tamaño corto y esté a pocas horas, no saben qué peligros hay ahí; probablemente una decena de infectados estén, ellos no lo sepan y vayan como carnadas a meterse en sus fauces.

Nico: —¡Listo! —chasqueó los dedos. Al parecer había resuelto todo mientras Roma estaba divagando por su mente—. Irán tres personas. Tendrán un par de provisiones para la estadía allá, y lo mejor, saldremos mañana.

Aquellas palabras provocaron que la fémina se parara estrepitosamente. Ofuscada por el plan de su pareja.

Roma: —¿Mañana? —inquirió—. ¿No crees que es muy temprano? —intentó ser lo más delicada posible en sus palabras.

Era consciente de la importancia que Nicolás le daba a este asunto de su amiga, por lo cual, no quería ser muy hostil con él, aunque deseara en este momento tirarle una silla y un banco a la cabeza para que recapacite de lo que está diciendo. O quizá sería mejor una pesa del gimnasio.

Nico: —No hay tiempo que perder; en primer lugar, la tendría que haber ido a buscar hace seis meses atrás, pero no lo hice, y todo eso para seguir acá con ustedes, porque en verdad me preocupan.

Roma se mordió el labio inferior. Tenía razón, no lo iba a negar.

Tuvo que marcharse hace meses, en cambio, se quedó con ellos para sobrevivir juntos. Y para protegerla a ella. No debía ser egoísta con él. Sería injusto.




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